¿Qué es el ‘mercado’? ¿Qué es el intercambio equivalente?
Hay dos tipos de economía, incompatibles entre sí: la equivalente, en la que el intercambio se hace según el valor, para cubrir las necesidades de la gente; y la no equivalente: los intercambios se hacen según el precio dado por el mercado.
En el capitalismo, el empresario “produce”, no para satisfacer sus necesidades, sino para intercambiar sus mercancías en el mercado, en base a los precios. La ley de la oferta y la demanda dice que los precios oscilan alrededor del valor en función de la oferta y la demanda: a mayor oferta, los precios bajan; a mayor demanda, los precios tienden a subir.
Pero en el ‘mercado’ las mercancías no se intercambian por su valor de uso, por su utilidad, sino por su valor de cambio, a precios artificiales, en anarquía, aunque en teoría la Ley del valor nos dice que en promedio los precios corresponden al valor. En el socialismo no se busca armonizar el mercado, sino sustituirlo por otro mecanismo.
La economía de mercado es inestable, asimétrica (concentra y centraliza el capital) y no es capaz de satisfacer las necesidades socioeconómicas y ecológicas de todo el planeta.
En teoría, el “mercado” de por sí no es negativo. Adam Smith, en “La Riqueza de las Naciones”, estableció que las decisiones individuales egocéntricas llevan supuestamente a resultados sociales óptimos, en un mercado libre (por cierto, quienes vimos la maravillosa película “mentes brillantes”, vimos como John Foster Nash, economista premio Nobel, corrige a Adam Smith, ya que según para él no basta con que el empresario busque egoístamente su beneficio personal en un supuesto mercado estable, sino “el suyo y el de los demás”, este “de los demás” cambia radicalmente el concepto). Smith condenó radicalmente los monopolios comerciales y no le agradaba ni el Gobierno ni las empresas; su ideal era un mercado compuesto sólo por muchos pequeños compradores y vendedores que apuntaban a satisfacer sus necesidades, no a la codicia, en el que nadie tenía fuerza para influir en los precios. Demostró que un mercado así sería óptimo, estable y justo... ¡Pero un mercado así no existe!
El mercado no regulado (es decir, lo que el capitalismo llama el “mercado”) es inestable: los exitosos aumentan su poder y lo utilizan para absorber a los débiles, o destruirlos; tiende a la concentración y el monopolio. Las empresas ganadoras usan su poder para externalizar los costos (hacer recaer sobre el gobierno ó la comunidad algunos de sus costos, como la reversión de la contaminación, por ejemplo), lo que distorsiona más y más al mercado.
El ‘mercado’, para ser razonable, requeriría que el capital sea local, que los dueños se involucren directamente con la producción, que haya múltiples compradores y vendedores con capital limitado y que sea equilibrado, con el fin de que “la mano invisible” realmente se traduzca en interés colectivo. Esto no se da en el capitalismo, y difícilmente en una sociedad humana.
El mercado capitalista neoliberal no sólo ha desvirtuado el concepto fundamental, sino que ha logrado incluir en su ámbito a todos los aspectos de la vida. Todo tiene un precio para el capitalismo. En realidad, el “mercado” como tal no existe en neoliberalismo, caracterizado por los carteles mundiales, en donde no hay competencia, principal característica definitoria del mercado.
Para el Socialismo en el Siglo 21 planteamos el regreso a la economía equivalente basada en el valor de uso. Así los productos y servicios se intercambian en base al tiempo laborado contenido en ellas, en base a su valor de uso.
Si una revolución sustituye una economía no equivalente por otra del mismo tipo, no se logra nada. El mercado lleva la semilla de los males del capitalismo. No hay tal “socialismo de mercado”. El capitalismo volvería a desarrollarse la larga.
Así mismo, ningún país podría lograr esto, si no lo sigue el resto del mundo. Es necesario profundizar el intercambio directo entre naciones, fuera del mercado, a través del trueque, la complementariedad y otros mecanismos que se han venido ensayando. La estimación del ‘valor’ de bienes y servicios, en lugar del precio, es una de las claves, para garantizar un intercambio en condiciones justas.
La corporación: origen del mal
No se trata sólo del asunto del mercado.
El capitalismo se caracteriza por la propiedad de los medios de producción en manos diferentes de quienes producen. El capitalismo original, el que analizó Adam Smith, se caracterizó por una miríada de empresas pequeñas, de propiedad personal, que se relacionaban en un mercado bastante competitivo. Las empresas eran personales, familiares, artesanales; el dueño se mantenía relacionado al proceso de producción y vivía en la localidad. Al capitalismo actual, más que capitalismo, debemos llamarlo imperialismo: con la creación de las corporaciones y a través de la concentración, se suprime la competencia, repartiéndose el mundo entre un grupo de mega corporaciones en las que el capital industrial y financiero se amalgama. El sistema imperialista actual no es ni la sombra de aquél capitalismo original, aunque su esencia es la misma.
En el siglo XIX, el capitalismo tuvo un triunfo muy grande al lograr que la corporación (con su origen en el siglo XVI como concesiones dadas por el Estado), la ‘sociedad accionaria’, fuese considerada como una persona, con los mismos derechos constitucionales de la persona natural. La ‘sociedad anónima’ despersonalizó la producción. El capitalista pasó a ser un inversionista financiero, no ligado directamente al proceso de producción, no ligado a su comunidad. La empresa separó a los inversionistas financieros y sus responsabilidades del proceso de producción. A mi entender, la corporación, la ‘compañía ó sociedad anónima’ (o la compañía encapuchada, como prefiero llamarla), es uno de los mayores fraudes y de las más grandes burlas que se han cometido contra la humanidad.
Una de las principales luchas que creo debemos emprender a nivel mundial es contra las ‘sociedades accionarias’ ó ‘compañías anónimas’. La propiedad sobre los medios de producción debe estar ligada a la producción. Sólo debe ser propietario de los medios de producción quien produce, y quien produce debe residir en la localidad de su empresa, es decir, estar ligado a su comunidad. Cada empresa debe comprometerse a reinvertir los excedentes principalmente en su comunidad. La propiedad debe pasar de ‘anónima’ a ‘conocida’. La corporación, nacional o transnacional, debe morir.
Por ello propongo considerar tres tipos de propiedad a nivel mundial:
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La propiedad social para productos y servicios estratégicos, con la propiedad ejercida por el tejido social. Ideal es que la propiedad fuese social, más que estatal, es decir, que en lo posible, el accionista sea la sociedad organizada. Esta es una meta estratégica, un postulado político. En un comienzo, el Estado socialista es un buen representante social, presente en el 100% del capital, o parcial, como Empresas e Producción Social o similares.
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La propiedad comunitaria, social, a escala de comunidades, para productos y servicios esenciales, como los alimentos, transporte urbano, servicios básicos, vestimenta, etc. Esta es una buena parte de la economía.
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La propiedad privada, limitada e empresas de pequeño tamaño, a productos y servicios no esenciales ni estratégicos, con la propiedad ligada a la producción, es decir, que los propietarios tienen que participar activamente en la producción. Esto descarta el mito de que el socialismo ataca a la propiedad privada. No, pero si la pone al servicio de la sociedad.
Es estratégico que empecemos a descartar a las empresas capitalistas, e irlas sustituyendo progresiva, pero aceleradamente, por empresas de tipo socialista.
Estado y capitalismo
Otro concepto fundamental es el de Estado.
Críticos revolucionarios del marxismo, como Gramsci o incluso Marcos Kaplan, nos retornan a una concepción del Estado no exclusivamente como una expresión de dominación de clase sino una síntesis coerción – consenso y hegemonía – dominación. El marxismo vuelve a ser una “guía para la acción”, como lo idearon Marx y Engels, y no una dogma, haca adonde había degenerado en el siglo XX.
Kaplan nos aclara que el Estado no es históricamente equivalente a la organización política autónoma, y lo político no es exclusivo de sociedades desarrolladas ni atado a la existencia previa de un Estado. El Estado procede históricamente de la sociedad, en la medida que ésta se deja privar de su iniciativa y poderes y termina acaparando su fuerza colectiva, su capacidad de coacción.
El Estado sí es siempre la expresión de un sistema social determinado y el instrumento de las clases y fracciones dominantes, pero difícilmente puede haber una identificación absoluta e incondicional entre clases y Estado, ni subordinación mecánica. Por otra parte, el Estado, para tener legitimidad y consenso debe tener cierta autonomía, lo que lo lleva más allá del mero instrumento de clases, abriendo la posibilidad de ser usado por cualquier otra clase social, e incluso, su autonomía llega a tal grado que sustenta una burocracia muy independiente, más por supuesto en última instancia al servicio del ordene establecido.
En el capitalismo el papel del Estado es fundamental, incluso en el capitalismo liberal, a diferencia de lo que pregonan sus defensores. Aparenta encarnar el interés general de la sociedad y da cohesión interna mediante la coacción y el consenso. El Estado ha sido decisivo en la creación de las condiciones para el ascenso y expansión del capitalismo (para la acumulación primitiva, por ejemplo) y para su mantenimiento.
El Estado capitalista se asegura de que la política del laissez faire (dejar hacer) aplique sólo a lo económico, específicamente la “libertad de empresa”, crea y mantiene las estructuras de mercado, establece los mecanismos legales y judiciales para que se respeta la sacrosanta propiedad privada y la “libertad contractual”. Favorece a los grupos burgueses. Restringe la organización sindical. Subsidia la producción privada ineficiente. Establece tribunales y legislaciones que favorecen a las clases dominantes. Participa directamente en acciones internas y externas de coacción, invasiones y guerras.
El Estado es más intrusivo y omnipresente que el Estado en la transición socialista. Si el Estado de transición asume fuertemente la economía social, no deja de ser su acción menor en ese campo que el capitalista, sólo que con una orientación amplia para la clase trabajadora.
¿Socialismo en un solo país?
El “mercado”, las formas de propiedad (principalmente en lo “trans”nacional) y el Estado, son temas claves para comprender cómo debería ser la transición al socialismo. Pero, ¿puede emprenderse su construcción en un solo país?
Sobre el socialismo en un solo país, Marx fue radical: no es posible realizarlo, aunque el proletariado debe “acabar en primer lugar con su propia burguesía”. Cuando se sustituye del poder a la burguesía en un país, aún si se lograrse hacerlo completamente, los de los demás países se unen y conspiran, cercando la revolución. Lo estamos experimentando en Venezuela.
El eslogan de socialismo en un solo país resultó dañino. Trotsky trató de dar el debate, proponiendo la “revolución permanente”, pero Stalin no lo permitió. Trosky pronosticó la posibilidad de recaer en el capitalismo. Las contradicciones habían surgido de la reproducción del carácter antagónico y jerárquico del dominio del capital en una nueva forma.
Néstor Kohan dice que tras la muerte de Lenin (1924), la burocratización terminó carcomiendo por dentro a la revolución y a su proyecto emancipador. Ese proceso alcanzó su cenit durante el apogeo de Stalin (1879-1953). Renunciando a la perspectiva internacionalista, Stalin había llegado al límite de disolver en 1943 la III Internacional - Trotsky funda, en disidencia, la IV Internacional en 1938- mientras consolidaba su singular «modelo socialista en un solo país».
Según Mariátegui, toda revolución socialista en cualquiera de sus partes, es parte de la revolución mundial contra el capitalismo. Por ello, comparte la imposibilidad del socialismo en un solo país.
La acción del Che Guevara fue un claro ejemplo de la puesta en práctica de este pensamiento internacionalista.
La mayoría lo los marxistas y revolucionarios de hoy en día concuerdan en que la revolución debe ser mundial, cada país asumiendo la suya, pero en perfecta coordinación solidaria. Una complementación dialéctica entre lo nacional y lo internacional, como nos dice Meszaros.
Chávez lo comprendió muy bien.
Pretender construir el socialismo en un solo país, es una utopía. Se requiere una acción dialéctica combinada. De allí nuestra línea estratégica de geopolítica internacional, de integración latinoamericana y caribeña y nuestra relación con polos no hegemónicos.
Las acciones a tomar en cuanto al “mercado” (o mas bien, en cuanto al sistema de intercambio equivalente), la propiedad y la organización del Estado, tienen una visión mundial.
¿Cómo se logrará esta revolución mundial, si el Imperialismo ha hecho del mundo una formación social unificada?
La caída de los imperios
La historia humana está llena de civilizaciones ‘desaparecidas’. Desde casos científicamente comprobados (aún cuando no se ha comprendido aún completamente su causa) como los de los mayas, aztecas, incas, egipcios, sumerios, etc., hasta otros legendarios, como los atlantes, lemures, etc., vivos por siglos en los mitos de los pueblos.
La ‘civilización’, como estado de una sociedad que posee una unidad histórica y cultural, es un elemento superestructural sumamente delicado e inestable. Cientos de civilizaciones han desaparecido misteriosamente en un período de tiempo relativamente corto, dejando un conglomerado humano, continuidad biológica de sus antecesores, pero ausente total de la tecnología que ‘momentos’ antes tan sabiamente utilizaba. Ésta tecnología queda sólo representada en los mitos que los descendientes atribuyen a dioses, al no poder concebir que haya correspondido a simples seres humanos. Las civilizaciones pueden desaparecer rápidamente, aunque les sobrevivan los pueblos.
Creo que muchos mitos tienen su origen en ese ‘recuerdo’ vago que un conglomerado humano tiene de su ‘civilización’ antecesora. Cuando una civilización cae abruptamente, los sobrevivientes pierden la concatenación cultural, la tecnología se hace inalcanzable, mítica, para los sobrevivientes, sólo quedan los recuerdos que se comienzan a expresar en mitos y leyendas. Si nuestra civilización cayese, en unos siglos tal vez hablasen de una civilización de hombres y mujeres que podían volar y comunicarse a distancia.
Nuestra sociedad está basada en la electrónica, la computación, las telecomunicaciones y los jets. Imaginemos que se experimente repentinamente un cambio del patrón electromagnético de la galaxia, que imposibilite las telecomunicaciones, aunado a un cambio climático global que eleve los niveles promedio de temperatura en unos grados centígrados. O simplemente una guerra nuclear de cierta extensión. Fallaría la electricidad y la electrónica. Sería un golpe mortal a la civilización, se desintegraría en semanas. Volveríamos a la edad preindustrial, el hambre mataría a miles mientras se reconstituye un sistema basado en el cultivo cercano a la vivienda en lugar del comercio, el comercio a gran distancia desaparecería, renacerían las ‘ciudades – estado’ aisladas unas de otras. Los registros de nuestra sociedad (principalmente en formato electrónico) serían inútiles, e imposibles de transmitir en un pueblo en gran parte tecnológicamente analfabeto. En un par de generaciones quedaría un recuerdo vago de esa civilización, comenzaría a mitificarse como una antigua ‘Atlántida’ imposible de creer. Surgirían mitos de dioses que se comunicaban a distancia, que se trasladaban por los aires, que tenían aparatos de visión que permitían ver en un cristal personas en movimiento, etc. Dos generaciones después tendríamos los mismos rasgos genéticos de los antecesores, pero culturalmente pareceríamos de cien generaciones anteriores.
Eso es precisamente lo que nos ha quedado con los mitos de los mayas, incas, egipcios, atlantes y lemures. Nuestra arrogancia nos hace creer que nuestra civilización es eterna. Pero no lo fue la romana, no lo será la norteamericana.
Ahora, así como las civilizaciones, los imperios también caen, es una ley. Morris Berman nos dice que ello ocurre cuando se dan 4 condiciones internas:
1) desigualdad social y económica acelerada;
2) no sustentabilidad, rendimientos económicos decrecientes (crecientes gastos militares, en seguridad social, etc.);
3) niveles de analfabetismo y de conciencia decayendo rápidamente, con una hostilidad creciente hacia la inteligencia; y
4) muerte espiritual y decaimiento moral.
Otros autores señalan otras causas: falta de integridad cultural o económica, por ejemplo. Todo esto, por cierto, está sucediendo con el imperio norteamericano. A esto hay que agregar causas externas, como las citadas para la civilización, o como el agotamiento de los recursos que sustentan la civilización (agua, cosechas, combustibles, etc.).
Así que no sólo el Imperio Norteamericano desaparecerá; la ‘civilización’ occidental no tiene garantía de pervivencia eterna. Algunas de las posibles causas de su colapso son externas a nosotros, pero otras sí está en nuestras manos el controlarlas.
Nosotros, si nos percatamos, afortunadamente no somos occidentales, pertenecemos a otra civilización: la latinoamericana, arraigada en Abya Yala.
Los imperios pasan, las civilizaciones pueden hacerlo eventualmente. La capitalista es no sustentable, y no durará. Tiene la potencialidad de auto destruirse. La especie humana es más fuerte. Dado el alto grado de agresión a la Naturaleza que hemos desarrollado y la potencialidad destructiva de las armas de destrucción masiva, podemos acabar con la civilización, pero la especie humana ya es otra cosa. Y la vida en el Planeta, es bastante presunción creer que tenemos la capacidad de acabarla, y mucho menos a la Tierra. Ella seguirá su curso, con o sin nosotros.
Democracia socialista y transición
La transición es nuestro problema. Nadie sabe con precisión cómo hacerla.
Recordamos como la infraestructura, la economía, aunque determinante en una sociedad, pues es la base sobre la que se cimenta la superestructura, no determina mecánicamente su desarrollo. La superestructura tiene vida propia. La ideología, por tanto, juega un papel fundamental en una sociedad de clases para mantener el control. Así que la política, con vida propia, tiene campo de acción para el cambio, pero no está desligada de lo económico.
Es interesante estudiar los sistemas biopsicosociales de Clare Graves.
En un sistema capitalista, ‘democracia’ representa los mecanismos que garantizan una serie de derechos individuales y colectivos, entre los que destacan los de gobierno político, mediante los cuales todos los habitantes habilitados tienen el derecho de elegir y ser electos a cargos públicos para el ejercicio de los poderes. El ámbito se limita a lo político, teniendo lo económico su vida propia. En el concepto tradicional de democracia existen muy pocos mecanismos de injerencia de lo político en lo económico.
El socialismo, al contrario, entiende el concepto de democracia extendido también a lo económico, he allí una gran diferencia. Como dice Meszaros, una de las siete condiciones para entrar al socialismo es la unificación de la reproducción material y la esfera política. El Estado y/o la sociedad, abarca y controla tanto la infraestructura como la superestructura. A diferencia de la democracia burguesa, falsa democracia que gira sólo en torno al espejismo político, la democracia completa, socialista, abarca también lo económico, lo productivo. En la democracia burguesa, lo productivo le corresponde a la “sociedad civil”, a lo que ellos llaman los “productores”. En el socialismo, las decisiones del pueblo abarcan todo, lo político y lo productivo, en una forma integrada.
En la transición, el sector socialista asume el poder político, pero el sector capitalista domina la economía, por lo que no se puede hablar de ‘democracia’ plena. En muchos casos, los sectores socialistas en el poder corren el riesgo de actuar como ‘personificaciones del capital’, jugando a sus intereses.
Las 7 Colinas
En nuestro proceso revolucionario se avizoran siete colinas. Ya hemos tomado la Fuerza Armada y PDVSA. Su toma tuvo algo en común: el proceso fue catalizado, el enemigo también apuró todas sus descargas, el pueblo, con Chávez a la cabeza, asumió el reto y venció. El proceso revolucionario pudo acelerarse gracias a esas conquistas: más estabilidad política y las misiones.
Para completar las siete colinas, tenemos pendientes cinco.
La tercera (no necesariamente se asumirían en este orden), los medios de comunicación social. Tomar esa colina es fundamental, lo cual no significa necesariamente expropiarlos todos; tal vez se trate terminar de construir el sistema de medios estadal y comunitario, que compita públicamente. A nivel nacional, la meta es inmensa.
La cuarta sería los poderes judicial y ciudadano, determinantes para poder garantizar el desarrollo de los derechos humanos previstos en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y profundizar el proceso de cambios.
La quinta colina, los medios de producción en general. En este caso no se trata tampoco de una ‘toma’ arrasante, sino de construir una economía social y estadal en paralelo que sea protagónica, productiva, diversificada y endógena, bajo una política de desarrollo territorial planificada. El socialismo del Siglo XXI convive con la propiedad privada de los medios de producción, pero les concede a ellos sólo aspectos no estratégicos, ni esenciales, ni de primera necesidad. A nivel nacional la meta es inmensa, pero en lo internacional, se trata de vencer al enemigo estratégico, la transnacional, es una tarea histórica para la humanidad.
La sexta colina, las universidades nacionales y “autónomas”, factor muy influyente en la opinión nacional.
Y la última, no menos importante, la democracia internacional. Ello significa trascender desde la OEA hacia la CELAC. También contempla alcanzar una verdadera integración económica, unificando tanta dispersión existente (SELA, ALADI, UNASUR-MERCOSUR) bajo una política latinoamericana anti imperialista. Y a nivel mundial, trascender de la ONU a una nueva organización, que incluya no solo Estados, sino pueblos.
En algún momento, para la toma de estas colinas, se requerirá que el Pueblo venezolano se plantee una nueva Constitución socialista. Pero para eso faltan algunas batallas que dar aún.
La guerra económica: no es solo especulación y acaparamiento
Entonces, la guerra económica no puede ser vista como un asunto de especulación y acaparamiento por una serie de personas irresponsables. Es la punta del témpano, el afloramiento de las contradicciones entre el capitalismo muriente y la transición al socialismo que surge.
Las contradicciones más importantes a nivel mundial incluyen la fundamental del capitalismo: capital vs. trabajo. Pero en una sociedad globalizada, igualmente básica es aquella entre un neoliberalismo mundial y los estados nacionales: el sistema requiere de coordinación mundial y los estados liberales capitalistas son un impedimento para ello.
Nuestra transición al socialismo en el siglo XXI reposa (aún) sobre la propiedad fundamentalmente privada. La propiedad social no llega al 5%, siguiendo la estadal, y dominando la privada. Igualmente, el sistema de intercambio es el mercado.
La revolución bolivariana ha puesto los bienes y servicios al acceso de las mayorías, por lo que a nivel de mercado se crea un desequilibrio, nacional respecto a la empresa privada, e internacional, respecto a las economías de los demás países. Por ello, con el mercado como sistema de intercambio, el acaparamiento, la especulación y el contrabando de extracción son estimulados. Es un problema estructural, no se trata solo de combatir mafias irresponsables.
Por ello, a nivel nacional es imperativo la construcción de ”nichos” socialistas de intercambio, en los que los bienes y servicios circulen en la cadena productiva en base a sistemas de valor contabilizados, sin pasar por el mercado. Un sistema paralelo. Como haría Chávez, por cierto, una especie de “Misión” que establezca un sistema paralelo al muriente del mercado. Así como las Misiones Educativas establecieron mecanismos no burocráticos, masivos, paralelos al aparato estadal, las Misiones de salud al Ministerio de Salud, etc. Necesitamos entonces una “Misión Intercambio Socialista” con vocación estratégica de abarcar la totalidad del país, interconectando las empresas estadales, sociales, EPSs, pequeñas empresas familiares y privadas, etc.
A nivel internacional, es necesario igualmente impulsar los sistemas de intercambio y producción Grannacionales, como los bautizó el Comandante Chávez, para ir sustituyendo el papel de las transnacionales.