Por más de tres meses me he mantenido alejado de la crónica petrolera. Mi último trabajo publicado, de enero pasado, versa justamente sobre el lamentable balance de la política petrolera venezolana en estas décadas entre siglos, y en él reflejé mi pesimismo, asumiendo la futilidad de un pensamiento crítico y fincado en imperativos morales, cuando las urgencias concretas del sálvense quien pueda produce un aflojamiento generalizado de los escrúpulos.
Sin embargo, el anuncio de la discusión en la nueva Asamblea Nacional de posibles modificaciones del ordenamiento legal petrolero para generar atractivos y seguridad jurídica a la inversión extranjera, por un lado, y las recientes declaraciones de los principales capitostes de la autoproclamada "PDVSA Ad Hoc", mitócratas de larga prosapia, quienes vocean con insistencia "PDVSA, never more", a la manera del cuervo de Edgar Allan Poe, me han inducido a retomar mis consideraciones sobre la materia.
En esta oportunidad voy a terciar una vez más en el debate, apelando ahora a las posiciones sostenidas infructuosamente hace ya más de cuatro décadas, constancia de lo cual dejaré en las notas al pie y al final del trabajo. Todo ello con el abierto propósito de insistir en lo que estoy plenamente consciente que ha sido una prédica en el desierto.
Pues bien, entrando al tema anunciado, debo decir que he de conceder la razón al título de la referida nota de Petroguía. El meollo del asunto estriba en precisar cuál es la PDVSA irrecuperable.
Y al revisar el contenido de las declaraciones registradas, encontramos prístino el fundamento de la argumentación del declarante:
La irrecuperable no es la industria petrolera nacional, sino la PDVSA constituida como un ente que se pretendía soberano frente a los poderes públicos nacionales, con políticas endogámicas, de promoción y desarrollo de su condición de empresa de proporciones internacionales a cualquier costo y, por ello mismo, enfrentadas al interés general de la Nación.
La irrecuperable, si no hay una apertura total, como dice el declarante, y si no se dejan de lados tiquismiquis como ese de la fulana soberanía nacional, es la PDVSA cuya gerencia promovía políticas supuestamente antiestatistas, pero de hecho antinacionales, en tanto que determinantes de la merma del control de los accionistas sobre la industria petrolera venezolana. Unos accionistas, por cierto, transgeneracionales, en tanto que conformaban entonces, y conformarán ad aeternum, a la Nación venezolana.
La que es irrecuperable es la PDVSA prefigurada por los Secretarios de Estado y Energía de los Estados Unidos en tiempos de Richard Nixon, William P. Rogers y James E. Akins desde 1971, tiempos de "crisis energética", cuando vinieron al país a exponer las exigencias de la geopolítica y la seguridad energética norteamericana sobre el futuro de la Faja Bituminosa del Orinoco.
La PDVSA anunciada ya por los presidentes de la compañía Shell de Venezuela y la Creole Petroleum Corporation, J.J. De Liefde (26/10/72), y Robert N. Dolph (22/09/73), respectivamente, en declaraciones insólitas para ejecutivos transnacionales, en las cuales reconocían la soberanía del pueblo y el gobierno venezolanos sobre la industria… con su precautelativo "y el futuro papel de las compañías en Venezuela".
La PDVSA estructurada por las propias concesionarias en agosto de 1975, en medio de oscuros "Acuerdos de Avenimiento" suscritos trascorrales con el Ejecutivo Nacional para "dejarse nacionalizar", proceso mediante el cual convirtieron a sus gerentes y hombres de confianza en los gerentes de sus herederas, 13 de las "operadoras nacionales" establecidas a partir del 1° de enero de 1976.
La PDVSA que a partir de ese origen se conforma como un centro generador de políticas antinacionales, con la excusa de combatir los males del "petroestado", y la promoción de políticas directamente encaminadas a la merma de la auténtica participación nacional, como la eliminación del Valor Fiscal de Exportación, el envilecimiento de la regalía y el diseño de los "megadisparates", económicamente ruinosos para la Nación, de la Faja del Orinoco y la "Internacionalización".
Pérez Alfozno registraba, ya en 1978 y en detalle, esta involución, concluyendo en que "Corriendo el tercer año de la nacionalización se observan complicaciones graves: realmente puede irse el gozo al pozo":
Sin exagerar, puede afirmarse que el futuro es difícil. La caída violenta de la Participación Fiscal es uno de esos hechos. Son estos ingresos los que cuentan en verdad para el pueblo venezolano …
Los excedentes que la misma industria guarde con destino a ser invertidos en la propia liquidación del petróleo, es errado o malicioso pretender integrarlos a aquéllos ingresos que sí quedan disponibles para invertirse en todos los proyectos imaginables …"
Las consecuencias de esa inversión de prioridades las vivimos hoy y viviremos en el futuro previsible, dadas las circunstancias actuales, porque nunca se ha asumido con seriedad la crítica de esos proyectos y subsisten todavía entre nuestra dirigencia política y petrolera los sueños megalómanos con la "cuarta empresa petrolera del mundo… lamentablemente inserta en un país subdesarrollado", tal como proclamaba en los años 70 uno de los primeros líderes de esa empresa.
En resumidas cuentas, y apelando de nuevo a la autocita, la irrecuperable será la PDVSA "Poder Petrolero" que impuso su soberanía especial fundamentada, entre otras cosas, en la más elemental de las verdades, la "verdad petrolera"…
…el "sentido común petrolero", una cierta ideología de lo aparentemente obvio, de fácil comprensión hasta para el más lerdo, que se fundamenta en un cúmulo de medias verdades y situaciones presentadas fuera de su contexto y complejidad, a saber:
En Venezuela no hay otra industria o actividad económica con magnitudes de ingreso, rentabilidad y rendimiento comparables a la petrolera.
Por tanto, el mejor destino del ingreso petrolero es su masiva reinversión dentro del mismo sector para preservar y expandir su capacidad productiva.
Seremos petroleros por centenares de años más, así lo indican las inmensas reservas que colocan al país en las "grandes ligas" del sector: PDVSA está clasificada como la tercera empresa petrolera del mundo. Y si añadimos las "reservas posibles" de la Faja somos el primer país petrolero del mundo.
Por lo demás, esa es la mejor opción para el país como un todo, la que le ofrece reales ventajas comparativas y competitivas: es la actividad que genera más del 90 por ciento de las divisas que ingresan al país.
Sin embargo, la voracidad fiscal, el rentismo parasitario, característico de un nacionalismo tercermundista ajeno a las realidades contemporáneas, amenaza la salud de la "gallina de los huevos de oro" y obstaculiza sus megaproyectos expansivos, obligándola a acudir al endeudamiento interno y externo.
La empresa petrolera venezolana es pechada con la mayor tasa impositiva del mundo. (Obviemos la circunstancia de que esos impuestos no son otra cosa -en el caso venezolano- que los dividendos del único accionista); lo cierto es que ese ingreso fiscal petrolero se destina principalmente a alimentar el gasto corriente de una sociedad parasitaria e improductiva, perdiéndose todo efecto multiplicador.
Todo lo anterior configura, según los ideólogos del poder petrolero, el enfrentamiento de una perspectiva o escenario rentista, representado en la voluntad maximizadora del ingreso fiscal y un escenario productivo, el que promueve y privilegia la expansión y profundización de las actividades petroleras -y sólo de ellas, si nos atenemos a las proporciones y magnitudes propuestas y comprometidas en sus megaproyectos.
El cuento es de nunca acabar, pero mi conclusión es la misma que la del titular comentado:
Esa PDVSA es irrecuperable.
Y lo es, porque jamás volverá a estructurarse un ente generador de políticas antinacionales al frente de la industria petrolera nacional. No renacerá el "Poder Petrolero".
Desde luego, a menos que ello se imponga con "otros métodos", que permitan su resurrección y el establecimiento de sus anunciados designios.
El propósito de esta reláfica es, precisamente, llamar la atención, para que los promotores de esa resurrección no cuenten con la ingenuidad e ignorancia que hicieron posible sus trágicos desaguisados entre 1976 y 1998
La que sí es recuperable es la industria petrolera nacional, administrada soberanamente y que tenga como norte el interés de sus accionistas, de todos ellos, los actualmente vivos y los por nacer.
Una condición indispensable para ello es el abandono de los trágicos proyectos expansivos de la apertura de los años 90, y de los no menos trágicos, aunque reproducidos ya como comedia de "pajaritos preñados", entre 2005 y 2021, tal como he venido presentando, insistentemente en trabajos anteriores, hasta el último ya citado, de enero pasado, con cifras y gráficos.
Volveré a insertarlos de seguidas, llamando de nuevo la atención sobre la desmesura e inviabilidad de esos planes, amén de sus pírricos resultados, hoy más evidentes que nunca, los cuales confirman las advertencias, nunca escuchadas, de Pérez Alfonzo en 1978 sobre la debacle que se nos acercaba.
Finalmente, acudiré de nuevo a la autocita de la obra de 1995 referida en la nota anterior, "El Poder Petrolero…", cuyas conclusiones transcribo. En ellas expongo las ideas que sostenía entonces sobre este tema, las cuales, en mi opinión, siguen teniendo pertinencia a pesar del tiempo transcurrido.
La primera afirmación conclusiva del trabajo que se presenta tiene que ver, desde luego, con la hipótesis central del mismo. La revisión de todos los índices de funcionamiento de la industria petrolera venezolana hasta 1991 y más allá, nos permiten confirmar los planteamientos preliminares en el sentido de que la industria petrolera venezolana ha perdido gran parte de su capacidad generadora de excedentes, lo cual se expresa en la declinación irreversible de los yacimientos de crudos convencionales, con un consecuente crecimiento acelerado de los costos productivos y un desplazamiento de las actividades hacia crudos más pesados y de menor rentabilidad.
Sin embargo, las menguantes posibilidades del petróleo todavía son considerablemente superiores a las del resto de nuestro aparato económico y pueden ser utilizadas para la reconstrucción de la sociedad venezolana sobre bases nuevas: de autosuficiencia, autonomía y diversificación de nuestras relaciones económicas internacionales, mediante un proceso integrador e internalizador de esos rendimientos, que acabe con la anómala situación de una industria volcada desproporcionadamente hacia afuera, dependiente de los requerimientos de sus mercados externos y con muy pocos encadenamientos internos, con el resto de la industria y demás sectores económicos.
Se trata de emprender un nuevo desarrollo de la industria petrolera que la lleve más allá de su papel de proveedora de divisas, que cuente en primera instancia con los recursos humanos y materiales disponibles en el país, para forjar un camino propio, que nos permita asimilar soberanamente todos los adelantos generados en otros países y dejar de ser, como hasta ahora, adoradores de los deslumbrantes e inalcanzables milagros tecnológicos importados. Se trata de diseñar un perfil de producción y actividades de comercialización que respondan prioritariamente a los requerimientos del resto de la economía nacional. Perfil dentro del cual la búsqueda de las magnitudes y escalas óptimas desde los puntos de vista técnico, empresarial, macroeconómico y social deben ser procesos coherentes y estrechamente imbricados.
En cualquier caso, lo que queda claro del resultado de la investigación realizada es que esos óptimos no se encuentran en el camino de la producción a todo trance, de la multiplicación de proyectos no prioritarios, de dudosa rentabilidad a largo plazo, para cuyo financiamiento no se cuenta con recursos propios y los ajenos sólo es posible obtenerlos bajo condiciones que intesificará el drenaje de los excedentes de esa industria hacia el exterior.
En el desarrollo de nuestras hipótesis creemos haber demostrado, más allá de toda duda, la existencia en el seno de la industria petrolera venezolana y en torno a ella, de un conglomerado de factores económicos y políticos, empresariales y corporativos, cuya acción concertada ha tenido como principio rector la expansión constante, creciente y sin pausa, de la inversión pública en el sector petrolero, como garantía de multiplicación de las oportunidades de negocios privados.
Es a ese conglomerado, de carácter paraestatal pero con un comportamiento abiertamente antiestatal, al que hemos caracterizado como el Poder Petrolero y consideramos responsable de un conjunto de decisiones de trascendencia estratégica que han colocado a la principal fuente de riqueza pública de este país en una condición muy comprometida, en un escenario de insolvencia, ineficiencia y baja rentabilidad neta.
Con el respaldo de los hechos que hemos constatado, concluimos señalando que la acción de ese poder petrolero es contradictoria, y en muchos casos antagónica, con los intereses generales de la sociedad venezolana.
La industria petrolera venezolana, en tanto que propiedad pública, reservada legal y constitucionalmente al Estado, debe ser dirigida y administrada en consonancia con una estrategia nacional, que trascienda los límites de lo meramente empresarial.
Es importante destacar que al hablar de estrategia nacional no estamos limitando el horizonte al estrecho ámbito de lo estatal, tal como se plantea en presentaciones maniqueas pergeñadas para destacar las bondades de las concepciones ultraprivatizantes.
Una estrategia nacional podría, según nuestra concepción, comportar una voluntaria cesión a la actividad privada de áreas reservadas al Estado. Pero ello debe ser el resultado de una detenida consideración por parte de los poderes públicos y los órganos planificadores competentes, en un ambiente de consenso nacional. Sobre todo, esa cesión no podría comportar, como sucedió en el pasado y sigue sucediendo en el presente, transferencias unilaterales, sin la justa contraprestación debida por la liquidación de un activo público.
El esquema que se adopte para garantizar una gestión eficiente de la industria petrolera nacional puede responder a diferentes concepciones administrativas, políticas y sociales, pero, en cualquier caso, será indispensable acabar con el abusivo aprovechamiento privado de ese bien colectivo.
Para decirlo de una manera más directa, tal como está organizada actualmente, con su oposición a todo control externo y la reivindicación de una cierta soberanía paraestatal que le permite tender un velo de secreto sobre sus operaciones, la industria petrolera venezolana de propiedad pública es lugar propicio para el florecimiento de relaciones irregulares con grupos privados minoritarios a los cuales se otorga privilegios lesivos del interés colectivo.
Por tales motivos, consideramos que dentro de un proceso de verdadera profundización de la nacionalización petrolera, de auténtica apropiación por los venezolanos de su patrimonio colectivo, están planteadas una serie de tareas que requieren de una clara y definida voluntad política. Esa voluntad política no existe hoy, pero contribuiremos a su surgimiento al señalar las que a nuestro entender son esas tareas:
Realizar una severa investigación de las principales transacciones realizadas hasta la fecha en materia de contratos y adquisición de instalaciones y equipos, tanto en el país como en el exterior. Analizar claramente, de manera desagregada, el rendimiento de cada una de estas inversiones y sus perspectivas futuras. En particular establecer la conveniencia o no de mantener la propiedad de esos activos o realizar ventas, como la que estuvo prevista y no se concretó, con el 50% de la CITGO.
Detener las operaciones que se llevan a cabo en condiciones de costos incrementales, en abierta violación de normas técnicas y en desmedro de las posibilidades futuras de recuperación de los yacimientos. Investigar las causas de pérdidas y accidentes ocurridos en las áreas donde se realizan estas operaciones.
Estabilizar los niveles de producción dentro de los márgenes técnicos aconsejables para la preservación de la vida de los yacimientos, lo cual debe coincidir con el óptimo económico de máxima rentabilidad unitaria.
Mantener la política de propiciar, en el seno de la OPEP, un escenario de defensa de los precios, garantizando la asignación de una cuota de producción cónsona con el nivel óptimo de producción de nuestras reservas.
Evaluar los planes de desarrollo de la Faja del Orinoco y la Orimulsión, estableciendo claramente sus costos de oportunidad frente a destinos alternativos del ingreso disponible.
Detener las operaciones que se estén realizando con pérdidas y bajo el supuesto de estar pagando un hipotético "posicionamiento en el mercado".
Iniciar un proceso de investigación científica sobre los posibles usos no energéticos de las acumulaciones petrolíferas de la Faja. Establecer un programa de largo plazo con las Universidades, CONICIT, IVIC, INTEVEP, etc., para la formación de personal científico y técnico multidisciplinario dedicado a esa investigación.
Someter todas las transacciones de la industria petrolera nacional a la supervisión efectiva de la Contraloría General de la República.
Crear un equipo multidisciplinario y operativo, bajo control del Consejo de Ministros y con representación legislativa, laboral y empresarial, para la planificación en materia de economía petrolera y energética.
En ese equipo, que debería recibir los aportes -técnicos, que no deliberantes- de PDVSA, los Ministerios de Energía y Minas, Hacienda, Fomento, Relaciones Exteriores, CORDIPLAN, Banco Central, Gobernaciones de Estado y toda otra instancia pública o privada interesada, debe concentrarse toda la información disponible sobre la materia y el entorno socioeconómico nacional, para que pueda producir propuestas de acción coherentes y bien fundamentadas.
Detener el proceso de desgravación impositiva iniciado con la reducción y programada eliminación de los Valores Fiscales de Exportación.
A más largo plazo, establecer un sistema coherente de asignación de recursos, tal como el que hemos señalado en varios apartes de este trabajo y como han propuesto diversos estudiosos de la materia: Procurar los fondos que sean necesarios para garantizar el funcionamiento eficiente de la industria a todos sus niveles, para que responda eficazmente a las alternativas cambiantes de un mercado cada día más complejo, pero presupuestando cada año los proyectos recurrentes y los nuevos emprendimientos que se consideren viables, prioritarios y concordantes con los demás aspectos de la política económica establecidos en cada oportunidad, de acuerdo con la ya referida necesidad de integrar esa industria al esfuerzo general de reconstrucción de la economía nacional sobre bases más sólidas, que permitan superar los desequilibrios y carencias que la hacen vulnerable e ineficiente.
Volviendo al presente, termino insistiendo en las referencias a trabajos recientes, en los cuales he tratado estos temas de la historia y el destino de la industria petrolera venezolana.
La esperanza es lo último que se pierde. Y en las circunstancias actuales, es lo único que nos queda.
Transcribo los enlaces de los directamente pertinentes al tema y de manera general, los de mi blog personal:
https://petroleovenezolano.blogspot.com/
En el Portal Aporrea.org:
Política Petrolera a la manera de los músicos del "Titanic",
https://www.aporrea.org/energia/a263621.html
Política petrolera venezolana en cinco décadas.
https://www.aporrea.org/energia/a294641.html
Venezuela petrolera en la Tercera Década: Cerco y Aniquilación
https://www.aporrea.org/energia/a286838.html
Petróleos de Venezuela patrimonio nacional inalienable
https://www.aporrea.org/energia/a285499.html
Política Petrolera Venezolana en tiempos de catástrofe
https://www.aporrea.org/energia/a283731.html
55 artículos en Aporrea.org desde 16/10/17
https://www.aporrea.org/autores/mendoza.potella
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