La Fiscal no resultó ser tan maciza y forjada como el hierro. Más bien resultó ser una coraza que adentro escondía un bloque de hielo que no aguantó el calor de las tentaciones y empezó a derretirse dejando una traza húmeda en cada una de sus últimas declaraciones.
Para ella todos los presagios sobre el calentamiento global la golpearon inclementemente desde el 06 de abril, cuando se inició la arremetida terrorista sin cuartel que persigue sacar del poder al presidente Nicolás Maduro por parte de grupos derechistas nacionales e internacionales; a partir de allí empezó a derretirse tratando de ocultarse de todo; sin embargo, las pocas veces que desde entonces se ha pronunciado ya esa voz impersonal la delata, ya su postura y sus ademanes no son tan firmes e incólumes como el metal.
Allí hay un caparazón timorato, débil, que se mueve con hilos desde “arriba”, perdido y sin conciencia que apenas logra balbucear algunas bolsadas que en sí misma no puede creer por lo disparatadas que son. La traición se consumó y los destinos están escritos desde las Sagradas Escrituras.
Toda se desvanece, se desdibuja y aquella figura que asemejaron al hierro se desencajó, sus muecas dibujaron el miedo, ese mismo miedo que en sí misma sabe haber jugado la candelita en esta situación tan aciaga que vive la patria y, probable, de haberse sentado en la mesa con quienes no perdonan a nadie y quienes realmente habitan donde el fuego nunca se apaga.
Después de dar ese infausto paso, hoy estará derretida y a lo mejor ya su voz, de esa esencia de hielo, se haya vaporizado esperando, desoladamente, resucitar el timbre y sonoridad en la acera del frente, donde perpetuamente estará signada de haber estado, en una ocasión, al lado de las causas nobles, de la justicia y sobre todo de la paz, esa palabra que el fascismo detesta y se irrita de sólo ver su “símbolo” perlino volando con una hojita de laurel en su pico.
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