Entrevistando imaginariamente a Marx sobre lo tratado en: El capítulo VI del Tomo II de “El Capital” (VI)

¿Qué factores determinan la escala de producción, a medida que se desarrolla el capitalismo?

Lo que se presenta en Lalor, por ejemplo, como disminución del almacenamiento sólo es, en parte, disminución del almacenamiento en forma de capital-mercancías o del verdadero almacenamiento de mercancías; es decir, un simple cambio de forma del mismo almacenamiento. Si, por ejemplo, es grande la masa de carbón que se produce diariamente en el propio país, y por tanto el volumen y la energía de la producción de carbón, el hilandero no necesitará tener grandes existencias de este combustible para asegurar la continuidad de su producción de hilados. La renovación constante y segura del suministro de carbón lo hará innecesario. En segundo lugar: la velocidad con que el producto de un proceso pueda pasar a otro como medio de producción dependerá del desarrollo de los medios de transporte y de comunicación. La baratura del transporte desempeña un papel importante, en este respecto. Por ejemplo, el transporte continuo de pequeñas cantidades de carbón de la mina a la hilandería resultaría más caro que el suministro de una gran masa de carbón para largo tiempo, suponiendo que el transporte sea, relativamente, más barato. Estas dos circunstancias que hemos examinado se desprenden del mismo proceso de producción. En tercer lugar, influye también el desarrollo del sistema de crédito. Cuanto menos dependa el hilandero de la venta inmediata de su hilo para la renovación de sus existencias de algodón, carbón, etc. —y esa dependencia inmediata será menor cuanto más desarrollado se halle el sistema del crédito—, menor será el volumen relativo de esas existencias necesario para asegurar en una escala dada la producción continua de hilo sin hallarse sujeto a las contingencias de su venta. En cuarto lugar, hay muchas materias primas, artículos a medio fabricar, etc., que necesitan largos períodos de tiempo para su producción, que es lo que ocurre principalmente con todas las materias primas suministradas por la agricultura.  Por tanto, para que el proceso de producción no se interrumpa, será necesario contar con determinadas existencias de esos elementos, para hacer frente a todo el período durante el cual no aparece el nuevo producto llamado a sustituir al antiguo. Si estas existencias disminuyen en manos del capitalista industrial, esto sólo demuestra una cosa: que aumentan, en forma de almacenamiento de mercancías, en manos del comerciante. El desarrollo de los medios de transporte, por ejemplo, permite trasladar rápidamente de Liverpool a Manchester el algodón depositado en el puerto de desembarque, de modo que el fabricante puede ir renovando sus existencias de algodón en cantidades relativamente pequeñas y a medida que lo necesita. Pero el algodón que él no adquiere se va acumulando en una masa tanto mayor, como mercancía almacenada, en manos de los comerciantes de Liverpool. Se trata, por tanto, de un simple cambio de forma del almacenamiento, circunstancia en que no pararon mientes Lalor y otros. Y, si nos fijamos en el capital social, vemos que es la misma masa de productos la que sigue figurando aquí en forma de almacenamiento. En un país determinado, el volumen en que tiene que hallarse disponible la masa necesaria para un año, por ejemplo, disminuye a medida que se desarrollan los medios de transporte. Si entre los Estados Unidos e Inglaterra navegan muchos barcos de vapor y de vela, las posibilidades de renovar las existencias de algodón de Inglaterra aumentarán, disminuyendo con ello la masa de algodón almacenado que por término medio debe existir en Inglaterra. También influye en esto el desarrollo del mercado mundial y, por tanto, la multiplicación de las fuentes de suministro del mismo artículo. Un mismo artículo es suministrado parcialmente por diversos países y en diversos períodos de tiempo.

Ya hemos visto que, dentro de la producción capitalista, la mercancía se convierte en forma general del producto, tanto más cuanto más se desarrolla en extensión y en profundidad aquel régimen de producción. Existe, por tanto, lo mismo si se toman como punto de comparación modos de producción anteriores que si nos fijamos, en el mismo modo de producción capitalista, pero en un grado inferior de desarrollo —incluso suponiendo que el volumen de la producción sea el mismo—, una parte incomparablemente mayor del producto que reviste forma de mercancía. Y toda mercancía —y también, por consiguiente, todo capital-mercancías, que no es, a su vez, más que mercancía, sí bien bajo la forma o modalidad de valor-capital —constituye, siempre que no pase directamente de su órbita de producción al consumo individual o productivo, es decir, en el intervalo durante el cual aparece en el mercado, un elemento de las existencias de mercancías almacenadas. Por tanto, de por sí —suponiendo que el volumen de la producción permanezca idéntico— las existencias de mercancías (o sea, esta sustantivación y plasmación de la forma mercancía del producto) crecen a medida que crece la producción capitalista: Como sabemos, esto no es más que un simple cambio de forma del almacenamiento; es decir, que si por un lado aumentan las existencias en forma de mercancías es porque por otro lado disminuyen bajo la forma de existencias directas de producción o de consumo. Cambia, simplemente, la forma social de las existencias. Y si, al mismo tiempo, no cambia solamente la magnitud relativa de las existencias de mercancías en proporción al producto total de la sociedad, sino también su magnitud absoluta es porque a medida que se desarrolla la producción capitalista crece la masa del producto total.

Al desarrollarse la producción capitalista, la escala de la producción es determinada en grado cada vez menor por la demanda directa de producto y en grado cada vez mayor por el volumen del capital de que el capitalista individual dispone, por el impulso de valorización de su capital y por la necesidad de la continuidad y la extensión de su proceso de producción. Con ello, crece necesariamente, en cada rama especial de producción, la masa de productos que aparecen en el mercado bajo forma de mercancías, o buscan comprador. Aumenta la masa de capital plasmada durante más o menos tiempo 'bajo la forma de capital-mercancías. Aumentan, por tanto, las mercancías almacenadas.

Finalmente, la mayor parte de los individuos de la sociedad se ven convertidos en obreros asalariados, en gentes que viven sin reservas, que perciben su salario semanalmente y se lo gastan al día, que, por tanto, necesitan encontrar sus medios de vida disponibles en el mercado. Y, por mucho que los distintos elementos integrantes de este fondo de existencias se movilicen, una parte de ellos tiene por fuerza que hallarse constantemente paralizada para que el fondo de existencias pueda moverse continuamente. 
 
 
 
 

  Todos estos factores surgen de la forma de la producción y de la mutación de forma implícita en ella y que necesariamente tiene que sufrir el producto en el proceso de circulación.

   Cualquiera que sea la forma social que revistan las existencias de productos, su conservación supone gastos: edificios, envases, etc., en que los productos se conservan, así como también medios de producción y trabajo, más o menos en relación con la naturaleza del producto y que es necesario invertir para contrarrestar las influencias perturbadoras. Estos gastos disminuyen relativamente cuanto más se concentran socialmente las existencias. Constituyen siempre una parte del trabajo social, sea en forma materializada o como trabajo vivo —son, por tanto, en su forma capitalista, gastos de capital—, que no entran en la composición del producto mismo y representa, por consiguiente, deducciones de éste. Figuran necesariamente en el pasivo de la riqueza social. Son los gastos de conservación del producto social, lo mismo si su existencia como elemento de las existencias de mercancías responde simplemente a la forma social de la producción, es decir, a la forma de mercancías y a su necesaria mutación de forma, que si sólo consideramos las existencias de mercancías como una forma especial de las existencias de productos comunes a todas las sociedades, aunque no bajo la forma de existencia de mercancías, forma de las existencias de productos correspondiente al proceso de circulación.

  Veamos ahora en qué medida estos gastos entran a formar parte del valor de las mercancías.

  Cuando el capitalista ha convertido su capital desembolsado para adquirir medios de producción y fuerza de trabajo en productos, en una masa de mercancías lista para la venta, y ésta permanece invendible en el almacén, no se paraliza solamente el proceso de valorización de su capital durante este período. Los gastos que supone la conservación de estas existencias de mercancías en edificios, trabajo adicional, etc., representan una pérdida positiva. El comprador que al cabo adquiriese las mercancías se echaría a reir si aquél le dijese: mis mercancías han estado en el almacén seis meses sin poder venderse y su conservación durante estos seis meses no sólo me ha tenido paralizado un capital X, sino que además me ha originado X gastos. Tant pis pouc vous , (7) le diría el comprador, pues a tu lado hay otros vendedores cuyas mercancías han sido lanzadas al mercado solamente anteayer. Tus mercancías son existencias viejas, que probablemente se hallan más o menos melladas por el diente del tiempo; por tanto, tendrás que venderlas más baratas que tus competidores. El hecho de que el productor de las mercancías sea un verdadero productor o sea su productor capitalista, es decir, de hecho, un simple representante de su verdadero productor, no altera para nada las condiciones de vida de las mercancías. El productor deberá convertir las cosas en dinero. Los gastos que le origine su conservación bajo la forma de mercancías figuran entre sus contingencias individuales, que al comprador de las mercancías le tienen sin cuidado. Este no tiene por qué pagarle los gastos de circulación de sus mercancías. Incluso cuando el capitalista, en épocas de revolución real o presunta retenga intencionalmente sus mercancías en vez de llevarlas al mercado, el que pueda resarcirse de los gastos adicionales que ello suponga dependerá de que esa revolución se produzca o no, es decir, de que su especulación resuite o no acertada. No es que la revolución operada en el valor sea precisamente consecuencia de los gastos que ello le origine. Por tanto, en la medida en que el almacenamiento paraliza la circulación, los gastos originados por él no añaden ningún valor a la mercancía. Por otra parte, no puede existir almacenamiento sin que las mercancías se detengan en la órbita de la circulación, sin que el capital permanezca durante más o menos tiempo bajo la forma de mercancías; no puede existir, por tanto, almacenamiento sin que se interrumpa la circulación, del mismo modo que el dinero no puede circular sin que se forme una reserva de dinero. Por consiguiente, sin existencias de mercancías no cabe circulación de mercancías. Y si esta necesidad no se le plantea al capitalista en M' — D' se le plantea en D — M; no respecto a su capital, sino respecto al capital-mercancías de otros capitalistas que producen medios de producción para él y medios de vida para sus obreros.

  El hecho de que el almacenamiento sea voluntario o involuntario, es decir, de que el productor de mercancías las almacene intencional-mente o se vea obligado a hacerlo por la resistencia que las mismas condiciones del proceso de circulación oponen a su venta, no parece que altere para nada la esencia del problema. Sin embargo, conviene saber, para los efectos de su solución, en qué se distingue el almacenamiento voluntario del involuntario. La formación involuntaria de stocks obedece o es idéntica a un estancamiento de la circulación independiente de los planes del productor de mercancías y que viene a interponerse ante su voluntad. ¿Qué caracteriza, en cambio, el almacenamiento voluntario de mercancías? El vendedor procura siempre deshacerse lo más rápidamente posible de su mercancía. Ofrece siempre en venta como mercancía su producto. Si lo sustrajese a la venta, éste sólo sería elemento potencial, (no efectivo) de almacenamiento. Para él, la mercancía sigue siendo simplemente el exponente de su valor de cambio, y sólo puede actuar como tal abandonando su forma de mercancía para revestir la forma de dinero.

   Los stocks de mercancías deben tener el volumen necesario para poder satisfacer durante un determinado período las necesidades de la demanda. Para ello, se cuenta con una extensión constante del círculo de compradores. Para que alcancen, por ejemplo, durante un día, una parte de las mercancías que se encuentran en el mercado deben permanecer constantemente bajo forma de mercancías, mientras otra parte circula, se convierte en dinero. Claro está que la parte que se estanca mientras la otra circula disminuye constantemente, del mismo modo que el volumen del mismo stock se va reduciendo, hasta que por último se vende en su totalidad. Por tanto, el almacenamiento de mercancías se considera aquí como condición necesaria de la venta de éstas. Su volumen debe exceder, además del de la venta media o del de la demanda media. De otro modo, no podría satisfacer la venta o la demanda que excediese de este límite. Por otra parte, los stocks deberán renovarse constantemente, puesto que se agotarán de un modo constante. Esta renovación sólo podrá alimentarse, en última instancia, a base de la producción, mediante la afluencia de nuevas mercancías. Las nuevas mercancías pueden afluir del extranjero o del interior del país; esto no altera para nada los términos del problema. La renovación depende de los períodos de tiempo que las mercancías necesiten para su reproducción. Los stocks de mercancías deben bastar para cubrir estos períodos. El hecho de que las mercancías almacenadas no permanezcan en manos de su productor, sino que discurran a lo largo de distintos canales que van desde el gran almacenista hasta el comerciante al por menor, no influye para nada en el problema mismo, aunque sí en su modo de manifestarse. Desde el punto de vista social, una parte del capital sigue revistiendo la forma de mercancías almacenadas mientras la mercancía no entre en el consumo productivo o individual. El propio productor procura formar un stock de mercancías correspondiente a su demanda media, para no depender directamente de la producción y asegurarse constante clientela. Se establecen plazos de compra en consonancia con los períodos de producción y las mercancías se almacenan durante un tiempo más o menos largo, hasta que pueden reponerse con nuevos ejemplares de la misma clase. Y este almacenamiento asegura la persistencia y continuidad del proceso de circulación y, por tanto, del proceso de reproducción, que forma parte de aquél.

  Recordemos que el proceso de M' — D' puede operarse para el productor de M aunque M se encuentre todavía en el mercado. Si el mismo productor quisiera retener su propia mercancía en el almacén hasta venderla al consumidor definitivo, tendría que poner en movimiento dos capitales, uno como productor de la mercancía y otro como comerciante. En cuanto a la misma mercancía, ya se la considere de por sí o como parte integrante del capital social, el pioblema no cambia para nada por el hecho de que los gastos del almacenamiento recaigan sobre su productor o se repartan entre una serie de comerciantes desde A hasta Z.

  Cuando el stock de mercancías no sea otra cosa que la forma mercancías del stock que existiría al llegar a una determinada fase de la producción social, bien como stock productivo (fondo latente de producción) o como fondo de consumo (reserva de medios de consumo), si no existiese como stock de mercancías, los gastos que supone la conservación del stock, y por tanto los gastos de formación de éste —es decir, el trabajo materializado o vivo invertido en ello—, son también gastos simplemente transferidos de conservación, bien del fondo social de producción, bien del fondo social de consumo. La elevación de valor de la mercancía determinada por ellos sólo divide estos gastos pro rata (8) entre las distintas mercancías, ya que difieren con respecto a las distintas clases de éstas. Los gastos de almacenamiento siguen siendo deducciones de la riqueza social, aunque representen una condición de existencia de la misma.

  El almacenamiento de mercancías sólo es normal en cuanto es condición de la circulación de mercancías y una forma necesaria dentro de ésta misma; en cuanto este aparente estancamiento es, por tanto, forma de la misma circulación, del mismo modo que la formación de una reserva de dinero es condición de la circulación monetaria. En cambio, cuando las mercancías almacenadas en receptáculos circulatorios no dejan sitio a la nueva oleada de la producción que viene detrás y cuando, por consiguiente, los almacenes se hallen abarrotados hasta el exceso, el almacenamiento de mercancías se exiende a consecuencia del estancamiento de la circulación, del mismo modo que crecen los tesoros al estancarse la circulación del dinero. No importa, para estos efectos, que el estancamiento se produzca en los depósitos del capitalista industrial o en los almacenes del comerciante. En este caso, el almacenamiento de mercancías no es condición de la venta ininterrumpida, sino consecuencia de la imposibilidad de dar salida a las mercancías medíante su venta. Los gastos son los mismos; pero como ahora brotan simplemente de la forma, es decir, de la necesidad de convertir las mercancías en dinero y de la dificultad de operar esta metamorfosis, no se incorporan al valor de la mercancía, sino que representan deducciones, pérdidas de valor en la realización de ésta. Sin embargo, la modalidad normal y la anormal del almacenamiento no se distinguen en cuanto a la forma; ambas representan, además, estancamientos de la circulación, y esto hace que ambos fenómenos puedan confundirse y engañar a los mismos agentes de la producción, tanto más cuanto que el proceso de circulación de su capital puede seguir su curso, para el productor, aunque se estanque el proceso de circulación de sus mercancías, una vez que éstas pasan a manos de los comerciantes. Y al aumentar el volumen de la producción y del consumo aumenta también, si las demás circunstancias permanecen invariables, el volumen de las mercancías almacenadas. Estas son renovadas y absorbidas con la misma rapidez, pero su volumen es mayor. El volumen de las mercancías almacenadas, incrementado por el estancamiento de la circulación, puede, pues, fácilmente confundirse con un síntoma de la ampliación del proceso de reproducción, sobre todo a partir del momento en que el desarrollo del sistema de crédito permite mixtificar el movimiento real.

  Los gastos del almacenamiento consisten i) en una disminución cuantitativa de la masa de productos (por ejemplo, cuando la mercancía almacenada sea harina); 2) en un deterioro de la calidad; 3) en el trabajo materializado y vivo que se requiere para conservar las mercancías almacenadas.

  No es necesario entrar aquí en todos los detalles de los gastos de circulación, como son por ejemplo el embalaje, la clasificación de las mercancías, etc. La ley general es que todos los gastos de circulación que responden simplemente a un cambio de forma de la mercancía no añaden a ésta ningún valor. Son simples gastos destinados a la realización del valor o a traducirlo de una forma a otra. El capital desembolsado para hacer frente a estos gastos (incluyendo el trabajo movilizado por él) figura entre los faux frais de la producción capitalista. Este capital debe reembolsarse del producto sobrante y representa, si nos fijamos en la clase capitalista en su conjunto, una deducción de la plusvalía o del producto sobrante, del mismo modo que el tiempo que un obrero invierte para comprar sus medios de vida representa tiempo perdido. Hay, sin embargo, una clase de gastos que tieüen demasiada importancia para que no tratemos de ellos aquí, siquiera sea brevemente.

   Dentro del ciclo del capital y de la metamorfosis de las mercancías, que constituye una fase del mismo, se opera el cambio de materia del trabajo social. Puede ocurrir que este cambio de materia determine el cambio de lugar de los productos, su desplazamiento real de un sitio a otro. Pero no es indispensable, pues la circulación de las mercancías puede realizarse sin que éstas se desplacen físicamente, del mismo modo que cabe la posibilidad de un transporte de productos sin circulación de mercancías e incluso sin intercambio directo de aquéllos. Así por ejemplo, sí A vende una casa a B, esta casa circula como mercancía, sin moverse del sitio. E incluso tratándose de mercancías muebles como el algodón o el hierro fundido, vemos cómo se están quietos en el almacén mientras recaen sobre ellos docenas y docenas de procesos de circulación, mientras los especuladores los compran y los vuelven a vender.1 Lo que se mueve realmente, en estos casos, es el título de propiedad sobre la cosa, no la cosa misma. Y por otra parte, entre los incas, por ejemplo, la industria del transporte llegó a adquirir gran importancia, a pesar de que en aquellos pueblos el producto social no circulaba como mercancía ni se distribuía tampoco por medio del trueque.

  Por tanto, aunque dentro de la producción capitalista la industria del transporte aparezca como causa de los gastos de circulación, esta forma especial de manifestarse no altera para nada los términos del problema.

   Las masas de productos no aumentan por el hecho de ser transportadas. Y aunque sus cualidades naturales puedan cambiar por efecto del transporte, esto no constituye, con ciertas excepciones, un efecto útil deliberado, sino un mal inevitable. Sin embargo, el valor de uso de las cosas sólo se realiza con su consumo y éste puede exigir su desplazamiento de lugar y, por tanto, el proceso adicional de producción de la industria del transporte. Por consiguiente, el capital productivo invertido en ésta añade valor a los productos transportados, unas veces medíante la transferencia de valor de los medios de transporte y otras veces mediante Ja adición de valor que el trabajo de transporte determina. Esta última adición de valor se descompone, como ocurre siempre en la producción capitalista, en dos partes: una es la que repone los salarios, otra es la plusvalía.

  El desplazamiento de lugar del objeto sobre que recae el trabajo y de los medios y fuerzas de trabajo necesarios para ejecutarlo —por ejemplo, del algodón al trasladarse de la sección de cardado a la sección de hilado, o del carbón al salir del pozo a la bocamina— tiene una gran importancia en todo proceso de producción. El traslado del producto terminado como mercancía elaborada de un centro independiente de producción a otro geográficamente alejado de aquél, representa el mismo fenómeno, aunque en mayor escala. El transporte de los productos de un centro de producción a otro va seguido por el de los productos terminados de la órbita de producción a la órbita de consumo. Mientras no se realiza este movimiento, el producto no está en condiciones de ser consumido.

  Es ley general de la producción de mercancías, como más arriba hemos dicho, la de que la productividad del trabajo y su creación de valor se hallan en razón inversa. Esta ley es aplicable a todas las industrias, incluyendo la del transporte. Cuanto menor es la cantidad de trabajo, muerto y vivo, que reclama el transporte de la mercancía para una distancia dada, mayor es la productividad del trabajo, y viceversa.

  La magnitud absoluta del valor que el transporte añade a las mercancías se halla, siempre y cuando que las demás circunstancias no varíen, en razón inversa a la productividad de la industria del transporte y en razón directa a las distancias que hay que recorrer.

La parte relativa de valor que los gastos de transporte —permaneciendo invariables las demás circunstancias-— añaden al precio de la mercancía se halla en razón directa al volumen y peso de ésta. Sin embargo, son muchas las circunstancias que pueden modificar esta ley. El transporte puede requerir, por ejemplo, mayores o menores medidas de precaución y, por tanto, una inversión mayor o menor de trabajo y de medios de trabajo, según la relativa fragilidad y delicadeza del artículo, según el peligro de explosión que ofrezca, etc. Los magnates ferroviarios acreditan en esto mayor genio que los botánicos y los zoólogos en cuanto a la formación fantástica de géneros y especies. La clasificación de las mercancías en los ferrocarriles ingleses, por ejemplo, llena volúmenes enteros y responde, según el principio general, a la tendencia a convertir las abigarradas cualidades naturales de las mercancías en otras tantas numerosas deficiencias para los efectos del transporte y en otros tantos obligados pretextos de estafa. "El vidrio que antes valía 11 libras esterlinas por eróte (una banasta de determinada cabida) sólo vale ahora, gracias a los progresos de esta industria y a la abolición del impuesto sobre el vidrio, 2 libras esterlinas, pero los gastos de transporte son tan elevados como antes y en el transporte fluvial más elevados aún. Antes, el vidrio y los artículos de vidrio para trabajos de plomero eran transportados dentro de un radio de 50 millas de Birmingham, a razón de 10 chelines la tonelada. Ahora, el precio del transporte se ha triplicado, con el pretexto del riesgo que supone la fragilidad de esta mercancía. Pero quien no paga los vidrios rotos es la dirección de los ferrocarriles."2 El hecho de que la parte relativa de valor que los gastos de transporte añaden a un artículo se halle en razón inversa al valor de éste, se convierte, además, para los magnates ferroviarios en una razón especial para gravar los artículos en razón directa a su valor. En cada página de las declaraciones de testigos, del informe citado se repiten las quejas de los industriales y comerciantes sobre este punto.

  El régimen capitalista de producción disminuye los gastos de transporte para cada mercancía al desarrollar los medios de transporte y comunicación y mediante la concentración —la magnitud de la escala— del transporte. Aumenta la parte del trabajo social, vivo y materializado, que se invierte en el transporte de mercancías, en primer lugar al transformar en mercancías la mayor parte de los productos y en segundo lugar al sustituir los mercados locales por otros más alejados.

  La circulación, es decir, el movimiento de las mercancías en el espacio, se traduce en el transporte de las mercancías. La industria del transporte forma, por una parte, una rama independiente de producción y, por tanto, una base especial de inversión del capital productivo. Por otra parte, se distingue por el hecho de manifestarse como la continuación de un proceso de producción dentro del proceso de circulación y para éste.

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Nicolás Urdaneta Núñez


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