Al leer algunos artículos enviados a Aporrea con motivo del Decreto Ley de Amnistía, mi capacidad de asombro entró en crisis. ¿Es posible, que de la noche a la mañana, descubramos que Chávez es un fascista, aliado de la oligarquía y un traidor a la revolución? Se puede estar en desacuerdo y criticar la medida, pero de ahí a llegar a vilipendiar y denostar a nuestro líder, el timonel de nuestra revolución, el hombre que se ha echado sobre sus hombros la construcción del socialismo bolivariano y cuya probidad revolucionaria está fuera de toda duda, hay un trecho muy grande que mueve a la reflexión.
En primer lugar debemos decir que algunos que se tienen por verdaderos revolucionarios han olvidado las herramientas que, todo aquel que se tenga por tal, no debe olvidar nunca para ser ecuánime, que según la Real Academia de la Lengua Española quiere decir, tener imparcialidad de juicio, es decir, no ser injustos en el momento de emitir una opinión que pueda afectar la honradez y honestidad de la persona objeto de críticas en perjuicio de su reputación. Para hacer una crítica debemos tener muy claro los elementos de juicio que nos permita analizar con la mayor certeza el tema, y si es posible, una explicación de aquel o aquella que lo preconiza.
La forma descalificadora con que se emiten los juicios sobre la actuación del presidente Chávez, exenta de toda intención comprensiva y de las posibles dudas que el hecho pudiera sembrar en nosotros, conllevan una carga de desprecio e irrespeto hacia el máximo líder de la Revolución tildándolo, desde fascista y aliado de la oligarquía, hasta de vendido.
Hago un llamado a la sindéresis para elevar la calidad de la crítica, eliminando las descalificaciones insultantes y dar ejemplo de capacidad revolucionaria, madurez política y conciencia ideológica.
