La toga ensangrentada

Como son muy “demócratas”, después de cada derrota electoral (llevan 9) se portan bien por un tiempo, mientras deciden a quién echarle la culpa del fracaso y buscan pruebas de fraude electoral, convencidos de que son mayoría o, en todo caso, el sector inteligente de la sociedad. Desprecian al pueblo y lo creen hipnotizado por un hábil demagogo llamado Chávez, y esperan que tarde o temprano se despierte, como La Bella Durmiente, por el beso de la oposición.

Se portan bien por un tiempo, pero apenas la televisión les dice que Chávez perdió el favor de las masas y que el “rrrégimen” está herido, los muy cobardes se lanzan como hienas a rematar al caído. Son los héroes de la “batalla de la pantalla”, donde compiten para asegurar su parte en el próximo gobierno de transición, cuyo Presidente no será Carmona, sino Granier (¡Marcel te queremos!) que ya supera a Chávez en popularidad, según las encuestas de Globovision.

Niño malcriado rompe juguete

Es triste admitirlo, pero si no hacemos algo, ese 40% opositor puede llevarnos a la guerra. De tanto insistir, terminarán por crear las condiciones para otro golpe, esta vez sangriento, con participación paramilitar y algún otro tipo de intervención extranjera. Los que hicieron chistes para banalizar la presencia de paramilitares en la finca Daktari de Robert Alonso, se van a atragantar con los cachitos empapados en la sangre de una espantosa comunión, la del sufrimiento colectivo de una nación.

Los verdaderos jefes de la conspiración no son escuálidos bobos de marcha y bailoterapia: saben que el problema es la Constitución, y que la revolución tiene raíces profundas que deben arrancar; saben que la mitad de los 30 mil asesinados en la Argentina eran delegados de fábrica. Preparan la matanza porque no les preocupa la guerra ni les interesa el futuro, sino el prometido saqueo de Venezuela.

Si estalla la guerra, bolivarianos y opositores compartiremos los castigos, el miedo, el dolor y la muerte. Todos tendremos a quien llorar, vengar, matar, o quien nos mate. Plena libertad de expresión para el aullido de dolor, el grito de espanto, el lamento interminable, los sollozos de los niños y el llanto de las madres.

Escuchen, pretenciosos imbéciles y preciosas ridículas, que desde el principio de la Revolución han jugado, sin querer queriendo, a destruir su país, el único donde no son extranjeros aunque como tal se comporten. El único beneficio que obtendrán de la guerra será descubrir, demasiado tarde, el daño absoluto que se hicieron, a si mismos y a sus hijos, a través del daño relativo que le causaron a la población. Ustedes no entienden nada, burgueses, porque sólo creen lo que la televisión les dice, y la televisión sólo dice lo que quieren oír.

La vida por RCTV

Ahora sacaron a la calle a su juventud universitaria, “limpia de toda sospecha de complicidad con el pasado” y convenientemente incapaz de comprender el presente. Unos arcaicos jóvenes postmodernos que, más allá de las consignas, no dicen nada coherente sobre la sociedad venezolana o la realidad internacional, y no tienen nada, nada concreto que proponer. Con la excusa de que entonces eran niños y no estaban ahí, estos héroes y heroínas del pensamiento crítico se desentienden y no se pronuncian sobre el golpe de Carmona, ni sobre los meritócratas de la vieja PDVSA. Hoy se desentienden de lo que pasa en Irak o Palestina. No les molesta, todo lo contrario, el apoyo que reciben de los viejos políticos corruptos, del gobierno de Bush y de los fascistas asesinos de América Latina. Lo único que hasta ahora han demostrado es que son, aunque parezca imposible, tan irresponsables y superficiales como sus padres.

Escupen sobre el regalo

En un mundo hostil y en acelerado deterioro, Venezuela y la Revolución Bolivariana les ofrecen un país saneado de deuda social y deuda externa, libre de analfabetismo, con crecimiento económico y plenas libertades, con inmensos planes de infraestructura y proyectos de alcance continental. Un país imperfecto, es cierto, pero lleno de oportunidades para mejorarlo, con retos a la medida del espíritu más exigente. Un país habitado por un pueblo alegre y generoso. Pero ellos, necios y malcriados, escupen sobre el regalo y están dispuestos a romper el juguete.

Verdaderamente, tenía razón el sabio: “No se debe olvidar el papel de la estupidez en la Historia”. Lo peor que podemos decir de estos universitarios opositores es que no tienen la culpa. Pero no creo, si viene la guerra, que la Historia los perdone porque hoy no saben lo que hacen.


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Eduardo Rothe


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