Con mucho recelo, confusión y temor, declaro públicamente que soy millonario. Es decir, un millonario en cualquier país del mundo es sinónimo de ser un tipo acaudalado y con un estilo de vida suntuoso y aunque no entro dentro de ese baremo, digo que lo soy, porque he visto el balance de mis dos cuentas bancarias y en ambas tengo cifras de seis dígitos. Y recordé también aquella frase de que "ser rico, es ser malo" y eso explica de alguna manera el porqué de mi sensación de vergüenza, al confesarme millonario o ¿no es así?
Mi ritual previo a mi salida para enfrentarme al compulsivo y usurero comercio, es realizar un arqueo de mi liquidez electrónica (los billetes son historia) para utilizar esta información y hacer un análisis de los bienes o servicios que puedo adquirir, pero no los que realmente desearía comprar. Al ver esos cuadros bancarios en mi computadora, solo puedo atinar a utilizar dos de las cuatros operaciones básicas de las matemáticas, la división y la resta, porque la suma y la multiplicación están en desuso cuando se trata de la economía familiar, a menos que la utilicemos para explicar con guarismos y términos relativos, como se multiplica de manera exponencial nuestras carencias y en qué porcentaje se va sumando nuestra desazón.
Al salir a la realidad de la calle, empieza el periplo de inquirir e investigar el monto de los artículos, porque a veces, revisando entre los anaqueles encontramos un "buen precio" en contadas oportunidades. No sé si fue un "lapsus estupidus" del remarcador de precios y pasó por alto este producto (es el tipo que más trabaja en las tiendas) o es que ese objeto tiene tanto tiempo que ya no lo quieren ver en los estantes. Muchas veces compramos ese producto por el precio y después averiguamos para que realmente se utiliza. Y si le hallamos utilidad (hay que hallarla de cualquier manera) y seguimos comprándolo de forma reiterada, ya este renglón entra en la mira del fulano remarcador y hasta ahí llega la oferta fantástica, porque la "demanda" aumentó.
Cuando estamos caminando y divagando por los espacios públicos y comerciales, nos "entretenemos" con toda clase de expresiones y gesticulaciones de la gente, asombrada y hastiada por la espiral indetenible del importe o cotización de los productos. Se oyen exclamaciones de todo tipo, bendiciones, maldiciones, empiezan a maldecir y terminan bendiciendo o viceversa o intercalan una maldición con una bendición, en fin es una mezcla gramatical que nos aporta nuevos conocimientos para nuestra semántica soez. El lenguaje corporal es prácticamente un teatro de calle, sus rostros parecen como el de los mimos, con la cara blanca del susto al comparar los precios con su macilenta billetera móvil y además, esos rostros no necesitan hablar porque el rictus de angustia, miedo y arrechera, lo dicen todo.
Todas estas personas son tan "millonarias como yo", pero, al llegar a la calle y afrontar la alarmante realidad, hay una trasmutación y nos convertimos de millonarios a milenarios (no es la mejor acepción, pero nuestras caras y cuerpos se han estado momificando por esta terrible carestía) porque hay tanta vergüenza entre el que compra y el que vende por dar precios, que estos son expresados en miles de bolívares y no, en los intangibles millones que aparecen en nuestras cuentas.
Dentro de nuestra paradójica vida quinta republicana, ahora le sumamos la "dolarización oficial" de nuestra hacienda pública, que el gobierno aún sigue negando. Es el eufemismo más burlón y chistoso de las lumbreras que manejan la economía de nuestra patria, haciéndonos ver (solo los invidentes lo verán) que nuestro nacionalismo monetario está por encima de cualquier invasión de moneda extranjera y mucho menos del imperialista dólar. ¡Qué puta ficción, estos carajos tienen el retrato de nuestras caras de pendejos en sus escritorios!
Resulta que dentro de esta singularidad, cuando los billetes de bolívares aún tenían valor y nosotros teníamos el valor de usarlos, los comerciantes nos decían que un dólar estaba en tanto bolívares y que cada vez que se incrementaba su valor de cambio en bolívares, ellos nos aumentaban los precios, en nuestra moneda nacional. Ahora resulta que hay tanta demanda de dólares y tan poca oferta, que el dólar "aumenta el valor en dólares" y ya no en bolívares. Entonces, mercancía ya totalmente dolarizadas, suben su precio en dólares, por supuesto. Incluso, si "baja" el dólar, el precio se mantiene arriba o más arriba y para rematar, no dan vuelto y si lo dan, es en bolívares (aun sirven para algo) ¿Y quién es el mayor tenedor de dólares en el país? Coño, que algún sesudo economista me explique con palitos y metras que significa esto, para poderlo entender.
Esta situación debe dar para escribir una recopilación de ensayos o un libro sobre esta deformación económica que vive el país, hay un premio Novel en ciernes dentro de esta categoría. A lo mejor Jesús Faría el testarudo presidente de la Comisión de Economía de la Asamblea Nacional o tal vez el compañero de Aporrea, Óscar Bravo, que no economiza en puntos suspensivos en sus escritos para denostar de aquellos que él considera enemigos de la revolución (con algunas excepciones) y que no se ha puesto a pensar que son enemigos de la desidia, la inanición y la corruptela que cada día hunde más en la miseria a este paciente pueblo venezolano y que sumado al inhumano y miserable bloqueo impuesto por los hdp gringos y azuzado por el delincuente impune de Guaidó, nos están matando de manera literal. Ojalá el compañero Óscar Bravo nos diera una cátedra de economía, de reactivación de motores, de los distritos productivos o de alternativas para salir de esta crisis y no se siga desgastando en apagar fuegos de opinión, con argumentos tan manidos y simplones, que desdicen mucho de su formación como politólogo. Esperemos que como economista tenga mejores explicaciones, no de la causa y efectos de la crisis, sino de las soluciones para salir de ella.
Finalmente, quiero aclarar que no todos los días "amanezco" millonario. Son tan efímeras esas cantidades en mi cuentas bancarias, como precios estables de productos y valor del dólar hay en un día, en nuestra extraña y sorprendente economía. Somos el país de millonarios insatisfechos, cuando lo que queremos en realidad es bienestar humano, el que nos corresponde por parte del estado como nacionales de este país y aquellos beneficios que generamos por nuestros esfuerzos e iniciativas creadas dentro de un estable entorno social y económico de oportunidades, que nos dignifiquen como venezolanos o venezolanas. Esto al parecer, para algunos parece que es pedir mucho y hasta lo consideran contrarrevolucionario. No digo más.