El socialismo reaccionario

—Ideas socialistas en la primera mitad del siglo XIX:

Por su posición histórica, la aristocracia francesa e inglesa estaban llamadas a lanzar libelos contra la sociedad burguesa moderna. En la revolución francesa de julio de 1830 y en el movimiento inglés por la reforma parlamentaria, habían sucumbido una vez más bajo los golpes del odiado advenedizo. En adelante ni hablar podían de una lucha política seria. No les quedaba más que la lucha literaria. Pero, también en el terreno literario, la vieja fraseología de la época de la Restauración francesa de 1814-1830 había llegado a ser inaplicable. Para crearse simpatías era menester que la aristocracia aparentase no tener en cuenta sus propios intereses y que formulara su acta de acusación contra la burguesía sólo en interés de la clase obrera explotada. Diose de esta suerte la satisfacción de hacer canciones satíricas sobre su nuevo amo y musitarle al oído profecías sobre desastres más o menos siniestros.

Así es como nació el socialismo feudal, mezcla de jeremiadas y pasquines, de ecos del pasado y de amenazas sobre el porvenir. Si alguna vez su crítica amarga, mordaz e ingeniosa hirió a la burguesía en el corazón, su impotencia absoluta para comprender la marcha de la historia moderna concluyo siempre por cubrirla de ridículo.

A guisa de bandera estos señores enarbolaron un mísero zurrón de proletario, a fin de atraer al pueblo. Pero cada vez que el pueblo acudió, advirtió que sus posaderas estaban ornadas con el viejo blasón feudal y se dispersó en medio de grandes e irreverentes carcajadas. Una parte de los legitimistas franceses (partido de los terratenientes franceses nobles de Francia partidarios de la restauración de la dinastía de los Borbones) y la “joven Inglaterra” (círculo de aristócratas, hombres públicos y literatos, adheridos al Partido Conservador británico, que actuó alrededor de 1842. Sus representantes más destacados eran Disraeli, Thoman Carlyle y otros) dieron al mundo este espectáculo cómico.

Cuando los campeones del feudalismo demostraron que su modo de explotación era distinto del de la burguesía, olvidaban una cosa, y es que ellos explotaban en condiciones por completo diferentes y hoy anticuadas. Cuando advierten que bajo su dominación no existía el proletariado moderno, olvidan que la burguesía moderna es precisamente un retoño fatal del régimen social suyo.

Disfrazan tan poco, por otra parte, el carácter reaccionario de su crítica, que la principal acusación que hacen contra la burguesía es precisamente haber creado bajo su régimen una clase que haría saltar por los aires todo el antiguo orden social.

Además, lo que imputaban como un crimen de la burguesía no era tanto el haber hecho surgir un proletariado en general, sino el haber hecho surgir un proletariado revolucionario.

Por eso, en la práctica política, tomaron una parte activa en todas las medidas de represión contra la clase obrera. Y en su vida ordinaria, a pesar de su fraseología ampulosa, se las ingeniaron para recoger los frutos de oro del árbol de la industria y trocar el honor, el amor y la fidelidad por el comercio de la lana, el azúcar de remolacha y el aguardiente.

Del mismo modo que el cura y el señor feudal marcharon siempre de la mano, el socialismo clerical marchaba unido con el socialismo feudal.

Nada más fácil que recubrir con un barniz socialista el ascetismo cristiano. ¿Acaso el cristianismo no se levantó también contra la propiedad privada, el matrimonio y el Estado? ¿No predicó en su lugar la caridad y la mendicidad, el celibato y la mortificación de la carne, la vida monástica y la iglesia? El socialismo cristiano no es más que el agua bendita con que el clérigo consagra el despecho de la aristocracia.

La aristocracia feudal no era la única clase derrumbada por la burguesía, y no era única clase cuyas condiciones de existencia empeoraban e iban extinguiéndose en la sociedad burguesa moderna. Los villanos de las ciudades medievales y el estamento de los pequeños agricultores de la Edad Media fueron los precursores de la burguesía moderna. En los países de una industria y un comercio menos desarrollado esta clase continuaba vegetando al lado de la burguesía floreciente.

En los países donde se había desarrollado la civilización moderna, se ha formado una nueva clase de pequeños burgueses que oscila entre el proletariado y la burguesía. Parte complementaria de la sociedad burguesa, dicha clase se forma sin cesar, pero los individuos que la componen se ven continuamente precipitados a las filas del proletariado a causa de la competencia, y, con el desarrollo de la gran industria, ven aproximarse el momento en que desaparecerán por completo como fracción independiente de la sociedad moderna y que serán reemplazados en el comercio, la manufactura y la agricultura por capataces y empleados.

En países como Francia, donde los campesinos constituían bastante más de la mitad de la población, era natural que los escritores que defendían la causa del proletariado contra la burguesía criticasen al régimen burgués y defendiesen el partido obrero desde el punto de vista del pequeño burgués y del labrador. Así se formo el socialismo pequeño burgués. Sismondi es el más alto exponente de esta literatura, no sólo en Inglaterra, sino también en Francia.

El contenido de este socialismo consistía en su anhelo de restablecer los antiguos medios de producción y de cambio y con ellos las antiguas relaciones de propiedad y toda la sociedad antigua, bien en querer hacer entrar por la fuerza los medios modernos de producción y de cambio en el marco estrecho de las antiguas relaciones de propiedad, que ya fueron rotas, que fatalmente debían ser rotas por ellos. En uno y otro caso, este socialismo es a la vez reaccionario y utópico.

Para la manufactura, el sistema de corporaciones; para la agricultura, el régimen latifundista: he aquí su última palabra.

Las manifestaciones de la voluntad de los revolucionarios burgueses no expresaban sino más que las leyes de los frailes, que superpusieron sobre los manuscritos de las obras clásicas del antiguo paganismo las absurdas leyendas sagradas del catolicismo. De esta manera fue completamente castrada la literatura socialista-comunista.

“Finalmente, cuando hechos históricos irrefutables hicieron desaparecer todo vestigio del efecto embriagador de las ilusiones, esa forma de socialismo termino en una miserable cobardía quejumbrosa”.



¡Pa’lante Comandante! Lucharemos. Viviremos y Venceremos.

Hasta la victoria siempre y Patria Socialista.

¡Gringos Go Home! Libertad para los cinco héroes de la Humanidad!


manueltaibo1936@gmail.com


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Manuel Taibo


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