Fascismo, Racismo

Cito a Adolfo Hitler, Mussolini, Franco: “Desde tiempo inmemorial, las naciones creadoras han sido tales por todo y en todo, aunque los observadores superficiales no lo hayan advertido. Nada, fuera de las proezas cumplidas, contribuye a que se reconozca el valor de tales naciones, porque la mayoría de los individuos de este mundo son incapaces de percibir al genio como no sea mediante los signos exteriores del mismo en forma de invenciones, descubrimientos, arquitectura, pintura, etc. Y, aun así, se requiere mucho tiempo para que se le comprenda. Así como en la vida de un gran hombre el genio o, en realidad, cualquier característica extraordinaria se esfuerza, estimulada por especiales alicientes, con el fin de expresarse en forma práctica, así, en la vida de las naciones, la verdadera aplicación de las fuerzas creadoras que existen en ellas, no se produce sino conforme a las exigencias de ciertas y definidas circunstancias. Esto lo advertimos con mayor claridad en la raza que fue y es portaestandarte del progreso cultural humano: el ario”.

“Para que se desarrollase una cultura superior, fue necesario que existiesen individuos de inferior civilización, pues nadie, sino éstos, podían substituir al instrumento técnico sin el cual el progreso era inconcebible. En sus comienzos, la cultura humana dependió menos, por cierto, del animal doméstico que del empleo de material humano de inferior calidad.

No fue sino después de que las razas conquistadas quedaron reducidas a la esclavitud, cuando el mundo animal corrió idéntica suerte; lo contrario no fue jamás el caso, como muchos podrían desear creer. Porque el primero en tirar del arado fue el esclavo, y después de él vino el caballo. Nadie que no sea un necio pacifista podría contemplar este hecho como una prueba más de la humana depravación; los demás deben comprender claramente que este proceso tuvo lugar para que llegásemos a una situación que permitiera a semejantes apósteles difundir su estúpida charla por el mundo.

Más la senda que el ario debió pisar estaba trazada con nitidez. Como conquistador destronó a los hombres inferiores, quienes trabajaron desde entonces bajo su dirección, con arreglo a su voluntad y para la satisfacción de sus propósitos. Y al paso que extraía de sus súbditos una labor provechosa, aunque dura, no solamente aseguraba la existencia de los mismos, sino que les proporcionaba, quizá, una existencia mejor que aquella de que disfrutaban bajo su titulada libertad. Mientras el vencedor continuó sintiéndose amo, no solamente pudo conservar su dominio sino que fue, además, el propulsor de la cultura. Mas así que los súbditos comenzaron a elevarse y –probablemente–, a asimilar el lenguaje del conquistador, comenzó también a ceder la considerable barrera que separaba a señores y criados. El ario renunció a la pureza de su sangre y con ello el derecho a permanecer en el edén que había creado para sí mismo. Anegóse en la confusión de las razas y fue perdiendo paulatinamente su capacidad civilizadora hasta que acabó pareciéndose, tanto en la mente como en el cuerpo, mucho más que sus antepasados a la raza aborigen primitivamente subyugada. Por espacio de cierto tiempo pudo seguir gozando de las bendiciones de la civilización, pero al fin concluyeron por imponerse primero la indiferencia y más tarde el olvido.

La pérdida de la pureza racial frustra por siempre el destino de una raza, cuyo retroceso en el concierto de la humanidad se opera en forma cada vez más alarmante sin que puedan ya desterrarse sus consecuencias ni del cuerpo ni de la mente. Así es como se destruyen los imperios y las civilizaciones, y se hace lugar para nuevas creaciones. La mezcla de la sangre y el menoscabo del nivel racial que le es inherente constituyen la única y exclusiva razón del hundimiento de antiguas civilizaciones. No es la pérdida de una guerra lo que arruina a la humanidad, sino la perdida de la capacidad de resistencia, que pertenece a la pureza de la sangre solamente.

Es en instantes en que los ideales se encuentran amenazados de muerte cuando podemos advertir una inmediata disminución de aquella capacidad, que es la esencia de la comunidad y una de las condiciones necesarias para la cultura. El egoísmo se convierte entonces en la fuerza que domina a la nación y, en la persecución de la dicha, se relajan los resortes del orden y los hombres pasan sin transición del paraíso al infierno”.

¡Gringos Go Home! ¡Libertad para los cuatro antiterroristas cubanos héroes de la Humanidad!

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!

¡Patria socialista o Muerte!

¡Venceremos!


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Manuel Taibo


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