“Nuestro Líder eterno, tiene sobre todo y antes que todo esa sensibilidad que se conmueve y se eriza al menor soplo del aire, que cambia de matices al menor reflejo de la luz, que presiente las tempestades futuras, y que siendo uno de los mayores dones de la Naturaleza, es también uno de los mayores tormentos de la vida”.
Parece este hombre uno de esos héroes antiguos que nacen condenados a la fatalidad. En vano evadir a la fatalidad que le persigue; en vano querer huir de sus penas, de sus tristezas. La tierra es su patíbulo, la vida es su tormento, la inspiración es una corona de fuego, el amor por la felicidad del pueblo es una cadena amorosa, cada día le trae un nuevo dolor; cada acción buena se le convierte en una espina clavada sobre el corazón; después de haber gustado casi todas las emociones de la vida, no encuentra más lenitivo a su dolor que una muerte bebida en la copa de la historia, una muerte a los cincuenta y nueve años, que es un heroico suicidio.
Pero sois ciegos de corazón, ciegos de espíritu, siempre que os volvéis airados contra estas grandes obras del dolor y del martirio, contra estos grandiosos espejismos que para un siglo son fantasmas y para otro siglo son ideas. Sin la contradicción no tendríamos la verdad, como sin el trabajo y la lucha, no tendríamos la vida. La historia de la ciencia es una prolongada serie de ecos diversos. Así que nace un genio preguntando, nace otro respondiendo. Sin la duda de los sofistas, Sócrates no hubiera podido revelarnos la conciencia Humana. Sin la ironía de Voltaire, que desgastaba un mundo, los profetas de otro mundo no hubieran subido, coronados de ideas, a la Tribuna de la Asamblea Constituyente para confiar al huracán y a la tempestad el germen divino de los Derechos del Hombre.
A veces nace un genio, trabaja, lucha, cae, recae, muere olvidado en el camino de la gloria, y la posteridad, solamente la posteridad le conoce y le venga de las injusticias de su tiempo. Pero ¿qué más? Hay hasta en esos juicios póstumos que se creen definitivos e implacables, grandes alternativas y grandes eclipses. Hay muchos de esos genios que se han consolado desarrollando la virtualidad Infinita de su alma en sus obras. Sus actitudes dicen que no caben dentro de sus estrechos límites concedidas a las obras Humanas. Estamos segurísimos de que el gran dolor de nuestro Comandante se consolaría, se aliviaría, en medio del coro de su amado pueblo, de sus obras eternas. Pero Chávez buscaba su consuelo en la vida real, en el mundo, en la copa misma de donde fluía su dolor.
Así se explica que el Comandante Chávez fuese el hombre más odiado y más calumniado. Todos los gobiernos, el imperialismo, los llamados “socialdemócratas”, monárquicos y fascistas, le desterraban, y no había burgués que no le cubriese de calumnias, en verdadero torneo de insultos. Pero él pisaba por encima de todo aquello como por sobre una tela de araña, sin hacer caso de ello, y sólo tomaba la oratoria para contestar cuando la extrema necesidad lo exigía. Este hombre muere venerado y amado por su pueblo, y llorado por millones de revolucionarios, sembrados por toda nuestra América, desde el Río Grande hasta la Patagonia y más allá. Y bien podemos decir con orgullo que, si tuvo muchos adversarios, no conoció seguramente un solo enemigo personal. Su nombre vivirá a lo largo de los siglos y con su nombre, su obra.
¡Gringos Go Home! ¡Libertad para los cuatro antiterroristas cubanos héroes de la Humanidad!
¡Ahora y Siempre —con— Chávez!
¡Independencia y Patria socialista!
¡Viviremos y Venceremos!