Más que profundo respeto, siento una gran admiración por el pueblo que acompaña al comandante Chávez, en este momento de dificultad, a través del rezo. A diferencia de lo que podría pensar cualquier marxista de librito, no veo en ello ningún signo de enajenación.
Como lo diría mi amigo argentino Felipe Real, cuando los pueblos creen en sí mismos y luchan por cambiar su realidad terrenal, inventan dioses a su medida. Pero a despecho de la firme creencia del antichavismo, Chávez nunca ha sido un dios para el pueblo chavista. Lo que hay que entender es que un pueblo en lucha no reza por la salud de sus dioses, construye dioses a su imagen y semejanza para rezarles por la salud de los suyos.
En el acto de rezar por su salud, el pueblo venezolano no sólo está reafirmando la humanidad de Chávez, sino expresando su solidaridad con alguien que considera como propio.
Para la inmensa mayoría, rezar será la acción más inmediata, más a la mano, para sumarse a un esfuerzo que, sin embargo, sabe colectivo: en medio de las dificultades, el aliento siempre es fuerza.
Lo anterior quiere decir, naturalmente, que es un error concebir la oración popular como un acto pasivo. Un error inducido por la soberbia característica de quienes se asumen como los portavoces de la Razón, por encima del pueblo ignorante, irracional, que vive en la oscuridad, etc.
Lo que habría que hacer es aprender de nuestro pueblo que reza y sacudirse la pasividad. No es momento para lamentaciones. Lo que corresponde es interrogarnos: ¿qué va a hacer cada uno de nosotros para que esta revolución continúe y se profundice? Cada uno, lo que supone un acto personal. Nosotros, porque si no lo asumimos como un asunto colectivo, deja de tener sentido.
Nada de perder tiempo pensando en lo que pudo ser, sino ocuparnos de lo que es y de todo cuanto puede ser. Una revolución es la multiplicación de lo posible, y aquí hay y seguirá habiendo revolución bolivariana.
Ocuparnos colectivamente significa dejar atrás el ombliguismo, es decir, perder la costumbre de que sea otro, siempre, el responsable del avance o retroceso de la revolución. Pero nunca nosotros mismos que, mientras tanto, nos miramos el ombligo. En ocasiones somos ombliguistas incluso cuando manifestamos estar de acuerdo con la necesidad de construir dirección colectiva de la revolución: estamos de acuerdo, siempre y cuando sea Chávez el que la construya.
Para el antichavismo, Chávez fue siempre Dios o demonio. En el primer caso, porque no había otra manera de explicarse su arraigo popular. En el segundo, porque sólo algo tan maligno puede estimular tantos odios. En otras palabras, el antichavismo nunca ha sido capaz de vencer al Chávez-hombre porque optó por deshumanizarlo.
Mal haríamos algunos de nosotros endiosando a Chávez, porque es la vía más expedita para debilitar a la revolución bolivariana. Al contrario, aprendamos de nuestro pueblo que reza, el mismo que, cuando sabe que ya no basta con rezar, se lanza a la calle a pelear por lo que cree. Como ya lo ha hecho muchas veces, como lo seguirá haciendo.
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