La nueva Universidad, la universidad de este siglo, debe romper con el modelo enciclopédico de educación superior y enfilarse hacia una concepción más moderna; en los albores del siglo XXI la universidad que se conciba, debe ser la respuesta a la nueva sociedad sustentada en el conocimiento. Para ello se hace necesario rebasar los mitos y paradigmas del viejo modelo de licenciatura y estudios de postrado muy largos, al tiempo que se debe impulsar el concepto de la educación para toda la vida, como la única forma real de mantener una armonía interna con el avance y desarrollo del conocimiento.
La moral debe ser el soporte fundamental e indiscutible desde donde debe partir la concepción y estructuración de esa nueva universidad, donde las luces del conocimiento se extiendan sin límites hasta alcanzar sin duda a aquellos que injustamente estuvieron excluidos, y que siempre fueron mayoría, pero que los subterfugios de la minoría aburguesada y corrompida mantuvieron alejados de la posibilidad de insertarse en el manejo de las herramientas del conocimiento para así construir una sociedad verdaderamente sustentada en la justicia y la equidad.
Pero no se trata del conocimiento como valor último, ya que el manejo del saber también puede conducir a prácticas erradas que atentan contra los valores fundamentales que apoyan la vida, por ejemplo: la clonación. Es el conocimiento “dentro de una sociedad ética, con altos valores que construyan lo “comunitario” como un espacio donde se resguarde realmente el bien común y la dignidad de todo ser humano”.
Una universidad ética y solidaria, ya que solidaridad es lo mismo que responsabilidad, y ésta se traduce en compromiso ético ante la historia. Una institución ética es una institución regida por la solidaridad. La solidaridad formula la posición ética de la vida humana. La norma insustituible que establece la pauta moral básica, no es más que el impulso enunciativo de la solidaridad: “Haz por los demás, lo que quisieras que hicieran por ti”.
A lo largo de la historia de la humanidad, el instrumento pacífico más potente para lograr esto ha sido la educación. La educación rompe el círculo vicioso de la pobreza, ya que es el determinante fundamental del empleo y desde allí, del acceso a todos los bienes materiales y culturales que la sociedad ofrece.
La nueva universidad debe sostenerse en una respuesta prospectiva, totalmente desligada de lo retrospectivo, la respuesta no debe contener de ningún modo, eso que atinamos a definir como “mas de lo mismo”; los lastres y los estigmas del siglo pasado deben ser completamente execrados de las mentes de quienes ahora se erigen como “idealistas” (oportunistas diría yo), que quieren señalar el camino por donde deba transitar la futura universidad, a sabiendas de que estos “idealistas” solo intentan “expandir y replicar” el clásico y fracasado modelo del siglo pasado. Se creen en su atrasada concepción que la construcción de modernas y extensas edificaciones, junto con la dotación de modernos materiales didácticos y la inclusión de la mayor cantidad de computadores, es suficiente para adecuar las instituciones al nuevo paradigma educacional, solución que además de ingenua denota muy poca capacidad de mirada prospectiva. La nueva universidad debe ser capaz de saldar las deudas del pasado dando respuestas adecuadas a las necesidades del futuro.
Para todo esto se hace imperioso que el actor principal en esta tarea de transformación, que no es otro que el ser humano, asuma el compromiso ineludible de cambiar en su interior, dejando a un lado esa errática solidaridad con lo viciado del pasado, y que en el marco democrático y universal de la confrontación de ideas contribuya positivamente a ser parte de la construcción de este nuevo paradigma educativo.