Una sociedad mercantil, como lo es necesariamente la capitalista, se rige por leyes que operan independientemente de la voluntad de cada individuo de quienes la componen. Ése es el caso de la llamada “ley de la oferta y la demanda” o del mercado, donde la producción se ajusta automáticamente, para que la oferta satisfaga la demanda y se cubran las necesidades sociales. Claro, ésta es la situación ideal, que siempre dista de la realidad, porque, en la práctica, aparecen fenómenos como los “monopolios”, que reporta Paul Sweezy en su Teoría del desarrollo capitalista.
Hubo una época de la historia de la humanidad, cuando las sociedades ostentaban un alto grado de organicidad, es decir, una identidad casi biológica, como la de ciertas comunidades animales y hasta vegetales. En ellas la producción en general se regulaba automáticamente, es decir, sin que los individuos tuviesen conciencia del proceso de producción. Existen buenas evidencias de que este tipo de sociedades, denominadas “comunistas primitivas” por los antropólogos, satisfacían plenamente sus necesidades, incluso con “abundancia”.
En nuestras indagaciones y reflexiones sobre el socialismo del siglo XXI, sobre las transformaciones sociales revolucionarias, conviene detener la atención sobre estos automatismos y su diferencia: la regulación orgánica de la producción en las comunidades primitivas y la regulación inorgánica del mercado en las sociedades mercantiles, porque lo común es que la ideología capitalista nos presente la sociedad capitalista, como si hubiera sido siempre así, como si desde Adán todos se hubiesen abastecido mediante operaciones de compra-venta.
Pero, no, existen unos antecedentes de instituciones sociales que permitían a las poblaciones primitivas armonizar su producción, balancear sus recursos y sus necesidades, sin un gasto de energía consciente, una verdadera “economía”.
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S. C. 27-01-12
