De mí les diré que soy un hijo de estos tiempos de descreimiento y de duda, y es probable y hasta seguro que lo siga siendo mientras viva. ¡Y que espantosamente me tortura, cómo me atormenta, aquí y ahora, el ansia del socialismo, ansió tanto y más fuerte cuanto mayor son las pruebas que tengo en contrario! Un año de gobierno, lenidad, impunidad, 52 asesinatos, gente inocente del pueblo llano ¿Qué estamos esperando? Estamos perdiendo el rumbo, todo está oscuro, gente nueva en el gobierno que no son. Imposible poner al desnudo con mayor claridad mi anhelo de fe por descreimiento. Y aquí nos encontramos con otro de esos sublimes trastrueques de valores: el escéptico, atormentado por el dolor del escepticismo, predica a los demás la fe que él no tiene. El atormentado quiere un pueblo al que Chávez ama; el angustiado por su descreimiento, quiere que el pueblo sea libre, feliz. Desde la cruz en que le tiene clavado su falta de fe, predica al pueblo el socialismo, reprime su verdad porque sabe que quema y desgarra, y predica la mentira que hace dichosa, la fe estricta, textual, del aldeano. Él, que no tiene un grano de fe. Sabe que, para un hombre concienzudo, las vacilaciones, el desasosiego de la fe son un tormento tal, que más le valiera morir. Él no esquiva este tormento; abraza la cruz de la duda y la lleva como un mártir. Más quiere apartar del suplicio al pueblo, como su Gran Inquisidor, ahorrarle los dolores de la opresión y la esclavitud y arrullarlo en el ritmo de la credulidad. Y en vez de proclamar la verdad soberbia de su conciencia, levanta la mentira humilde de una fe. Hermana el problema religioso con el nacional, al que infunde el fanatismo de lo divino. Y como la más fiel criatura, cuando le preguntan si cree en el socialismo, responde con la confesión más sincera de su vida: ¡Creo en Chávez y en el Pueblo!. Jamás la idea nacional se predicó más soberbia, más genial, más arrebatadora, más fascinante, más extática que la idea de Venezuela en los discursos de Chávez. Nosotros seremos los primeros en decir al mundo que no queremos prosperar sobre la opresión de la personalidad ni sobre el avasallamiento de las nacionalidades, sino por el contrario, sobre la mayor libertad e independencia de todos los pueblos y en una unión fraternal.
Chávez y el pueblo: He aquí su asilo, su refugio, su salvación. Aquí su palabra deja de ser contradicción y se convierte en dogma. Su indecible anhelo de fe en el socialismo se remonta sobre el espacio, sobre el tiempo, a un mundo infinito sólo a lo infinito, a lo ilimitado, podía entregarse este revolucionario sin medida, a la idea inmensa de Venezuela, a esta palabra ¡Venezuela! que él colma con todo el amor de su fe insaciada y en nombre de Venezuela habla al mundo. Sus doctrinas, contenidas en su Legado social y político. En ello se dibuja el rostro de este nuevo socialismo, de esta nueva idea de redención y universal reconciliación: un rostro de trazos duros y severos, sentimos que nos mira, fijo, desde el fondo de ese cuadro, dos ojos penetrantes, en los que hay fervor. Su doctrina no es el sermón suave, sino flujo de pasión desmesurada y delirante, atormentada y convulsa de misticismo.
Con todas las ideas de los rojo-rojitos y la burguesía se podría formar un ramillete, seco, marchito, bueno para dejarlo pudrirse en el estiércol. Nosotros los comprendemos, más vosotros no nos podéis comprender.
¡Gringos Go Home! ¡Libertad para los antiterroristas cubanos Héroes de la Humanidad!
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!
¡Patria Socialista o Muerte!
¡Venceremos!