Camaradas: Ya fueron guillotinados los maestros Abreu y Dudamel

No pretendo o no es mi intención censurarle a nadie el derecho o el deber de opinar sobre lo que considere debe ser lo correcto o contra lo que cataloga como incorrecto. No hay en este mundo un solo hombre o una sola mujer, en toda la historia del género humano, que haya sido una suma perfecta de aciertos o virtudes. A mi juicio, Marx, Engels, Lenin y Trotsky, los cuatro personajes más grandiosos que conozca la historia humana, cometieron errores grandísimos pero sus éxitos fueron –siempre- mucho más grandes pero, en ningún caso, se reconocieron como seres perfectos. Incluso, siempre he creído que la imperfección de Dios estuvo en querer hacer al hombre y la mujer perfectos y no lo logró. Una culebra desgració ese propósito que hubiera resultado profundamente fastidioso y místico para el género humano sin tener chance de hacer aquello que todos conocemos. ¡Viva la manzana o, mejor dicho, la culebra!

            He leído muchos artículos en que sus autores expresan el disgusto por lo que hicieron los cantantes Juanes, Bosé y el maestro Abreu. En verdad, el momento de tensión por el cual pasa –especialmente- el Proceso Bolivariano por la maldita enfermedad que aqueja a su máximo líder, el camarada Chávez, facilita el enardecimiento de ánimos y se responda a todo lo que se crea lo afecta. Pero una Revolución no es esencialmente eso, precisamente, porque es profundamente humanitaria y goza de una conciencia capaz de entender muchas cosas que no debieran producirse. Recuerdo haber leído que Anatole Lunacharski, eminente literato y primer Comisario para la Educación que tuvo el glorioso Gobierno de los Comisarios del Pueblo dirigido por ese excelentísimo revolucionario de la teoría y de la práctica, camarada Vladimir Lenin, sufrió de ataques de cólera, de depresión, criticó duramente al Gobierno revolucionario y amenazó con renunciar a su condición de Comisario cuando le informaron que iglesias estaban siendo bombardeadas por los bolcheviques en su defensa de la Revolución. Nada fue cierto y Lunacharski volvió a la calma y retiró su renuncia al Gobierno. Sin embargo, nadie de la pléyade del bolchevismo atacó a Lunacharski por su posición de no entender que la defensa de una Revolución está por encima de iglesias, mausoleos, estatuas, orquestas, cines, esculturas y teatros. Un Estado revolucionario o proletario no se caracteriza por dictar órdenes inobjetables a los artistas. Hay que dejar que las corrientes artísticas manifiesten sus ideas, resuelvan sus contradicciones entre sí y sólo, sólo, si alguna corriente o artista asume la violencia contra la Revolución, el Estado está en el deber de aniquilarla o aniquilarlo. Eso no significa matar sino sacar del aire como se dice.

            Si el político revolucionario no es capaz de comprender que los artistas son, quiérase o no reconocerlo, seres especiales jamás se podrá entender la categoría de la tolerancia. Toda Revolución tiene que ser, obligatoriamente, tolerante con los artistas siempre y cuando éstos no recurran a la vía violenta para derrocarla. No existe una experiencia más rica, que nos puede aportar lecciones maravillosas de la tolerancia hacia los artistas, que la que encontramos muy detallada en la histórica, gloriosa y casi olvidada Revolución de Octubre de 1917. Precisamente, importantes textos se escribieron y publicaron sobre esa materia. Traigamos pues a colación algunos elementos de ella. Al triunfo de la Revolución de Octubre brotó una polémica interesantísima en relación con el arte. Unos, encabezados por el camarada Anatole Lunacharski,  plantearon que se podía crear una cultura y un arte proletarios; otros, encabezados por el camarada Trotsky, se opusieron a tan descabellada idea. Pero eso jamás dio pies al Estado a tomar medidas drásticas contra aquellos artistas que estando o no de acuerdo con el arte proletario expresaban sus críticas a la Revolución o, sencillamente, mostraron una posición política contraria al socialismo. Ningún artista, por muy enemigo que fuera del Gobierno Proletario, fue atacado, ni juzgado ni condenado por ello. Por lo menos, durante el tiempo en que Lenin fue jefe del Gobierno.

            Lo que sí debe una Revolución tener como deber es la ubicación de las diversas tendencias artísticas –en lo colectivo y en lo individual- para determinar cuánto le sirven a la burguesía o a la pequeña burguesía o al proletariado pero, igualmente, cuánto de arte, como expresión de la conciencia social y de reflejo de un mundo expuesto, contiene cada tendencia. No creo que nadie con el sentido común bien puesto  haya dicho que los maestros Abreu y Dudamel sean convictos y confesos comunistas y, muchísimo menos, los cantantes Juanes y Bosé que, en su afán de servir a oscuros intereses de una paz que sea sólo cumplida por los muchos (fundamentalmente por los explotados y oprimidos) en favor de los pocos andan en ese cuento de “concierto por la paz sin fronteras”.  Y dicho sea de paso, aunque ese no sea el objetivo ni de Juanes ni de Bosé, la paz será verdadera y afectiva sólo cuando en el mundo no existan fronteras de naciones ni de razas. Mucho más arrecho que lo que hicieron Juanes y Bosé o lo que hizo el maestro Abreu es que camaradas se vayan a otras naciones a participar en la lucha política armada al lado de los revolucionarios. Eso es internacionalismo proletario o revolucionario. Y eso no se consulta con los gobiernos de países para donde van camaradas a ejercer el deber del internacionalismo proletario. Claro, eso no significa que nos quedemos callados contra quienes hacen injerencia en nuestros asuntos internos para servir al capitalismo y no al socialismo.

            Confieso que no asistiría a un concierto de música clásica o de opera ni que me regalen la entrada y, además, me den un buen dividendo para viáticos. Me gustan dos músicas:   la vallenata y la mexicana aunque de vez en cuando escucho otros géneros. Pero debo reconocer que la música clásica y la opera son dos géneros de la mayor riqueza musical o espiritual que va a legar el capitalismo al socialismo. En eso no debe quedarle dudas a nadie, porque el socialismo sólo es posible construirlo sobre los elementos culturales más avanzados del capitalismo. De lo contrario, no hay vida. En uno de estos días fui a buscar a mi hijita de 4 años al Simoncito y estaba, junto a todos sus compañeritos y compañeritas, plácidamente dormida y la música era un tipo de clásica que les estimula el sueño. Como que me está empezando a gustar, por lo menos, la música clásica que les ponen a los niños para incentivarles el dormir.

            La tristemente célebre Revolución Cultural en China, dirigida por la difunta esposa del camarada Mao, mató demasiada gente: a unos, por el hecho que les gustaba música clásica u operas; a otros, porque les agradaba leer textos que no eran clásicos del marxismo ni escritos de la dirigencia del PCCH; y a unos cuantos, por enamorarse de personas que no eran de militancia comunista. Don Beethoven, sencillamente, para el Gobierno chino representaba el Diablo en persona. ¡Santo Dios!. Jamás al camarada Lenin le pasaron esas cosas por la mente. Y sepamos esto: la Revolución Socialista Rusa pudo construir su poderoso Ejército Rojo en un año no sólo porque el camarada Trotsky era un genio en el arte militar sino porque recurrió a los conocimientos, enseñanzas y experiencias de, por lo menos, diez mil oficiales y suboficiales que habían sido activos militares del Ejército Zarista. Los camaradas pagaban a los oficiales y suboficiales elevados salarios para que enseñaran conocimientos y experiencias pero nunca les pusieron como condición sine quo non que fuesen activos militantes bolcheviques porque eso, en la generalidad, no se iba a producir. El Gobierno de los Comisarios del Pueblo (especialmente Lenin y Trotsky) eso lo sabían de memoria. Sin embargo, más de un camarada puso su grito al cielo protestando por ello. Y no tuvieron razón.  Y sepamos igualmente: que el Gobierno Bolchevique se vio en la necesidad de pagar elevadísimos salarios a muchísimos profesionales burgueses para que pudieran funcionar las fábricas o industrias que fueron expropiadas o nacionalizadas por la Revolución y no existían técnicos revolucionarios capaces, en ese momento, de echarlas a andar. Y a ninguno se le exigió que firmara un acta declarándose convicto y confeso socialista o comunista.

No estoy quitándole la razón a nadie de los que han escrito contra Juanes, Bosé y los maestros Abreu y Dudamel, pero no se puede mirar, criticar y juzgar el arte y los artistas con el mismo lente con que se mira la política. Tal vez sea yo quien no tenga razón, pero pienso que sin ser socialistas los maestros Abreu y Dudamel o siendo más bien capitalistas han logrado un elevado nivel musical –especialmente en jóvenes y niños- que redundará, tarde o temprano, en un completo beneficio para el Proceso Revolucionario. Es todo. Y finalmente digo esto a riesgo no sólo de estar equivocado sino de hacer el ridículo: creo que el 98% de los deportistas profesionales que visten la camiseta nacional para representar al país en eventos internacionales no son socialistas. Y si llegase el momento en que ya el socialismo no permita el deporte profesional, seguro que de ese 98% el 97% preferiría vivir en Estados Unidos o en Europa y no en la Venezuela socialista. La Revolución Proletaria no guillotina a nadie por eso, aunque mucho le duela que gente se aproveche de ella y luego termine dándole la espalda.

Por supuesto, entiéndase que no le estoy ni diciendo ni recomendando a nadie que el Proceso Bolivariano se copie textualmente de ninguna experiencia histórica, pero ésta debe tenerse en cuenta como una fuente de enseñanza. Es todo.



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Freddy Yépez


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