Después de las incidencias conocidas y de vencer toda clase de obstáculos, el Consejo General, de acuerdo con las resoluciones de la Conferencia de Londres, convocó el V Congreso para los días 2 al 9 de septiembre de 1872 en La Haya (Holanda). Asistieron 67 delegados y 21 miembros del Consejo General. Tomaron parte en él, entre otros delegados de significación, Carlos Marx, Federico Engels, Jaime Guillaume, Federico Sorge, Juan J. Eccarius, Herman Jung, Carlos Longuet, J.P.H. Becker, Pablo Lafargue. Estaban representados los siguientes países: Inglaterra, Francia, Alemania, Dinamarca, España, Bélgica, Australia, Estados Unidos, Irlanda, Portugal, Hungría, Suiza y Holanda. Sólo dos delegados fueron rechazados: Jokowsky, de la famosa Sección de Propaganda Socialista y Revolucionaria de Ginebra, y un delegado de los Estados Unidos. El Congreso estaba dividido en mayoría y minoría. La mayoría la integraban 40 delegados con 16 miembros del Consejo y la minoría 25 delegados con 5 del Consejo. Ha sido uno de los congresos de más amplia representación. Como se recordara, la delegación española estaba integrada por Morago, Alerini, Farga y Marselau, los cuatro aliancistas, y por Pablo Lafargue representando a la nueva Federación de Madrid que había disuelto la Sección local de la Alianza y que permanecía dentro de la disciplina de la Internacional.
La Comisión de mandatos estaba compuesta por 5 delegados de la mayoría y 2 de la minoría. Las tres primeras jornadas fueron empleadas en examinar y discutir las credenciales de los delegados, entre ellas las de la Delegación española. La Federación Regional española no había abonado sus cotizaciones a la Internacional, lo que, unido a la forma en que había designado los delegados, le creaba una situación anormal. En pleno Congreso hicieron efectivas las cuotas.
Los puntos más importantes del orden del día: discusión de los poderes del Consejo; modificación de los estatutos de acuerdo con la resolución de la Conferencia de Londres; problema de la Alianza; lugar y residencia del nuevo Consejo General, fueron motivos de apasionadas discusiones.
Desde el primer momento de la apertura del Congreso los cuatro delegados españoles aliancistas presentaron una proposición de “orden” para que se modificara el procedimiento de votación en el sentido de que, en vez de ser por delegados, fuera por el número de afiliados que representaba cada uno. Los belgas y los de la Federación del Jura proponían que se votara por Federaciones. Las dos proposiciones fueron rechazadas, promoviéndose con ello el primer incidente. Los españoles y los del Jura declararon “que no tomarían parte en ninguna votación y que asistirían a todas las sesiones para protestar en contra de la maniobra de la mayoría” (la votación por delegados era el procedimiento que se había seguido en todos los congresos). La delegación española, pues, con la excepción de Pablo Lafargue, que representaba al grupo de Madrid, es la que crea el primer conflicto en el V Congreso de la Internacional en contra de una voluntad mayoritaria.
El Congreso designó una Comisión de Cinco delegados integrada por miembros de la mayoría y de la minoría, encargada de estudiar y elevar dictamen sobre el problema de la Alianza. Esta misma Comisión debería estudiar la denuncia aliancista en contra del Consejo General “por sus maniobras y violaciones de los Estatutos de la Internacional”.
En el debate sobre los poderes del Consejo, el delegado americano Sorge no sólo defendía los que le había conferido el Congreso de Basilea y la Conferencia de Londres, sino que pedía que éstos fueran ampliados. “El Consejo General —dijo— debe ser el Estado Mayor de la Internacional.” Guillaume llevó la voz cantante de la oposición, manifestándose no sólo en contra del Consejo, sino que pedía su desaparición. “Para la lucha política —afirmaba—, el Consejo General no es necesario; no será él el que conduzca a los trabajadores a la revolución. Los movimientos revolucionarios se producen espontáneamente y no bajo el impulso de un poder dictador…” Al final declaró: “Estamos dispuestos a no reclamar su supresión a cambio de que su misión se reduzca a la de una simple oficina de correspondencia y estadística…”
En nombre de los cuatro delegados españoles aliancistas, de la Federación Regional, intervino Morago para decir:
…Será perder el tiempo acordar poderes al Consejo General habida cuenta de que no dispone de fuerza suficiente para someter a las Secciones a la obediencia… La Internacional es una asociación libre nacida de la organización espontánea del proletariado y formando, por su existencia misma, la más categórica protesta contra la autoridad. Sería absurdo esperar que los partidarios de la autonomía de las colectividades obreras abdicaran de sus sentimientos y de sus ideas para aceptar la tiran del Consejo General. La Federación Española está por la libertad y no consentirá jamás ver en el Consejo General otra cosa que un Centra de Correspondencia y de Estadística… (L’Internationale, documents, James Guillaume, Vol. 2, pág. 338.)
El propósito de los bakuninistas era el de anular la dirección del movimiento obrero internacional. En nombre de su “autonomismo”, de su “antiautoritarismo”, querían convertir la dirección de la Internacional en un simple buzón de correspondencia, como decía Marx. La mayoría del Congreso rechazaba sus argumentos y proposiciones y aprobaba la modificación de los artículos 2º y 6º del título II del reglamento de la Asociación:
Artículo 2º El Consejo General está obligado a cumplir las resoluciones de los Congresos y a vigilar que en cada país se apliquen estrictamente los principios, los estatutos y reglamentos de la Internacional.
Artículo 6º El Consejo General tiene igualmente el derecho de suspender ramas, secciones, Consejos o Comités Federales y Federaciones de la Internacional hasta un próximo Congreso.
No obstante, en relación con las secciones pertenecientes a una Federación, no ejercerá este derecho hasta después de haber consultado previamente con el Consejo Federal respectivo…
Todas estas resoluciones fueron aprobadas con la abstención, como habían anunciado, las delegaciones suizas (Federación del Jura) y española, los cuatro delegados de la Federación regional.
El otro problema debatido ampliamente fue el de la posición política de la Internacional, así como el del lugar de residencia del nuevo Consejo General. Sobre este último había tres posiciones: una que continuara en Londres; otra, que fuera trasladado al continente, a Bélgica o Suiza, y, finalmente, una tercera posición de Marx proponiendo que fuera trasladado a Nueva York.
En la discusión sobre el problema político, por la oposición, intervino Guillaume contestándole, entre otros, Lafargue, delegado de la Sección de Madrid. Guillaume concretó su pensamiento en estos términos:
La mayoría quiere la conquista del poder político; la minoría quiere la destrucción del poder político…
Por 29 votos contra 5 y 8 abstenciones, se adoptó una resolución casi exacta a la aprobada en la Conferencia Internacional de Londres:
En su lucha contra el poder colectivo de las clases poseedoras, el proletariado no puede obrar como clase si no se constituye en partido político propio, distinto, opuesto a todos los viejos partidos formados por las clases poseedoras.
Esta constitución del proletariado en partido político es indispensable para asegurar el triunfo de la revolución social y de su objetivo supremo, la abolición de las clases.
La coalición de las fuerzas obreras ya obtenida por las luchas económicas debe servir también de palanca en las manos de esta clase en la lucha en contra del poder político de sus explotadores.
Los señores de la tierra y del capital se sirven siempre de sus privilegios políticos para defender y perpetuar sus monopolios económicos y sojuzgar el trabajo, por lo cual la conquista del poder político es el gran deber del proletariado…
El Congreso ratificaba los principios políticos de la Internacional frente al apoliticismo anarquista. La decisión sobre la necesidad de la acción política de la clase obrera del Congreso de Basilea, de la Conferencia de Londres y del Congreso de La Haya, daban continuidad a la idea fundamental que habría de orientar al proletariado justamente hacia el campo del socialismo científico y revolucionario de Marx y Engels que determinaría la creación de los partidos obreros. Esas tres decisiones son los primeros peldaños de la construcción del edificio político nacional e internacional de la vanguardia consciente y revolucionaria del proletariado. La Primera Internacional superaba las dificultades de tipo ideológico existentes en el momento de su constitución para interpretar su papel histórico, de acuerdo con los principios políticos del Manifiesto del Partido Comunista.
Otra discusión borrascosa fue la del problema de la Alianza. La Comisión estaba en posesión de documentos, declaraciones, pruebas irrefutables, que ponían de relieve con claridad meridiana las maniobras de Bakunin y de sus “aliados” a través de la Alianza. La Comisión había llamado a declarar a Guillaume y a tres elementos, pero éstos negaronse a ello. La Comisión propuso al Congreso:
Excluir de la Internacional a Miguel Bakunin como fundador de la Alianza y por hechos personales.
Excluir a James Guillaume como miembro de la Alianza.
Publicar los documentos relativos a la Alianza.
En lo que concierne a los ciudadanos Morago y Farga, Marselau y Alerini, la Comisión, de acuerdo con sus declaraciones formales de que no forman parte de la Alianza, pide al Congreso que se les declare fuera de causa…
Miguel Bakunin y su principal lugarteniente, James Guillaume, fueron excluidos de la Internacional.
La resolución política y la decisión sobre Bakunin y Guillaume determinan la retirada de los anarquistas. La Internacional acaba de escindirse. El movimiento obrero se bifurcaba en dos concepciones que seguirían caminos dispares. Una concepción la llevaría poco a poco hacia la victoria; la otra, condenada a morir como doctrina caduca y sin perspectiva, en contradicción permanente con el desarrollo histórico de la clase obrera, iría hundiéndose en el desprestigio. En la medida que la clase obrera desarrollaba su conciencia política y de clase, morirían las falsas concepciones del apoliticismo, las doctrinas contrarrevolucionarias de secta. Los principios y postulados revolucionarios de Marx, de la Primera Internacional, marchaban hacia las grandes revoluciones; el anarquismo marchaba hacia atrás, a quedar prendido y perdido en las épocas del pasado. Marx era y es el porvenir; el anarquismo, la nada. La minoría, antes de retirarse, presentaba al Congreso la siguiente declaración como último tributo a su política de confusionismo, de inconsecuencia, de perturbación constante, de acción negativa y demoledora de todo principio de responsabilidad y de disciplina revolucionaria.
Los firmantes, miembros de la minoría del Congreso de La Haya, partidarios de la autonomía y de la federación de los grupos de trabajadores, ante el voto y las decisiones que nos parecen dirigidas en contra de los principios admitidos por los países que nosotros representamos, pero deseando evitar toda especie de escisión en el seno de la Asociación Internacional de los Trabajadores, hacemos la siguiente declaración, que sometemos a la aprobación de las secciones que nos tienen delegados:
1. Continuaremos con el Consejo General nuestras relaciones administrativas concernientes al pago de cotizaciones, la correspondencia y la estadística de trabajo.
2. Las federaciones representadas por nosotros establecerán entre ellas y todas las ramas de la Internacional regularmente constituidas, relaciones directas y continuas.
3. En el caso de que el Consejo General quiera ingerirse en los asuntos internos de una Federación, las federaciones representadas por los firmantes se comprometen solidariamente a mantener su autonomía en tanto que esta Federación no entre en una en una vía directamente contraria a los estatutos generales de la Internacional aprobados en el Congreso de Ginebra.
Más tarde, el 18 de septiembre, en Neuchatel, Suiza, los delegados españoles enviaban una carta fabricada al periódico La Liberté en la que trataban de retractarse.
Otra carta muy parecida la publicaba también allí unos rusos defendiendo a Bakunin.
4. Todas nuestras Federaciones y Secciones se comprometen a preparar de aquí en adelante un próximo Congreso General donde triunfen en el seno de la Internacional, como base de organización del trabajo, los principios de autonomía federativa.
5. Repudiamos altamente toda relación con el llamado Consejo Federalista Universal de Londres o toda otra organización parecida, extraña a la Internacional.
Alerini, Farga, Morago, Marselau (Federación Regional Española).
Brismée, Coenen, Fluse, Van den Abeebe, Eberhard (Bélgica).
Schwitguebel, Guillaume (Federación del Jura).
Dave Gerhard (Holanda).
Sauva (Estados Unidos).
La lectura de la declaración, sus flagrantes contradicciones, son lo suficientemente elocuentes como para definir ante el movimiento obrero cuál ha sido la conducta de los bakuninistas en el seno de la Primera Internacional. Los cuatro aliancistas españoles que, ante la Comisión, negaron formar parte de la Alianza, aparecen los primeros firmando el documento de escisión. No es ciertamente ni un orgullo ni una honra para el anarquismo español obrando a espaldas de los intereses y de los sentimientos de la clase obrera que decían representar y que jamás fue conocedora de sus maniobras. Ante la historia del movimiento obrero internacional, ese honor fue salvado por Pablo Lafargue, representando a la Federación Madrileña; por Mesa, por Iglesias, por Mora; históricamente, por el movimiento obrero español.
Por Primera vez había estado presente en un Congreso internacional un delegado representando el pensamiento político nuevo que nacía en el seno del movimiento obrero español al calor de la Primera Internacional, de sus principios políticos inspirados en las ideas generales de Marx y Engels. Ese delegado era Pablo Lafargue; el punto de partida de la nueva corriente política era Madrid, Guadalajara, Alcalá y otros lugares de España donde la Internacional contaba con fieles internacionalistas. Desde ese momento, el socialismo español incorporabase al socialismo internacional. En España como en La Haya, quedaban establecidas dos orientaciones; la socialista, la anarquista.
“Los que siguieron a Bakunin —dice Anselmo Lorenzo en su libro El proletario militante, pág. 282—” distaban mucho, por lo general, de elevarse a su concepto de la libertad. Bien pude observarlo en las reuniones de las secciones de la Alianza Socialista en Madrid, Valencia, donde los aliancistas practicaban la propaganda por la imposición hábil, más que por la persuasión y la convicción ilustrada.”
“En el informe que publicó la Comisión nombrada por el Congreso de La Haya para examinar la conducta de la Alianza —declara Francisco Mora en su Historia del Socialismo obrero español— se demostró de una manera evidente y con datos oficiales, los móviles bastardos a que había obedecido la tenebrosa Alianza anarquista en su traidora lucha con la Internacional…” Así calificaba la acción bakuninista una de las principales figuras de la Internacional en España y más tarde, junto a Mesa y a Iglesias, del socialismo.
¡Siempre juntos —con— Chávez!
¡Patria Socialista o Muerte!
¡Venceremos!