Camaradas: cualquier guevón no es terrorista ni fascista

Los enemigos del Proceso Bolivariano nos han clavado una espada sicológica que no nos deja ni pensar ni actuar correctamente. Vivimos una pesadilla, larguísima pesadilla de la cual no somos capaces de despertar porque demasiados políticos, científicos, sociólogos, historiadores, articulistas y hasta fanáticos y francotiradores no nos dejan respirar inyectándonos sus criterios que nada tienen que ver con la verdad. Hemos caído en las trampas de la derecha. Estamos en un tiempo en que lo que más hemos aprendido es a jugar con los términos, con las palabras, hacer malabarismos de letras pero nos detenemos cuando se trata de conceptos o de categorías y nos negamos a aceptar que las ciencias trabajan con esos conceptos o esas categorías y no se dan ni abrazo ni beso con chismes, suposiciones, rumores y, mucho menos, con especulaciones que vuelan al viento para perderse temprano en el humo negro de las mentiras.

                Los textos científicos, esos que son irrefutables por haber comprobado todas o casi todas sus hipótesis en la práctica social, son desechados, no tenidos en cuenta ni consultados para buscar ideas con verdadero arraigo científico. Las etnias, por lo general, creen en líderes pero no en doctrinas y por eso resuelven sus contradicciones a machete limpio, cortando cabezas, mutilando niños, degollando mujeres embarazadas, cortándole las manos a los obreros y cometiendo toda clase de crímenes de lesa humanidad.  En América Latina comienza a copiarse rasgos de la violencia irracional que en el Africa se abriga de etnia y hasta deja de lado las verdaderas causas de la injusticia y la desigualdad sociales para así satisfacer sus instintos y placeres sicológicos incompatibles con el humanismo y la solidaridad.

                Para que nadie se sienta ofendido, aclaro que por guevón identifico a todos aquellos que siempre hemos sido los convidados de piedra, los que hemos carecido de voz y voto, los que hemos tenido muy pocas oportunidades de formarnos académicamente, los que dormimos en colchonetas en los suelos rústicos de ranchos; mejor dicho: los que somos pueblo-pueblo o lo que popularmente Joselo llamaba perraje puro. Pero, igualmente, por guevón entiendo a esos hijos de papá y mamá que se creen con la potestad de decidir el destino de los demás despreciando a todos los seres humanos que no son de su condición social. Esos carecen de ideal y los mueve ese instinto diabólico que les despierta las ansias de beber sangre ajena. Será ese un rasgo de fascismo pero jamás tendrán facultad o capacidad para instaurar un régimen de esa naturaleza en naciones subdesarrolladas. Ahora, cuando un guevón como uno llega a ser terrorista o fascista de forma consciente terminará, sin duda alguna y aunque se crea un liberador de pueblo, haciéndole daño a su propio pueblo.

                Nadie mejor y más científicamente han escrito sobre terrorismo y fascismo que los marxistas. Basta, por decir algo, con leer a Lenin y Trotsky para formarse una idea exacta, correcta, científica desde la concepción política, es decir, inequívoca en relación con el terrorismo y con el fascismo. Pero nunca habrá peor ciego que aquel que no quiera ver ni las realidades en que se desenvuelve ni las circunstancias que le rodean. Una cosa es percibir un olor con normalidad, otra con náusea y otra vomitando. El terrorismo produce muchas náuseas y el fascismo mucho vómito, aunque en ambas se producen todos los síntomas de la descomposición, degeneración o depauperación social.

                Un político revolucionario, formado en la doctrina marxista, es aquel que distingue -fácilmente- con sus ojos lo que a un político común y corriente -formado en las lides del idealismo subjetivo- le cuesta un mundo y otra parte descifrar correctamente. Por supuesto, toda regla tiene su excepción y nadie discute que se produzca un caso contrario, es decir, el idealista hace el análisis correcto y el materialista el incorrecto. Eso es la excepción. Ese raro estira y encoje -dialéctico podemos decir- está bien descrito por Cervantes en Don Quijote de La Mancha.

En cualquier sociedad de este mundo hay ciertos rasgos de fascismo, un poco más de bonapartismo, otros de monarquismo, otros de democracia burguesa, otros de democracia participativa. Eso es inevitable como bajo un gobierno de dictadura del proletariado o en la transición del capitalismo al socialismo se producirán síntomas de burocratismo cesariano si el carácter de la Revolución Permanente no se hace evidente y, especialmente, en las naciones de capitalismo altamente desarrollado. Pero esos son rasgos. Un régimen político requiere de condiciones especiales para imponerse, establecerse en una nación. El fascismo fue posible en Italia debido al desarrollo capitalista y sus contradicciones en el tiempo de Mussolini. El nazismo fue posible en Alemania debido al desarrollo del capitalismo imperialista y sus contradicciones en el tiempo  de Hitler. Además, tanto Italia como Alemania bordeadas de un contexto internacional que hizo posible el fascismo en uno y el nazismo en otro. Ni el fascismo ni el nazismo son productos de discursos acusatorios de un bando contra otro porque no le agradan sus formas de comportamiento político. El descontento, la desesperación y la locura irracional interna de los sectores pequeños burgueses son la gasolina para el estallido de movimientos fascistas o nazistas pero se requiere un partido fascista o nazista y no gritos alocados y dispersos por una determinada geografía. También un líder de masas que como Hitler tenga los suficientes trastornos mentales descritos por el camarada  sicoanalista Wilhelm Reich.

En el caso venezolano, tanto de la izquierda como de la derecha, se ha saturado y hastiado el lenguaje de tanto usar los términos ''terrorismo'', ''fascismo'' y ''nazismo'' sin control alguno, sin medir las realidades, simplemente por lanzar al aire acusaciones sin fundamento científico o, mejor dicho, político. Si un estudiante opositor se tira un pedo, inmediatamente, alguien del gobierno lo acusa de terrorista y fascista. Si un estudiante de proceso bolivariano esputa hacia arriba, inmediatamente, la derecha lo acusa de hacer actos de terrorismo y de fascismo. Han relajado, los unos y los otros, los términos y los han convertido en comidilla de todo quien quiera  lanzar petardos venenosos contra sus adversarios sin fundamento de ningún género científico.

Es bueno repetirlo una y mil veces más, por lo menos, hasta que los militantes del proceso bolivariano lo asimilen correctamente. Voy a la verdad de todas las verdades políticas de este tiempo. El fascismo -como régimen político- es imposible, desde todo punto de vista, se instale o se imponga en un país subdesarrollado, en una nación de capitalismo atrasado. Es decir: en Venezuela, no es posible un régimen fascista instalándose para dominar a la sociedad aunque nadie niegue que en determinados sectores, en los racistas especialmente, se expresen algunos rasgos de fascismo o de nazismo. A lo máximo que puede llegar la extrema derecha con aval del imperialismo es en la instauración de un Gobierno bonapartista sea militar (tipo Pinochet) o sea civil (tipo Fujimori). Lo del fascismo es un cuento chino que si lo creemos de pies a cabeza puede costarnos todos nuestros recursos naturales y varios sueños de libertad. Ignorar las corrientes de la historia en cada uno de sus tiempos, es no tener absolutamente nada que ofrecer a los pueblos como alternativa para construir un mundo mejor. Sin teoría revolucionaria no existe movimiento revolucionario. Contradíganselo a Lenin, pues.

En los años sesenta, contra los gobiernos de la llamada Cuarta República, los estudiantes quemábamos autobuses, carros, patrullas y todo lo que se nos atravesara por delante y jamás se nos tildó de terroristas ni de fascistas como tampoco la dirigencia de la izquierda acusaba a los gobiernos de la democracia representativa de fascistas o nazistas. Era un tiempo en que las fuerzas de izquierda declararon la lucha armada como la forma principal de lucha política en el país para derrocar a la democracia representativa. Se luchaba por el poder político de manera abierta, franca y asumiendo responsabilidades. Hacíamos barricadas, echábamos plomo a las fuerzas militares y policiales que se nos acercaban pero eso nada tenía que ver ni con terrorismo ni con fascismo. Otra cosa hubiese sido quemar un autobús con todos los pasajeros dentro del vehículo. Eso sí es terrorismo pero quemarlo desocupándolo de los pasajeros en nada, absolutamente en nada, es terrorismo ni tampoco fascismo, aunque sea muy reprochable la acción. Lo que sí es que jamás se nos ordenó ni se nos ocurrió quemar un aula universitaria ni de un liceo, ninguna fábrica, ninguna estructura física de alguna institución del Estado como lo hacen esos guarimberos pagados por los planificadores de la violencia desde fuera y desde dentro.

Si se reconoce que la verdad es la ley de la dialéctica más importante de la vida humana es imprescindible limitarse, especialmente, en la política y en la ideología, al uso de conceptos y categorías porque con éstas es que laboran las ciencias bien sean sociales o naturales. Y en base a esa ley y la ciencia política -especialmente- defino a los guarimberos como vándalos con mayúscula, mercenarios, criminales, salvajes, bárbaros y sin fundamento político de ningún género para sostener o justificar sus terribles tropelías.

Pero no debemos olvidar la experiencia chilena que nos demuestra los grandes errores que se cometen por caracterizar incorrectamente una determina tendencia de pensamiento social o un específico régimen político. Cuando los militares dieron el golpe de Estado que derrocó al Gobierno presidido por el camarada Allende, la absoluta mayoría de las organizaciones de izquierdas -salvo el MIR chileno- calificaron al nuevo Gobierno como fascista. Eso hizo que casi toda la dirigencia de las organizaciones de izquierda abandonara -de forma apresurada- Chile alegando que iban por solidaridad para volver a la lucha y derrocar al Gobierno de Pinochet. El MIR chileno sostuvo que no era fascista pero sí bonapartista y por lo tanto no se justificaba el abandono del país de parte de todas las direcciones de izquierda dejando a la deriva a la clase obrera, a los campesinos, a los estudiantes, a las masas marginadas que querían resistir contra el golpe militar bonapartista de Pinochet y sus acólitos civiles y militares.

Si uno identifica una chicha como limonada, al probarla, sentirá en su paladar algo realmente distinto a lo que cree, Bueno, es mi opinión y así la expongo.  Lo que sí no me atrevo es adulterar en nada las enseñanzas de quienes no han legado una riqueza de conocimientos, entre otras cosas, sobre terrorismo y fascismo. El marxismo es irrebatible en eso aunque me acusen de dogmático y de sectario.



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Freddy Yépez


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