El 28 de septiembre de 1864, bajo la presidencia del profesor Beesly, celebróse un importante mitin en Martin´s Hall de Londres, en el que intervienen Tolain, por Francia; Wolff, secretario de Mazzini, por Italia, y Marx, verdadero inspirador de la reunión, por Alemania. Es en esta reunión donde queda acordada la creación de la Asociación Internacional de los Trabajadores. Componían este Comité representantes de Inglaterra, Francia, Italia, Polonia, Suiza y Alemania; incorporándose representantes de otros países, hasta unos cincuenta miembros en total. El domicilio social fue establecido en Londres, 18 Greek Street. En la reunión fue designado, asimismo, un Consejo Central integrado por: George Odger, presidente; George W. Wheeler, tesorero; Karl Marx, por Alemania; G.P. Fontana, por Italia; Herman P. Jung, por Suiza; P.V. Lebez, por Francia; J.E. Holtorp, por Polonia; Willian R. Cremer, secretario general.
Del 3 al 8 de septiembre de 1866 tuvo lugar en Ginebra el primer Congreso de la Asociación Internacional de los Trabajadores. Por el Consejo Federal de Londres estaban presentes Odger, presidente, y Cremer, secretario general, acompañados de Eccarius y Jung, dos fieles colaboradores de Marx. En total asistieron unos 60 delegados. Bajo la presidencia de Jung, el Congreso inicia sus trabajos del día 3, en la Cervecería Treiber.
El primer delegado que hizo uso de la palabra fue Dupleix, presidente de la sección francesa de Ginebra, que dijo:
He aquí el día donde los obreros, de cara a Europa, van ocuparse de las cuestiones que nos interesan. Durante mucho tiempo hemos sufrido las consecuencias de nuestro aislamiento y de la división de nuestras fuerzas. La Asociación que hemos formado nos dará la fuerza necesaria para mejorar, al fin, nuestras condiciones de trabajo y, según el ejemplo del gran ciudadano Abrahán Lincoln, que ha destruido la esclavitud de los negros, nosotros destruiremos sobre el viejo continente, en el mundo entero, la esclavitud de los blancos; la esclavitud de todos…
A continuación intervino Becker, presidente de la sección alemana de Ginebra, que pronunció el discurso más memorable y transcendente:
Camaradas Delegados:
Yo doy la bienvenida a todos los que, de diferentes partes de Europa, acuden a tomar parte en una obra a la cual no escatimaréis ni vuestras fuerzas ni vuestra inteligencia, ni vuestra perseverancia; ¡quien no sentiría batir su corazón en este momento solemne en la historia del mundo donde, por primera vez, los obreros de todas las nacionalidades se tienden fraternalmente las manos en nombre de la libertad, la verdad y la justicia!
Tenemos derecho, queridos camaradas, a estar orgullosos de este día, donde una gran idea, la más grande de aquellas que los hombres hayan jamás concebido, nos une para siempre; esta idea realizada será propiedad de todos, sin distinción de origen ni de nacionalidad. Por esta gran idea nuestra generación abre una nueva era en la historia del mundo.
Solamente el egoísmo no quiere ver que la historia debe cambiar actualmente el estado de guerra de todos contra todos en estado de paz y de trabajo de todos para todos, si no se quiere arruinar y perder todas las conquistas de la civilización. Más las clases dominantes han perdido todo sentido moral, todo sentimiento de la dignidad humana; cambian cada día los principios de la justicia contra los beneficios del dinero o la gracia de los opresores de la humanidad. La regeneración, por lo tanto, debe venir de abajo, del proletariado, de la plebe tan despreciada, y desde tanto tiempo. No es más que por medio de la emancipación completa de los trabajadores, su desenvolvimiento normal en relación con sus condiciones físicas e intelectuales como podrá ser salvada la sociedad de un cataclismo. Los presentes de la naturaleza, las conquistas de la ciencia, las creaciones del genio humano en el arte deben ser accesibles a todos los hijos del hombre. Todo hombre debe trabajar para el bien común y participar en los bienes de la naturaleza y de la comunidad. Todo hombre trabajando con sus manos o con su inteligencia es obrero. Todos los que aquí estamos reunidos somos obreros. Nosotros lamentamos que la guerra actual, suscitada en provecho de los hombres llamados grandes por la gracia de Dios, haya impedido a nuestros hermanos de Alemania e Italia venir al Congreso y ayudarnos a cumplir nuestra difícil obra. Somos nosotros, el pueblo, quienes pagamos siempre con nuestra sangre y nuestro dinero las malas acciones de los otros.
Pero que nuestro pequeño número no nos desmoralice. Nosotros sabemos que hay centenares de millares de heroicos hermanos cuyos corazones laten en la lejanía al unísono con los nuestros por la santa causa, por el gran fin que nosotros perseguimos.
Recordemos que, hace 500 años, tres hombres solamente han fundado sobre la Grutli (Pequeña pradera de Suiza, sobre el lago de los Cuatro Cantones, célebre por el legendario Guillermo Tell, personaje poético que simboliza la lucha contra los ocupantes de su país) una confederación sin la cual nosotros no habríamos tenido un rincón de tierra para plantar la bandera de nuestra Asociación. Para nosotros también llegará el día en que los mensajeros de la grata nueva gritaran de valle en valle: ¡Camaradas, levantaos, el gran día ha llegado! Nuestros hijos recordaran que en septiembre de 1866, en Ginebra, nosotros hemos puesto manos a la obra de la liberación de la humanidad.
Este pensamiento debe darnos la fuerza para remontar todos los obstáculos, soportar las más duras pruebas, nos debe consolar de todas las miserias de los tiempos presentes. Hace falta que veamos claramente el fin que perseguimos; hace falta que rompamos el triple yugo que nos oprime y oscurece nuestra vista. El yugo de la fuerza brutal; el yugo del dinero sin piedad ni conciencia; el yugo de los prejuicios hereditarios. Hace falta comenzar por romper el último, que es el que se adueña de nuestro propio interior. Hace falta que conciliemos nuestras ideas sobre el derecho y la moral con los graves principios de nuestros fines: la realización de la justicia sobre la tierra. Como nuestro propósito es grande y puro, los medios para alcanzarlo deben ser puros. Nos hace falta ser firmes en nuestros propósitos; nada de compromiso, nada de concesiones.
No hay que engañar al pueblo con las promesas ilusorias de otro mundo, sino decirle la pura verdad sobre las causas de su situación, enseñarle las grandes verdades filosóficas y científicas que tanto tiempo ha ignorado.
Nosotros no conocemos otra divinidad que el gran ideal que nuestra razón nos presenta; nosotros no conocemos otra fe y ley que el poder creativo de la razón humana. Es así como nosotros llegaremos a alcanzar nuestro fin: la realización de la justicia sobre la tierra…
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En torno al Congreso, ciertos elementos habían intentado toda clase de maniobras para apoderarse de la dirección de la Asociación. Marx y Engels procuraron por todos los medios evitar el fracaso del primer Congreso de la Internacional, aun a costa de ciertas concesiones. Tratando de las intrigas que se desarrollaban en torno al Congreso, en carta del 10 de abril, Engels decía a Marx “que el Congreso tome buenas decisiones esto es secundario, con tal de evitar todo escándalo… Se podrán votar, sin el menor peligro, resoluciones generales de carácter teórico o concernientes al apoyo de las huelgas internacionales…” Para Marx y Engels era fundamental asegurar el éxito del primer Congreso, del que dependía el futuro de la Internacional que, gracias a su política, fue garantizado.
El Congreso fue bastante movido. La delegación francesa, así como otras, todas de influencia proudhoniana, crearon un ambiente que en más de una ocasión puso en peligro el éxito del Congreso. Juan Felipe Becker, una de las principales figuras de esa reunión, solía exclamar, años más tarde: “¡Cuantas cortesías hubieron de malgastarse con aquella gentecilla para evitar un poco decorosamente el peligro de que se largasen!...” Marx afirmaba “que, a pesar de todo, el Congreso había salido mucho mejor de lo que él esperaba…” Estos dos testimonios dan una idea de las dificultades con que tropezó el primer Congreso de la primera Internacional de los Trabajadores. Denuncian, con una confirmación irrefutable de la Historia, donde estaban y donde han estado siempre, hasta nuestros días, los elementos de perturbación del movimiento obrero y de los enemigos de la unidad. De ahí el enorme esfuerzo de Marx por dotar al proletariado de una conciencia de clase, de hacerle consciente de su propia fuerza, de señalarle que su misión histórica es alcanzar el poder político y transformarse en clase dominante.
—Cualquier parecido con el actual siglo XXI es pura coincidencia.
—No mejoró nada el enfermo.
Gringos ¡Go Home!
¡Libertad para Gerardo!
¡Libertad para los cinco héroes de la Humanidad!
Hasta la Victoria Siempre.
Patria Socialista o Muerte ¡Venceremos!
manueltaibo@cantv.net