La polarización en la lucha política de los últimos años ha convertido en moda términos con los cuales no se puede jugar sin correr el riesgo que estalle la pólvora. “Violencia”, es uno de ellos. Todo lo que está aconteciendo en el país hay quienes inmediatamente culpan de ello a la violencia. Esta es una categoría histórica y como tal hay que tratarla. Todo quien juegue con la violencia es como jugar con artefactos explosivos.
El ser cotidiano en las sociedades donde la cultura permanece todavía mediatizada, donde los niveles de la formación en educación y en lo intelectual son demasiados desiguales, suele –con mucha frecuencia- elaborarse concepciones en relación al sentido común y la lógica aristotélica. El hecho de no estudiar los fenómenos económicos, políticos, ideológicos o sociales con el lente de la dialéctica como guía, dificulta y coloca una inmensa venda que no nos permite observar ni interpretar con claridad los hechos, sus causas, sus razones, sus motivos y sus consecuencias. Me incluyo en ello para que nadie llegue a decir que me estoy colocando en la legión de quienes sí so9n dialécticos a la hora de dar o exponer sus ideas.
Nos hemos podido dar cuenta o percatarnos que últimamente han proliferado los conceptos y hasta juicios no suficientemente razonados con argumentos científicos, tales como: la explotación del hombre por el hombre es violencia, la miseria es fruto de la violencia, los bajos salarios y el alto costo de la vida son consecuencias de la violencia; la delincuencia, la droga y la prostitución, son originados por la violencia; la no prestación de los servicios de salud y educación gratuitos salen de las entrañas de la violencia, los paros o sus amenazas son en sí mismos hechos de violencia y otras realidades que mal interpretadas son achacadas al fenómeno de la violencia social. Ello es un absurdo que ha generado –no en pocos casos- respuestas de luchas incompatibles con la verdadera realidad económicosocial de una nación, una región o una localidad.
El camarada Federico Engels, un gran estudioso de la violencia tanto práctico como teórico, llegó a la conclusión que la violencia sólo ampara la explotación pero jamás la origina; que la explotación tiene raíces en las relaciones entre el capital y el trabajo asalariado y que esas relaciones han surgido sobre un fundamento puramente económico y no por la vía de la violencia.
Dûhring, precisamente, fue un equivocado al sostener que la violencia era el factor “históricamente fundamental” porque, entre tantas cosas, olvidó que la violencia es un medio mientras el fin es el provecho económico. Engels le respondió, sosteniendo que: “… cuanto <más fundamental> es el fin respecto de los medios aplicados para alcanzarlo, tanto más fundamental es en la historia el aspecto económico de la relación, comparado con el político”.
Muchas veces, sin ton ni son, se escuchan voces que culpan a la violencia como madre de la propiedad privada. El maestro y camarada Engels nos dice al respecto: “La propiedad privada no surge en absoluto en la historia, ni mucho menos, como fruto del robo y de la violencia. Antes al contrario, la propiedad privada exista ya, aunque limitada a ciertos objetos, en los antiguos consumidores, al principio, en el intercambio con gente de otras comunidades, bajo la forma de mercancía. Y cuanto más se acentúa en los productos de la comunidad la forma de mercancía, o lo que es lo mismo, cuanto mayor es la proporción en que esos artículos se producen, sino para el intercambio, cuanto más va éste desplazando, aun en el seno de la misma comunidad, la originaria y natural división del trabajo, más se acentúa también la desigualdad en el estado de fortuna de los diferentes miembros de la comunidad, más se va minando y socavando el viejo régimen de propiedad común del suelo y más rápidamente camina la comunidad hacia su disolución, para convertirse en una aldea integrada por labradores propietarios de sus parcelas. El despotismo oriental y la cambiante dominación de sus pueblos nómadas conquistadores no pudieron atentar, a lo largo de miles de años, contra esta antigua comunidad primitiva; en cambio, la gradual destrucción de su industria doméstica natural, por la concurrencia de los productos de la gran industria, va llevándola cada vez más a la disolución”.
Lo anterior es indispensable señalarlo o explicarlo para demostrar que la violencia no fue jamás la que engendró la propiedad privada ni sus diferentes formas de explotación del hombre por el hombre. Sigamos con el maestro Engels, porque sus argumentos se hacen irrefutables. Nos dice “Dondequiera que surge la propiedad privada, brota como consecuencia de los cambios experimentados por las relaciones de producción y de intercambio, en interés del fomento de la producción y de la intensificación del tráfico, y responde por tanto a causas económicas. En este proceso, la violencia no desempeña el menor papel… La violencia podrá, indudablemente, transformar el estado posesorio, pero nunca engendra la propiedad privada”.
De todo lo anterior se desprende con exactitud que no tenemos ninguna razón de ir en busca de la violencia para encontrar en ella la causa del sometimiento de los hombres al régimen de la servidumbre ni en su forma esclava, ni extraeconómica ni asalariada. Y eso implica, igualmente, que la violencia no puede ser un acto, una acción o una forma de lucha que dependa de las voluntades, deseos o anhelos de las personas, de las clases, grupos, partidos políticos o sectores sociales. A tal objeto, nos enseña Engels, que la violencia requiere de condiciones previas muy reales para su ejercicio. En ese sentido, el fundamento de la violencia se encuentra –especialmente- en las condiciones económicas y los recursos materiales para quienes pretendan triunfar en la lucha de clases a través de ese medio. En consecuencia, quienes pretenden ejecutar la violencia por mera conformación de ideología, están destinados al más rotundo fracaso en la lucha de clases. El camarada Trotsky nos dice: “La ideología es muy importante, pero no un factor decisivo en la política. Su papel es de esperar sobre la política”.
Ahora hay algo de vida o muerte para los revolucionarios: llamar a la violencia cuando no existen las condiciones para hacerla y sostenerla es tan criminal como no invocarla o quedarse callado cuando existen las condiciones indispensables para ejercitarla. La rebelión contra la esclavitud es para los pueblos, ya vulnerados todos sus esenciales derechos humanos y políticos, un derecho tan importante y vinculante con el del principio de la autodeterminación de las naciones. En la mayoría de este planeta se están acelerando condiciones globales para que los pueblos, sometidos a gobiernos capitalistas salvajes, hagan uso de ese derecho. Eso no es auspiciar violencia sino juzgarla como ese medio que muchas veces se condena de antemano pero que el capitalismo cerrando todas las vías legales y semilegales de la lucha de clases no le deja otra escapatoria a los explotados y oprimidos para exponer y luchar por sus reivindicaciones de redención social. Ojalá el mundo pudiese transformarse sin ningún género de uso de violencia pero eso es una de las utopías más irrealizables en estos tiempos. Sólo el socialismo, desarrollándose con armonía, logra ponerle fin a toda expresión de violencia social.