A propósito del “Sacudón” anunciado por el Presidente Nicolás Maduro, la crítica se ha revestido una vez más de disimiles puntos de vistas dentro de la bipolaridad política que vivimos. De los cuales quisiera rescatar uno relacionado con una apreciación hecha a la propuesta sobre “la revolución del conocimiento”, que bien debe calificarse como línea de acción programática, inherente al Plan de la Patria. Que para impulsarla como hecho transformador y no meramente nominal, es necesario entenderla con sus implicaciones ideológicas, en su justa dimensión histórica.
Respecto a la aludida línea de acción, un alto funcionario expresó estar conteste con “la revolución del conocimiento, pues nos llevará a la modernidad”. Y ligera aseveración, más allá de denotar apego a las directrices del gobierno, genera interrogantes sobre la adjetivación que hace de la misma. Por ejemplo: ¿Acaso no hemos vivido la modernidad con sus entuertos y logros? ¿A qué modernidad se refirió, a otra que deberá construirse? Esto sin entrar en otras consideraciones.
En todo caso, la modernidad es entendida como un largo proceso social, cultural, y tecnológico complejo, donde el progreso, rasgo que la sociedad le ha otorgado más relevante, se manifiesta en los grados de bienestar alcanzados por los países desarrollados, el cual se corresponde con la obtención de bienes materiales y mejora en la “calidad de vida”, motivados por la cultura de consumo. Desde esta perspectiva, el progreso lo ha amparado el sistema de representación de la sociedad capitalista, de su ideología. Por supuesto, el camarada aludido estoy seguro que no se refirió a esta modernidad, pero dejó pendiendo la duda sobre la existencia de una ignorancia inexcusable.
En este contexto de la realidad compleja y problematizada que vivimos, donde muchos seguimos de frente defendiendo la utopía de la construcción del hombre nuevo, a los términos "progreso” y “modernidad” hay que desplazarlos semántica y pragmáticamente; hay que despojarlos de las nociones mercantilistas-desarrollistas negadoras del hombre. Para algún día no lejano hablar dentro de una modernidad verdaderamente humanista, donde la “cosa” pierda su preeminencia.
Es difícil alcanzar ese cometido, pero este es el momento histórico más cercano para conseguirlo, tal como me escribiera el camarada Luis Eduardo: “Aunque la utopía sigue siendo utopía, hoy estamos más cerca, hemos dado pasos, sólo que antes el enemigo estaba más que definido y ahora se camuflajea y pone en peligro los pasos dados…habrá que arreciar la lucha, quien dijo que sería fácil. Pa´lante es pa´lla”.
Por ello, “La revolución del conocimiento”, y repito, para que no sea nominal, tiene que accionarse para defenestrar la nociva modernidad que padecemos como estandarte de un progreso ilusorio, egoísta, individualista y de unos pocos. Si, para desaparecer lo que el pensador Zygmunt Bauman ha caracterizado como “Modernidad Líquida”, la que según él, hizo que se nos escapara de entre las manos como agua entre los dedos, la posibilidad de una modernidad fructífera.
Esa modernidad de una sociedad que impone con duraciones efímeras la moda y la tecnología para mantener el ánimo consumista. Una modernidad que permea todos los géneros y estrato sociales. De allí el desespero desmedido de muchos por hacer riqueza fácil sin importarle el otro, tales son los casos del narcotráfico y de tantos negocios ilícitos; de allí también, que muchos miembros de nuestras dirigencia política, de cualquier signo, han buscando siempre ascender para tener privilegios personales y no para servir.
Y para que en ese último aspecto no nos siga afectado esta modernidad líquida, “La revolución del conocimiento” debe hurgar dentro de los espacios donde transitamos los que creemos en la revolución bolivariana, de tal modo que la misma se convierta en algo inmanente a la condición de bolivariano o chavista, para que el talento y la probidad sean nuestros principios ductores, como ciudadanos y como sociedad. Sólo así, nos garantizaríamos seguir cabalgando en la deseada utopía.