¿Qué relación existe entre el límite absoluto del tiempo de circulación de una mercancía y su idoneidad como objeto de la producción capitalista?
Dentro de la esfera de circulación, el capital recorre —en un sentido o en otro— las dos fases contrapuestas M — D y D — M. Su tiempo de circulación se divide, por tanto, en dos partes; el tiempo que necesita para convertirse de mercancía en dinero y el tiempo necesario para convertirse de dinero en mercancía. Sabemos ya por el análisis de la circulación simple de mercancías (libro I, cap. III pp. 71 ss.) que la fase M — D, la de la venta, representa la parte más difícil de su metamorfosis y por tanto, en condiciones normales, la mayor parte del tiempo de circulación. Cuando reviste la forma de dinero, el valor puede invertirse en cualquier momento. En cambio, como mercancía, necesita convertirse previamente en dinero para ser directamente cambiable y estar en condiciones de actuar a cada instante. Sin embargo, el proceso circulatorio del capital en su fase D — M supone precisamente su transformación en mercancías que representen determinados elementos del capital productivo en una base dada de inversión. Puede ocurrir que los medios de producción no se encuentren en el mercado, sino que deban ser producidos previamente, que haya que ir a buscarlos a mercados lejanos, que se presenten lagunas en su abastecimiento normal, cambios de precios, etc.; en una palabra, todo un cúmulo de circunstancias que no se traslucen en la simple fórmula D — M, pero que absorben unas veces más y otras menos tiempo, en esta parte de la fase de circulación. Las fases M — D y D — M se hallan separadas en el tiempo, pudiendo también ocurrir que lo estén en el espacio, que el mercado de compra y el de venta sean mercados geográficamente distintos. En las fábricas, por ejemplo, suele incluso ocurrir que los compradores y los, vendedores sean distintas personas. En la producción de mercancías, la circulación es tan necesaria como la misma producción y los agentes de circulación tan necesarios, por consiguiente, como los de producción. El proceso de reproducción engloba ambas funciones del capital; implica también, por tanto, la necesidad de que estas funciones se hallen representadas ya sea por el mismo capitalista o por obreros asalariados, agentes suyos. Pero esto no es razón para confundir los agentes de la circulación con los de la producción, como no lo es tampoco para confundir las funciones del capital-mercancías y del capital-dinero con las funciones del capital productivo. Los agentes de la circulación tienen que ser pagados por los agentes de la producción. Pero los capitalistas, al comprar y vender entre sí, no crean con este acto productos ni valor; y la cosa no cambia porque el volumen de sus negocios les permita y exija confiar estas funciones á otros. En algunos negocios, los compradores y vendedores se hallan interesados con un tanto por ciento en los beneficios. La frase de que son los consumidores quienes les pagan, no resuelve nada. Los consumidores sólo les pueden pagar en la medida en que, como agentes de la producción, produzcan un equivalente en mercancías o se lo apropien tomándolo de los agentes de la producción, ya sea a base de un título jurídico (como sus asociados, etc.) o en concepto de retribución por sus servicios personales.
Existe entre las fases M — D y D — M una diferencia que no guarda relación alguna con la diversidad de forma entre la mercancía y el dinero, sino que responde al carácter capitalista de la producción. De por sí, tanto M — D como D — M son simples trasposiciones de un valor dado de una forma a otra. Sin embargo, M' — D' representa, al mismo tiempo, la realización de la plusvalía contenida en D'. No ocurre así en D — M. Por eso la venta es más importante que la compra. D — M es, en condiciones normales, un acto necesario para la valorización del valor expresado en D, pero no es nunca realización de plusvalía. Encauza su producción, pero no contribuye a ella.
La forma o modalidad de las mismas mercancías, su existencia como valores de uso, traza determinados límites a la circulación del capital-mercancías M' — D'. Las mercancías son, por naturaleza, perecederas. Por consiguiente, si no entran en el consumo productivo o individual, según su destino; si, dicho en otros términos, no se venden al cabo de cierto tiempo, se deterioran y pierden, con el valor de uso, su facultad de ser encarnación del valor de cambio. Se pierde el valor-capital y la plusvalía contenidos en ellos. Los valores de uso sólo son encarnación del valor-capital perenne y fuente de propia valorización cuando se renuevan y reproducen constantemente, reponiéndose con nuevos valores de uso del mismo tipo o de tipo distinto. Pero la condición incesante de su reproducción es su venta bajo su forma terminada de mercancías, lo que les permite entrar en la órbita del consumo productivo p individual. Tienen que cambiar su antigua forma útil dentro de un determinado plazo, para poder seguir existiendo bajo una forma nueva. El valor de cambio sólo se conserva mediante esta renovación constante de su envoltura corpórea. Los valores de uso de distintas mercancías se deterioran más o menos rápidamente; entre su producción o su consumo puede transcurrir, por tanto, un tiempo más o menos largo; pueden, por consiguiente, sin perecer, permanecer más o menos tiempo en la fase de circulación M — D como capital-mercancías; soportar, como mercancías, un tiempo más o menos largo de circulación. El límite que traza al tiempo de circulación del capital-mercancías el deterioro de la materialidad corpórea de éstas, constituye el limite absoluto de esa parte del tiempo de circulación o del mismo período de circulación que el capital-mercancías puede recorrer en cuanto tal. Cuanto más perecedera sea una mercancía, cuanto más rápidamente deba ser consumida y, por tanto, vendida, después de su producción, menos podrá alejarse de su lugar de producción, más reducida será, por tanto, su esfera territorial de circulación, mayor carácter local tendrá su mercado de venta. Por consiguiente, cuanto más breve sea la vida de una mercancía, cuanto más estrecho sea, por su carácter físico, el límite absoluto de su tiempo de circulación como mercancía, menos apta será como objeto de la producción capitalista. Esta sólo puede aclimatarse en lugares de gran densidad de población o a medida que las distancias geográficas se acortan con el desarrollo de los medios de transporte. La concentración de la producción de un artículo en pocas manos y en lugares densamente poblados puede, sin embargo, crear un mercado relativamente grande para esta clase de artículos, como ocurre por ejemplo con las grandes fábricas de cerveza, las grandes lecherías, etc.
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