Quienes quieran conocer de la vida, obra y pensamiento de León Tolstói no tienen más que adentrarse en los escritos del camarada Lenin dedicados a esa notable eminencia literaria. Dicen que fue semianarquista, marxista, aristócrata, evolucionador hacia los de abajo, sabía hablar por todos, que fue un fenómeno cultural y literario, una notable conciencia comprometida de su tiempo, que comenzó a escribir de manera al revés. Lo cierto es que Lenin lo admiró mucho, pero mucho. Sus obras le parecieron geniales. Describió magistralmente la vieja Rusia, esa anterior a la Revolución. Catalogó sus obras como un paso gigantesco para el desarrollo artístico de la humanidad. Lenin creía en la libertad del arte mientras que la burguesía la rechaza, la entorpece y la moldea a sus oscuros intereses económicos.
Lenin lo describe, en parte, de la siguiente manera: “En las obras de Tolstói están expresadas la fuerza y la debilidad, la potencia y la limitación del movimiento campesino de masas. Su protesta ardiente, apasionada, a veces implacablemente acerba, contra el Estado y la Iglesia oficial Policial, traduce los sentimientos de la democracia campesina primitiva, en el seno de la cual los siglos de vasallaje, de arbitrariedad y de saqueo administrativos, de jesuitismo eclesiástico, de mentiras y fraudes, acumularon montañas de diera y de odio. Su negación intransigente de la propiedad privada de la tierra traduce la mentalidad de la masa campesina en un momento histórico en que el antiguo sistema medieval de posesión de la tierra, de los hidalgos, de la corona y de los “infantados», había terminado por formar un obstáculo intolerable al desarrollo ulterior del país y debía ser destruido ineluctablemente de la manera más rigurosa y más implacable. Su denuncia incesante del capitalismo llena del más profundo sentimiento y de la más vehemente indignación expresa todo el horror del campesino patriarcal que ve avanzar hacia él a un nuevo enemigo, invisible, inconcebible, proveniente sin duda de la ciudad o del extranjero, y que destruye todos los «Puntales» de la vida del campo y trae una ruina sin precedente, la miseria, la muerte de hambre, el retorno al estado salvaje, la prostitución, la sífilis —todas las calamidades de la «época de la acumulación primitiva», agravadas cien veces al trasplantar al suelo ruso los procedimientos más modernos de saqueo elaborados por el señor Copón”. Y agrega Lenin: “Así pues, no es posible hacer un juicio exacto sobre Tolstói s no nos situamos en el punto de vista de la clase que, por su papel político y su lucha en la revolución -primer desenlace de este nudo de contradicciones-, demostró su vocación de jefe en el combate por la libertad del pueblo y para la liberación de las masas explotadas, demostró su fidelidad indefectible a la causa de la democracia y sus capacidades de lucha contra la limitación y la inconsecuencia de la democracia burguesa (incluida la democracia campesina); este juicio sólo es posible desde el punto de vista del proletariado socialdemócrata”.
Digamos, pues, que tenemos una breve idea muy clara de la importancia de la obra y el pensamiento de Tolstói expuesta por el camarada Lenin. Sin embargo, existe un elemento digno de conocer de Tolstói y que muy poco ha sido divulgado. Galileo se conoce, así lo creo, mucho más en el mundo por haber sido llevado a juicio por la Inquisición que por su exposición sobre la rotación de la Tierra. En cambio, Tolstói es mucho más conocido mundialmente por sus grandes y geniales obras literarias (entre ellas: Guerra y Paz, Ana Karenina y Muerte de Iván Ilich) que por su excomunión.
Entonces, conozcamos los argumentos del Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa que hizo posible la excomunión del eminente literato en 1901: “1.º "negar la persona del Dios vivo, entronizado en la Santísima Trinidad"; 2.º "negar a Cristo, Hijo del Hombre, resucitado de entre los muertos"; 3.º "negar la Inmaculada Concepción y la virginidad de María antes y después del parto"; 4.º "negar la resurrección después de la muerte y el juicio final"; 5.º "negar la virtud y la gracia del Espíritu Santo"; 6.º "profanar el misterio de la Santa Eucaristía". Si a Galileo la Inquisición le exigió que renegara o abjurara de sus creencias científicas a Tolstói el Santo Sínodo le reprochaba que no creyese en el dogma de la Concepción Inmaculada y en el Espíritu Santo que se revelaban en el pan de la comunión. ¡Medio chuzo!
El Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa era demasiado parecido a la Inquisición de la Iglesia Católica. ¿Qué les asemejaba o hermanaba?: se creyeron guardianes de la pureza de la fe, exterminaban disidentes y supersticiosos, eran enemigos de los avances científicos tanto en la ciencia natural como en la social. Mejor dicho: se creían un Tribunal Celestial, único poseedor de la verdad y del derecho de decidir el destino de creyentes y laicos.
Imaginémonos por un momento que hubiese quedado escrito para la Historia en que el camarada Marx hubiera sido sentado en el banquillo de los acusados para que escuchara las perogrulladas o bien de la Inquisición o bien del Santo Sínodo reprochándole su no creencia en la filosofía de Platón ni en la teología de Santo Tomás. ¿Qué hubiese pasado si le hubiesen respetado su derecho de palabra o de réplica? En verdad, la ciencia le hubiera sacado demasiados cuerpos de ventaja al dogma y al mito en la carrera del maratón ideológico. Y, tal vez, lo que hoy dice el Papa Francisco I en sus rebeldes declaraciones hacia la juventud hubiese sido dicho por aquel Papa Pío que injustificablemente bendijo a las perversas ideas y acciones del nazismo. Quizás, Hitler no hubiera nacido como fenómeno político de extrema derecha o se hubiese suicidado antes de dar rienda suelta a sus órdenes de invadir el mundo y producir exterminio de razas y creencias y hubiera vencido un anti Goebbels diciendo que una verdad mil veces dicha reafirmaba ser una verdad y no una mentira.