Gigante incomparable

La memoria visual es, en Chávez, algo incomparable. Su hoja finísima de acero corta las tinieblas de la infancia, los recuerdos de la Mama Rosa quedaron impresos en su alma de niño. En Chávez no hay nunca contornos vagos ni posibilidades ambiguas: queramos o no, lo vemos todo con nitidez. La fuerza de esta figura no deja el más mínimo margen de libertad a la fantasía, se adueña de ella y la sojuzga: por eso era éste el Líder ideal para un pueblo huérfano de libertad. Las descripciones de Chávez son tan precisas, tan minuciosas, que nuestra mirada mental tiene que seguir, como hipnotizada, las huellas de la suya. No es el ojo mágico, que arrancaba el alma del pueblo a la noche de fuego de sus pasiones y sobre ellas los modelaba caóticamente, sino un ojo muy terreno, ojo de águila, al que ningún detalle humano se le escapaba.

Su mirada avizora los signos más insignificantes; sorprende los gestos apenas esbozados de perplejidad y desamparo de su amado pueblo. Aprecia los matices más finos, tienta el pulso de cada dedo de la mano que estrecha la suya, mide las gradaciones de la risa. Su mirada tenía una penetración inquietante para sorprender estos pequeños detalles de observación, nada se le escapaba: su ojo captaba, como una buena instantánea fotográfica en una centésima de segundo, gestos, dolores y movimientos de su amado pueblo.

Chávez rasga estos abismos, nos dice sus grandes peligros, y, sin embargo, nuestra alma no se espanta, no siente aquella dulce sensación del vértigo que es acaso el encanto supremo del goce espiritual. Le parece a uno que con Él se está siempre seguro de no caer al precipicio. Sabemos que Él no nos dejará hundirnos en la sima, que el Héroe no puede sucumbir a las fuerzas del mal, que los dos ángeles que se ciernen siempre con sus alas sobre Venezuela, la compasión y la justicia, nos transportarán indemnes sobre todas las simas y todos los peligros.

El grito jubiloso de los niños(as) junto a la gran lápida de mármol aquél grito santamente dulce. “¡Chávez Vive!”. Este mundo hermoso, libre, al que no bajan las tinieblas, es el país de la infancia. La mentira de la burguesía amputa en nosotros la vida de los sentidos y esclaviza al adulto; pero los niños viven todavía en su reino paradisíaco, son flores humanas claras y fragantes, aún no se proyecta sobre su mundo la sombra de la hipocresía. Aquí, donde Chávez podía moverse libremente. El corro de niños(as) es algo inolvidable. La risa y el llanto, lo ridículo y lo sublime, se combinan en estos cuadros como los colores de un arco iris; lo sublime y lo sentimental, lo trágico y lo cómico, la poesía y la verdad, se funden aquí en una belleza nueva y única.

“En un próximo monumento que se erigiese a nuestro Comandante Eterno, habría que poner un corro de niños(as) en mármol rodeando la figura de bronce de su creador, protector, hermano y padre”.

¡Gringos Go Home! ¡Libertad para los antiterroristas cubanos Héroes de la Humanidad!
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!
¡Patria Socialismo o Muerte!
¡Venceremos!


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Manuel Taibo


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