Hay una doctrina, de obligado seguimiento en muchos lugares del planeta, que dicta las normas comerciales que las gentes deben cumplir en el plano de la existencia, para mayor gloria del capìtalismo. La singularidad de esta nueva doctrina, cuya idea es el crecimiento continuado del capital como valor representativo de la fuerza hoy socialmente dominante, es su carácter prioritariamente materialista, asida al sentido económico que domina en el mundo y la existencia de las gentes. Todo en ella se representa aquí y ahora, y la llave de entrada es el valor de intercambio mercantil conocido como dinero. A cambio, la oferta que se hace a los creyentes es el bienestar existencial, y el acceso al mismo es sencillo. Partiendo de la creencia en las virtudes de la mercancía, en forma de productos del mercado abierto, basta con intercambiarla por dinero, como representación social del capital. Realizado el intercambio en tales términos, queda establecido el concepto de posesión legítima. Con lo que, según la doctrina, la mercancía adquirida pasa al dominio personal para desplegar sus beneficios existenciales en términos de sensación de bienestar para el consumidor. El proceso para mejorar la vida de la persona es sencillo, basta con acudir al lugar de exposición de las mercancías, el mercado, y adquirirla a través del pago. Del funcionamiento del mercado se ocupan los oficiantes de la doctrina, gestores de empresas encargadas de producir y traficar con la mercancía, que puede ser objetos, servicios o dinero,
Las empresas del capitalismo invierten en todo aquello que consideran productivo para recoger beneficios. Han fijado su atención en el nuevo mercado, utilizando la empresa y el trabajo como productores de mercancía a gran escala, y necesariamente, para dar salida a la producción crearon el consumo, que iba más allá de satisfacer necesidades vitales, dándole un aire de progreso social como motor de la mejora de la calidad de vida de las personas. Seguidamente, el consumo de masas fue el remate de la acción de atracción del mercado. La doctrina, sutilmente vino a decir a las gentes que el bienestar en la vida residía en el mercado, y su aceptación supuso una apreciable captación de fieles, lo que permitió que, a partir de entonces, pasara ser centro de devoción colectiva atraída por el efecto mercancía. Finalmente, las gentes han tomado conciencia de que es preciso entregarse al mercado, y lo hacen a nivel mundial por efecto de la globalización, que ha permitido sobrepasar límites fronterizos y llevar la doctrina del consumo a cualquier lugar. Sus oficiantes empresariales han creando capital sobre la base de la plusvalía, dando pruebas a las gentes de sus beneficios en orden a la mejora de la calidad de vida, de ahí su aceptación. Desde esta aceptación social, económicamente creció sin límites la fuerza del capital y el poder del capitalismo ha pasado una realidad mundial.
Superada la fase puramente mercantil, asumida la globalización, salvo en contadas excepciones locales, el capitalismo busca seguridad para sus multinacionales y toma el control de la política mundial a través del Estado-hegemónico de zona y las instituciones internacionales. Ya no hay fronteras, y las empresas que trafican con la mercancía y las finanzas operan en un mercado universal controlado por la sinarquía económica, situada al más alto nivel suprasocial. Los Estados pasan a ser órganos administrativos encargados de vigilar al personal de su espacio geográfico para que sigan las reglas del sistema capitalista. El siguiente efecto, derivado del control de la política, es afianzar la doctrina para encerrar a los consumidores al cercado del mercado y no salten el vallado. Aquí las leyes juegan un papel determinante en el asentamiento pleno de la doctrina, mientras que los consumidores quedan sujetos férreamente a los principios doctrinales, triunfando el dogma de consumir, consumir y consumir.
Controlada la economía y la política, manipular a la sociedad es el tercer paso, sin duda el más sencillo, porque al haber sido cercada económica y políticamente, de lo que se trata es de consolidar una forma de vida, la cultura mall, pasando a ser el centro comercial el punto de socialización de los consumidores. El marketing tiene que hacer su papel activamente, porque de lo que se trata es de crear a marchas forzadas nuevas demandas a través de sucesivas modas, al objeto de procurar necesidades artificiales a fin de mantener en pie el consumismo y el mercado. Para alimentarlo hay que imponer la igualdad, de manera que todos puedan acudir al mercado. Es aquí donde entran en juego las políticas woke, para que la maquinaria estatal, ademas de otras ventajas grupales, asuma la tarea de procurar efectivo a los menos favorecidos económicamente para que acudan a entregarlo al mercado. Si el despilfarro estatal se desboca, el capitalismo no duda en acudir al modelo de la motosierra para sanear las fianzas estatales y, cumplida la misión, continuar con lo mismo. En el fondo, socialmente ambas políticas, progresista y conservadora, aunque con distinto estilo, sirven al mismo patrón.
El resultado final es que el capitalismo está por todas partes y en todos los lugares e impone un particular modelo de totalitarismo. Todos piensan en clave capitalista, el mundo es o acaba siendo capitalista, afectado claramente por la nueva doctrina del bienestar material, servido a las gentes de manera inmediata. Solo basta conectarse al mercado, tener disponible la savia de la existencia e intercambiarla por fetiches, para aprovecharse de sus poderes sobrenaturales. Lo que, para la mayoría, supone entregarse a un mundo de creencias y, para la minoría que maneja el negocio, actuar con racionalidad económica, resume el sentido práctico de la doctrina capitalista, que ha pasado a ser de obligado seguimiento.