Entrevistando imaginariamente a Marx sobre lo tratado en: El capítulo VI del Tomo II de “El Capital” (II)

¿Qué diferencia existe entre los gastos originados por la contabilidad y por la compra y venta?

Supongamos, para simplificar la cosa (pues más adelante examinaremos al comerciante como capitalista y como capital comercial), que este agente dedicado a comprar y vender sea una persona que vende su trabajo. Su fuerza y su tiempo de trabajo se invierten en las operaciones M — D y D — M. Vive por tanto de esto, como otros viven, por ejemplo, de hilar o de amasar píldoras. Y realiza una función necesaria, ya que el proceso de reproducción incluye también funciones improductivas. Trabaja lo mismo que otro cualquiera, con la particularidad de que el contenido de su trabajo no crea un valor ni un producto. Figura entre los faux frais (4) de la producción. Su utilidad no consiste en convertir una función improductiva en productiva o un trabajo improductivo en productivo. Si pudiera operarse semejante transformación mediante una simple transferencia de funciones, ello constituiría un milagro. Su utilidad consiste en destinar a esta función improductiva una cantidad menor de fuerza y de tiempo de trabajo de la sociedad. Más aún. Supongamos que este agente sea un obrero asalariado, mejor pagado si se quiere. Por bien que se le pague, como obrero asalariado trabajará necesariamente una parte de su tiempo gratis. Obtendrá, por ejemplo, diariamente, el producto de valor de ocho horas de trabajo y trabajará diez. Las dos horas de trabajo excedente que efectúe no producirán ningún valor, ni más ni menos que las ocho horas de trabajo necesario, aunque por medio de éstas se transfiera a él una parte del producto social. En primer lugar, porque, considerada la cosa desde el punto de vista social, en esta simple función circulatoria, se seguirá desperdiciando, lo mismo que antes, una fuerza de trabajo durante diez horas diarias. Dicha fuerza de trabajo no puede emplearse en ninguna otra cosa, no puede emplearse en rendir trabajo productivo. En segundo lugar, porque la sociedad no paga las dos horas de trabajo sobrante, a pesar de que el individuo que efectúa éste las rinde. La sociedad no se apropia por medio de este trabajo ningún producto o valor adicional. Lo que pasa es que los gastos de circulación que dicho individuo representa se reducen en una quinta parte, de diez horas a ocho. La sociedad no paga ningún equivalente por una quinta parte de este tiempo activo de circulación de que aquél es agente. Y si es el capitalista quien lo emplea, el hecho de no pagar estas dos horas disminuirá los gastos de circulación de su capital, que representan una merma de sus ingresos. Es, para él, una ganancia positiva, ya que reduce el límite negativo puesto a la valorización de su capital. En cambio, si son los pequeños productores independientes de mercancías quienes dedican a comprar y vender una parte de su propio tiempo, éste será o bien tiempo invertido en los intervalos de su función productiva o bien tiempo que viene a mermar su período de producción.

En todo caso, el tiempo invertido para estos fines representa un costo de circulación, que no añade nada a los valores transferidos. Es el costo necesario para transferirlos de la forma mercancía a la forma dinero. Cuando el productor capitalista de mercancías actúa como agente de la circulación se distingue del productor directo de mercancías en que vende y compra en mayor escala, funcionando, por tanto, como agente de la circulación en una escala también mayor. Pero el fenómeno no cambia, sustancialmente, por el hecho de que el volumen de sus negocios le obligue o le consienta comprar (alquilar) como obreros asalariados agentes de circulación propios. Hasta cierto grado, es necesario invertir en el proceso de circulación (considerado como simple cambio de forma) fuerza y tiempo de trabajo. Pero, aquí, esto aparece como una inversión de capital adicional: hay que invertir una parte del capital variable en comprar estas fuerzas de trabajo aplicables solamente en la circulación. Este desembolso de capital no crea un producto ni un valor. Disminuye por tanto el volumen en que el capital desembolsado funciona productivamente. Es como si una parte del producto se convirtiese en una máquina destinada a comprar y vender la parte restante dé dicho producto. Esta máquina representa una merma del producto. No interviene activamente en el proceso de producción, aunque pueda disminuir la fuerza de trabajo, etc., invertida en la circulación. Constituye, simplemente, una parte de los gastos de circulación.

Además del tiempo de trabajo invertido en las operaciones efectivas de comprar y vender, se invierte tiempo de trabajo en la contabilidad, en la que entra, además, trabajo materializado en forma de plumas, tinta, papel, mesas de escritorio y gastos de oficina. Esta función consume, por tanto, de una parte, fuerza y, de otra, medios de trabajo. Ocurre con esto exactamente lo mismo que con el tiempo invertido en comprar y vender.

Como unidad dentro de sus ciclos, como valor en marcha, sea dentro de la órbita de la producción o dentro de las dos fases que forman la órbita de la circulación, el capital sólo existe idealmente bajo la forma de dinero aritmético, de momento solamente en la cabeza del productor, capitalista o no, de mercancías. La contabilidad, que incluye también la fijación o el cálculo de los precios de las mercancías, establece y controla este movimiento. El movimiento de la producción y sobre todo el de la valorización —en que las mercancías sólo figuran como exponentes de valor, como nombres de cosas cuya existencia ideal de valor se fija en dinero aritmético, se refleja de este modo en la idea por medio de una imagen simbólica. Mientras el productor individual de mercancías lleva la contabilidad en su cabeza (como hace, por ejemplo, el campesino, hasta que la agricultura capitalista hace que surja el empresario agrícola, con una contabilidad organizada) o se limita a registrar en un libro los gastos, los ingresos, los vencimientos, etc., de pasada, el margen del tiempo de producción, es evidente que esta función y los instrumentos de trabajo que requiere, el papel, etc., representan un consumo adicional de tiempo e instrumentos de trabajo, que, aunque necesarios, suponen una merma tanto del tiempo que puede emplear productivamente como de los instrumentos de trabajo aplicados al verdadero proceso de producción, a la creación de un producto y de un valor. La naturaleza de la propia función no cambia ni por el volumen que adquiere al concentrarse en manos del productor capitalista de mercancías, dejando de ser la función de muchos pequeños productores de mercancías para convertirse en función de un capitalista, vinculada a un proceso de producción en gran escala, ni por el hecho de desglosarse de las funciones productivas, de las que era accesorio, para pasar a ser, adquiriendo existencia independiente, la función específica de determinados agentes a quienes está exclusivamente encomendada.

La división del trabajo, el hecho de que una función adquiera existencia independiente, no la convierte en creadora de producto y de valor si no lo era ya de por sí, es decir, antes de haber logrado su independencia. Cuando un capitalista invierte su capital en un negocio nuevo, no tiene más remedio que dedicar una parte de él a comprar un contable, etc., y a adquirir los materiales necesarios para la contabilidad. Y si su capital está ya funcionando, dedicado a su proceso constante de reproducción, tiene que hacer revertir constantemente una parte del producto-mercancía, transformándolo en dinero, para pagar a los contables, dependientes, etc. Esta parte del capital se sustrae al proceso de producción y figura entre los gastos de circulación, que hay que deducir del producto total. (Incluyendo la fuerza de trabajo que se aplica exclusivamente a esta función.)

Existe, sin embargo, cierta diferencia entre los gastos originados por la contabilidad o por el empleo improductivo del tiempo de trabajo, de una parte, y los que, de otra parte, origina el tiempo consagrado exclusivamente a comprar y vender. Estos responden simplemente a la forma social concreta del proceso de producción, a su carácter de proceso de producción de mercancías. La contabilidad, en cambio, como control y compendio ideal del proceso, es más necesaria cuanto más carácter social adquiere este proceso y más pierde su carácter puramente individual; es más necesaria, por tanto, en la producción capitalista que en la producción desperdigada de las empresas artesanales y campesinas, y más necesaria todavía en una producción de tipo colectivo que en la producción capitalista. Sin embargo, los gastos de la contabilidad se reducen a medida que se concentra la producción y aquélla se va convirtiendo en una contabilidad social.


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Nicolás Urdaneta Núñez


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