Doloroso creerlo pero más doloroso e irresponsable es no divulgarlo como crítica constructiva en busca de la superación de los errores y de males que desdicen demasiado de una sociedad o nación. El socialismo tiene, actualmente, muchísimos enemigos. Las campañas mediáticas lanzan al aire todos los rumores habidos y por haber con tal que la mentira se convierta en verdad. Los malos socialistas que han gobernado en algunas naciones han hecho todo lo posible por tratar de verificar la sandez que un día dijo el semicómico político Winston Churchill, de que “El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo a la ignorancia, la prédica de la envidia. Su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria”. Cómo amó tanto Churchill el capitalismo imperialista que no tuvo tiempo para pensar en las sandeces que pronunciaba.
La Unión Soviética estuvo conformada por un grupo de naciones. Durante unos cuantos años le anunciaron al mundo que habían construido el socialismo y hasta ya se habían dado las condiciones para pasar a la fase comunista, es decir, la segunda y última de ese modo de producción. Sin embargo, la verdad verdadera era que existía una tremenda desigualdad económicosocial entre las mismas naciones que conforman la URSS. No hubo nadie de la alta dirección del Estado Soviético que le parara bola a aquella sabia dicha por Marx y Engels en El Manifiesto Comunista muchas décadas atrás, que: “(...) el desarrollo de las fuerzas productivas es prácticamente la primera condición absolutamente necesaria (del comunismo) por esta razón: que sin él sí se socializaría la indigencia y ésta haría resurgir la lucha por lo necesario, rebrotando, consecuentemente, todo el viejo caos (...).
Mongolia, no ya la del viejo imperio de Gengis Kan que fue temible y vencedora, formaba parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Era la que más sentía el peso de la ley del desarrollo desigual. La palabra socialismo estaba en boca de todos los dirigentes de Mongolia pero ninguno era capaz de medir en la realidad cuánto de socialismo estaba construido y cuánto de capitalismo salvaje seguía vivito y coleando y quién dominaba a quién. Una vez producido el derrumbe de la Unión Soviética y del llamado campo socialista del Este, Mongolia sintió el sacudón en todos los órdenes de su vida económicosocial. Llegó la propiedad privada y se apoderó de todo cuanto de valía existía en Mongolia y se hizo dueña del poder político. El capitalismo que creían había sido derrotado pero no se percataron que eso era mentira, cobró venganza: incrementó el desempleo, aumentó los niveles de miseria dejando en la ruina a miles de miles de mongoles y muchísimos de sus derivados. Hoy, Mongolia se caracteriza por un elevado nivel de miseria social.
Surge, con mayor ímpetu, esa cruda y cruel realidad que golpea demasiado duro a la infancia: miles de familias no pudieron continuar alimentando a sus hijos. Estos, en buena parte, fueron abandonados y enviados a Ulan Bator, la capital de Mongolia a que probaran suerte pero ésta es demasiado costosa para tantos niños que viven en la miseria. Esta los convierte, por múltiples necesidades y fundamentalmente por hambre, en sobrevivientes de la mendicidad, la delincuencia y la prostitución. El nuevo Estado, ya plenamente dominado por los capitalistas, resulta totalmente indiferente a ese drama infantil. Mientras más niños se mueran es mucho mejor para los pocos que gobiernan a Mongolia.
Hay una situación especial con un porcentaje de la niñez en Mongolia que parte el alma, destroza el corazón, genera ira de impotencia, provoca ansias de rebelión. Miles de niños en Mongolia vegetan en la pobreza como los mejores hijos de la miseria, viven a las puertas del sepulcro, no tienen vestido ni calzados como tampoco un techo digno que les proteja de la intemperie, no existen manos amigas que les tiendan beneficios. Sobreviven como animalitos indefensos.
Ulan Bator es la capital de Mongolia. El éxodo de niños de los campos ha terminado haciendo su hogar en la capital. Esta disfraza la miseria del país con algunas hermosas avenidas y bellas urbanizaciones o arquitecturas del pasado. Pero los cordones de miseria son demasiado largos y anchos como para que sean tapados con un solo dedo. En Mongolia hace frío. La burguesía tiene sus estufas mientras que la gente pobre debe arreglársela como pueda. Los niños que viven a la intemperie descubrieron que la manera de no morir de frío era viviendo dentro del alcantarillado. Allí sobreviven niños recién nacidos con adolescentes sin futuro alguno salvo los vicios y la degradación de lo físico y del espíritu por muchas razones, causas o motivos. La burguesía siente asco y desprecio por esos sobrevivientes de la miseria. La pequeña burguesía, en cambio, se aterroriza de llegar a tener que padecer ese drama y tragedia al mismo tiempo. La comida, (terrible: comida) la buscan durante el día en los vertederos de basura. Las niñas de los alcantarillados son ricas en enfermedades sexuales y en embarazos precoces. No figuran en los registros oficiales del Estado, son sin nombres, sin apellidos, sin nacionalidades, no tienen acceso a la educación ni al trabajo. La muerte temprana es tan segura como la mendicidad al nacer. A esos niños, no sé quién, les etiquetó la identificación de “niños rata”. Seguramente, por vivir como ese animal que se desenvuelve con maestría entre los alcantarillados y le produce mucho asco a los seres humanos.
Y, por venganza capitalista, el Estado no sólo tiene en completo abandono a los “niños rata” sino, peor aún, los maltrata, los reprime, los viola y hasta los deja morir a mengua. Pero en el mundo se producen paradojas que resultan, a veces, increíbles. Los “niños rata”, aun cuando sobreviven en uno de los niveles más inferiores de la miseria social, son mucho más solidarios, humanos y democráticos que los que gobiernan a Mongolia y que su burguesía. No practican el robo y toman sus decisiones en colectivo considerando que todos son protagonistas obligados del drama y la tragedia que les ha impuesto el capitalismo salvaje y que los farsos socialistas ayudaron a hacerlos realidad.
No sólo en Mongolia existen “niños rata”. En algunos países ricos existen aunque ningún medio de comunicación privado o del Estado se hagan eco de ello. El verdadero socialismo es incompatible con la niñez abandonada, desprotegida y maltratada. El socialismo verdadero los libera para siempre de esas pesadillas, dramas y tragedias que nunca serán superadas en el capitalismo y, menos, salvaje.