La cultura del atropello

Sucede en nuestra revolución bolivariana… En ciudades visitadas, en reuniones, en conversaciones, suelen aflorar las quejas. El maltrato que hombres y mujeres sencillos, de nuestro pueblo, reciben en sus trabajos. Nos referimos específicamente al maltrato de funcionarios públicos por parte de sus superiores jerárquicos. Ciudadanos que deben aceptar las vejaciones y humillaciones porque requieren mantener sus trabajos, porque ellos o ellas son los que perciben el único ingreso familiar.

Un buen amigo resumía este comportamiento con las palabras del título de este artículo. Se ha extendido tanto esta actitud, en la administración pública, que no parece exagerado hablar de una “cultura del atropello”. ¡En revolución!

Muchos de nuestros funcionarios, cualquiera sea su nivel administrativo, no tienen la preparación, técnica o profesional, adecuada para los cargos para los cuales fueron nombrados y, mucho más grave, la formación política e ideológica, y la valoración ética. Muchas veces llegan a esos cargos, no por méritos alcanzados, sino por amistad. Sus propias limitaciones hacen que actúen de manera autoritaria y soberbia, carecen de la humildad que debería caracterizar al revolucionario auténtico.

Se repiten las historias de funcionarios que cumplen con las tareas que le son asignadas, con la disciplina y los horarios de trabajo, pero que tienen superiores jerárquicos o compañeros “protegidos” que hacen todo lo contrario y son evaluados, de manera complaciente, e incluso promovidos de cargo, sin que medien los méritos para ello. Estas situaciones generan, irremediablemente, una desmoralización en el funcionario responsable. El abuso de poder y la indolencia aplastando la honestidad en el trabajo.

No olvidamos la famosa “meritocracia” de PDVSA, de la IV República, de funestos recuerdos relacionados con los acontecimientos del paro y sabotaje petrolero del 2002 – 2003. Profesionales bien formados técnicamente pero de una ignorancia absoluta en lo político, ateos de valores ciudadanos y éticos. Eso fue una inmensa aberración. Ahora, bajo parámetros muy distintos, observamos un menosprecio hacia el conocimiento integral, se sigue privilegiando lo técnico, se subestima lo político y lo ideológico, y la ética o el compromiso parecieran ser valores superfluos.


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Reinaldo Quijada


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