La religión, por el hecho mismo de constituir un derecho de cada quien, es algo que debe quedarse en el terreno de lo personal, de lo íntimo, y no tiene por qué mezclarse en los asuntos de orden público. Una vez establecido en nuestra Constitución el libre culto, la profesión de fe de —por ejmplo— un Presidente no sólo es irrelevante, sino que puede afectar la sensibilidad de aquellos en el pueblo que no comparten la misma fe, o son simplemente ateos. En el caso de una República como la nuestra, se trata de una neutralidad deontológica inherente a todo cargo público.
Eso en cuanto al respeto formal de las estructuras de derecho del país. En cuanto al aspecto político-estratégico, si bien el "uso" de la religión puede tener efectos "seductores" en la población creyente (que es en nuestro país mayoritaria), lo cierto es que en un sentido más profundo de la ética revolucionaria es responsabilidad moral de los líderes y dirigentes revolucionarios promover el uso de la razón, facilitarle al pueblo los medios y herramientas necesarios para salir del oscurantismo, de la ignorancia, de la credulidad y superstición en que lo han mantenido por siglos las religiones. Imprimiendo en él la huella jerárquica de una bota universal, éstas tienen la particularidad nefasta de dominar la psicología colectiva a través del miedo, la penitencia, la culpa, la vergüenza del cuerpo, la negación de todo lo referente al "más acá".
No se trata de negar la espiritualidad, sólo de deslastrarla de tanto irracionalismo, pues la espiritualidad no puede estar reñida con la razón. La razón no pretende saberlo todo, y sólo ven arrogancia en ella quienes piensan exclusivamente a través de dogmas teológicos, y no osan por lo tanto buscar por sus propios medios, sin autorización divina, penetrar en las arcanas de la naturaleza. El coraje que nace del uso de la razón libera al individuo, precisamente, de la verdadera arrogancia, la cual se encuentra en los mundos tan absolutos como improbados de la revelación divina, que mantienen al individuo en una eterna y oscura "sumisión iluminada". La modestia implícita del enfoque racional, que no se jacta de tan dudosas plenitudes, debe ser promovida por los revolucionarios socialistas.
Sin transformación del individuo no hay transformación social, ni nueva sociedad. Cualquier líder revolucionario está en el deber de poner de lado sus propias inclinaciones religiosas y hacer un esfuerzo por explicar todos principios humanistas que profesa sin recurrir a referencias bíblicas. No es necesario recurrir a ellas para hablar de justicia, solidaridad, respeto y amor entre los seres humanos.
Estos mismos principios han sido expresados por mucha gente a través de la historia, y no son una invención de la Biblia ni de sus santos. Si las escrituras llamadas sagradas contienen incuestionables enseñanzas morales, ello es debido a que recogen la historia de los hombres, la cual ha sido escrita por éstos y no por sus dioses. Las religiones instituidas, como el cristianismo, han monopolizado la sabiduría humana para luego volverse contra ella. Su método ha sido capitalizar el sentimiento más natural de la humanidad —el de pertenencia universal— para hacerlo antitético al conocimiento, y volvernos esclavos por la ignorancia.
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