Lo que sucede en extremos apurados debe enseñarnos el modo de aprovechar y multiplicar nuestras fuerzas en el curso revolucionario; regularmente, para lograr un fin, lo que se necesita es voluntad, voluntad decidida, resuelta, firme, que marche a su objetivo sin arredrarse por obstáculos ni cansancio. Las más de las veces no tenemos verdadera voluntad, sino veleidad, quisiéramos, más no queremos; quisiéramos, sí no fuera preciso salir de nuestra habitual pereza, arrostrar tal trabajo, superar tales obstáculos, pero no queremos alcanzar el fin a tanta costa; empleamos con flojedad nuestras facultades y muchos desfallecemos a mitad del camino.
Un revolucionario atento multiplica sus fuerzas de una manera increíble, aprovecha el tiempo atesorando siempre el caudal de ideas. Las percibe con más claridad y exactitud y, finalmente, las recuerda con más facilidad, a causa de que con la continua atención éstas se van colocando naturalmente en la cabeza de una manera ordenada. Los que no atiendan sino flojamente, pasean su entendimiento por distintos lugares a un mismo tiempo; aquí, reciben una impresión; allí otra muy diferente; acumulan cien cosas inconexas mutuamente para la aclaración y retención, se confunden, se embrollan y se borran unas a otras. No hay lectura, no hay conversación, no hay espectáculo, por insignificantes que parezcan, que no puedan instruirnos en algo.
En la apariencia, nada más fácil que definir una palabra, porque es muy natural que quien la emplee sepa lo que se dice, y, por consiguiente, pueda explicarlo. Hay medios que nos conducen al conocimiento de la verdad y obstáculos que nos impiden llegar a ellos; enseñar a emplear los primeros y a remover los segundos es el objeto de pensar bien. La atención es la aplicación de la mente a un objeto; el primer medio para pensar bien es poner atención: Sin la atención estamos distraídos, nuestra mente por decirlo así se halla en otra parte o por lo menos no ve aquello que se le muestra. Pero la experiencia enseña no ser así y que son muy pocos los capaces de fijar el sentido de las voces que usan. Semejante confusión nace de las que proliferan en las ideas del oposicionismo y a su vez contribuyen a documentarlos.
Hasta en las materias donde no entra para nada la imaginación y el sentimiento conviene a los revolucionarios guardarse de la manía de poner en los medios de comunicación burgués sus ideas obligándolos a sujetarse a un método determinado cuando o por su carácter peculiar o por los objetos de que se ocupa, requieren libertad de expresión, veracidad y desahogo. No puede negarse que el análisis, o sea la descomposición de las ideas, sirve admirablemente en muchos casos a los oposicionistas para darles claridad y precisión; pero es necesario no olvidar que la mayoría de los venezolanos somos un conjunto, y que el mejor modo de percibirnos es ver de una sola ojeada las partes y relaciones que nos diferencian y constituyen.
En el trato ordinario vemos a menudo laboriosos razonadores camaradas que conducen su discurso con cierta apariencia de rigor y exactitud, y que, guiados por el hilo engañoso, van a parar a un solemne dislate. Examinando la causa, notaremos que esto procede de que no miran la realidad sino por una sola cara. No les hace falta análisis; tan pronto como una idea cae en sus manos la descomponen; pero tienen la desgracia de descuidar algunas partes, y si piensan en todas, no recuerdan que se han hecho para estar unidas, que están destinadas a tener estrechas relaciones, y que si estas relaciones se obvian, la mejor idea podría convertirse en descabellada monstruosidad. No siempre les es dable adquirir por ellos mismos el conocimiento de la verdad, y entonces les es preciso valerse del testimonio ajeno. Desde ese momento la cuestión cambia de aspecto; lo que antes era improbable ha pasado a ser creíble; el hecho será verdadero, sólo falta aclarar su naturaleza. Si les conviene precaverse contra el engaño que “inocentemente” pueden haber sufrido sus mentores, no importa menos estar en guardia contra la falta de veracidad. He aquí una percepción clara, exacta, cabal, que nada deja que desear, que deja satisfecho al que habla y al que oye.
¿Qué entendemos por igualdad? La igualdad está en que unos no sean ni más ni menos en derechos que los otros. Además, los hombres y las mujeres pueden ser iguales o desiguales en saber, en virtud, en nobleza y en varias cosas más. Hablamos de la igualdad de la Naturaleza, de esta igualdad establecida por ella misma, contra cuyas leyes nada pueden los seres humanos; queremos decir que por naturaleza todos somos iguales. Ya, pero vemos que la Naturaleza nos hace a unos robustos, a otros endebles; pero estas desigualdades no quitan la igualdad de derechos. Sólo esto, y nada menos que esto, exige la igualdad de derechos, de la igualdad social y la igualdad ante la ley, pues no es mucho el anunciar que todos nacemos y morimos de una misma manera. Primero hay que entender las causas, que son, en parte sociales y en parte fisiológicas.
La igualdad entre los hombres y mujeres es una ley establecida por la Naturaleza; la Naturaleza no hace diferencias entre pobres y ricos, y nos enseña que todos tenemos un mismo origen y un mismo destino. La igualdad es obra de la Naturaleza; la desigualdad es obra de los individuos; sólo la maldad ha podido introducir en el mundo esas horribles desigualdades de que es víctima el linaje humano; sólo la ignorancia y la ausencia del sentimiento de la propia dignidad han podido tolerarlas. La naturaleza es indiferente a nuestros valores, y sólo puede ser entendida ignorando nuestros conceptos del bien y del mal. Nuestros sentimientos y creencias acerca del bien y del mal son, como todo lo demás que hay en torno a nosotros, hechos naturales desarrollados en la lucha por la existencia. ¿Cuál es la causa? La Religión Católica y los poderosos toman la palabra igualdad en sentido muy diferente, la aplican a objetos que distan tanto como cielo y tierra y pasan a una deducción general con entera seguridad, como si no hubiese riesgo de equivocación.
La carrera de la enseñanza debiera ser una profesión en la que se fijaran definitivamente desde la infancia los principios de solidaridad morales y políticos del socialismo. Desafortunadamente no sucede así, y una tarea de tanta gravedad y trascendencia se desempeña como a la aventura y sólo mientras se espera otra oportunidad mejor. El origen del mal no está en los profesores(as), sino en el sistema, que no los protege lo suficiente y no cuidan de brindarles con el aliciente y estímulo que ellos(as) necesitan en todo. Un solo profesor(ora) bueno(a) es capaz en algunos años de producir beneficios inmensos al país; él, ella, trabajan en una modesta aula, sin más testigos que unos pocos alumnos; pero estos se renuevan con frecuencia, y a la vuelta de algunos años ocuparan los destinos más importantes de nuestra Patria.
Siendo ésta una de las miserias de la flaca sociedad capitalista, preciso es resignarse a luchar con ella por bastante tiempo; pero es necesario tener siempre fija la vista sobre el mal, limitarle al menor circulo posible; y ya que no sea dado a nuestra debilidad remediarlo del todo, al menos no dejarle que progrese, evitar que cause los estragos que acostumbra. El pueblo que en este punto sabe dominarse a si mismo tiene mucho adelantado para conducirse bien; posee una cualidad rara que luego producirá sus buenos resultados, perfeccionando y madurando el juicio, haciendo adelantar en el conocimiento de los derechos.
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