Los últimos movimientos tomados por algunos sectores del gobierno de Venezuela en materia de política exterior, han demostrado, en mi opinión, una conducta errónea, producto de una apreciación equivocada de las realidades actuales, tanto internas como externas.
Hay que entender que lo que se está viviendo, no sólo nuestro país, sino en todo el área latinoamericana, no es un simple proceso de cambio sino una verdadera revolución.
Pero, ¿Qué es una Revolución?
Si nos atenemos al concepto marxista, es el cambio que se impone cuando las contradicciones entre las fuerzas productivas y el modo de producción no tienen solución de continuidad e imponen una ruptura para instaurar unas nuevas relaciones entre ellas.
Y eso es precisamente lo que estamos viviendo en nuestra región.
EL MODO DE PRODUCCIÓN MONROISTA
Para entender en que consiste este modo de producción que se ha quedado obsoleto, hay que referirse a la Doctrina Monroe, impuesta por Estados Unidos en América Latina desde 1824, y que tiene como objetivo central el impedir que al sur del Río Bravo pueda surgir alguna nación que alcance un desarrollo tal que pueda servir de contrapeso al poderío norteamericano en la región.
Esta política generó su propio “ecosistema”, en donde diversos sectores económicos, políticos, militares y sociales (verdaderos parásitos) ejercían el poder en nuestros países, sostenidos por el apoyo norteamericano, y con el compromiso de contener cualquier dinámica que procurase la soberanía y el desarrollo independiente.
Esta política se mantuvo por casi 200 años. Pero el crecimiento cuantitativo y cualitativo de la población en nuestra región, que en definitiva constituye la parte esencial de las fuerzas productivas, hizo que su gran mayoría fuese quedando más y más insatisfecha en sus deseos de satisfacer sus necesidades de subsistencia, (al punto de que ya no se divide la sociedad en nuestros países en clases sociales, sino entre excluidos e incluidos) ya que el modo de producción “monroista”, basado en ingresos provenientes de la exportación de minerales, materias primas y productos agrícolas, importación de productos terminados y explotación de algunas actividades económicas “controladas”, no pudo acompañar ese crecimiento, imponiéndose la necesidad de un cambio radical en nuestras sociedades.
A diferencia de la gran mayoría de las revoluciones que han ocurrido en el mundo desde el siglo XIX, caracterizadas por responder a proyectos de sociedad pensados e impulsados desde arriba por un puñado de líderes, conocidos como la “vanguardia”, y que siempre fracasaron, nuestra revolución obedece a condiciones objetivas, no fabricadas ni impuestas por ningún liderazgo, y que se mueve detrás de propuestas que ofrezcan un cambio radical.
Esta realidad es la que explica el éxito inicial de la revolución neoliberal a comienzos de los 90 en Latinoamérica, y que fracasó cuando no satisfizo las aspiraciones de los pueblos. Es la que explica también el ascenso al poder de los diferentes movimientos tildados de izquierda que han ocurrido en los últimos años, y que continuarán por algún tiempo más. Y es la que también explica el fuerte posicionamiento electoral de Uribe en Colombia. En todos esos casos es la esperanza de cambiar una situación insostenible de pobreza creciente, o la desilusión, la que impone los ascensos y caídas.
LA REVOLUCIÓN DEBE SER, NECESARIAMENTE, LOCAL Y CONTINENTAL
Esta situación no es entendida por algunos sectores oficialistas en Venezuela, que en vez de ayudar a trazar una estrategia que desmonte totalmente ese “ecosistema” monroista, (cuyo ejemplo más notorio son los medios de comunicación fascistas, mantenidos por la publicidad de las transnacionales) y construir una nueva estructura social generadora de riquezas, es decir, hacer la revolución necesaria, creen que el problema es de “actitud”, de falta de “comprensión” de los sectores que componen el ecosistema “monroista”. Conducta comprensible si se toma en cuenta que muchos de ellos provienen de ese mismo sistema.
De suerte que a 7 años del gobierno, entre “mesas de negociación y acuerdo”; amenazas incumplidas, y fallidos intentos de enamoramiento, ambientado todo en una gigantesca impunidad, ese sistema se mantiene casi intacto y con una conducta de guerra total al cambio. Conducta que no cambiará por más carantoñas que se les haga, y que aprovecharan, agazapados, cualquier oportunidad para cercenar el derecho de nuestro pueblo a la soberanía y al progreso, que van desde destruir públicamente símbolos patrios, hasta penetrar con malandros y drogadictos, iniciativas sociales como las que desarrolla el Frente Miranda, por poner sólo dos ejemplos. Todas estas acciones e iniciativas de dominación como el ALCA o los TLC, son planificadas por los estrategas del imperio, auténticos dueños del circo.
Pero el problema no se circunscribe al ámbito local, es también una problemática regional. En cada país latinoamericano, el imperio norteamericano ha cultivado un “ecosistema” monroista, lo que le ha permitido construir estructuras supranacionales en la región, gubernamentales o no, diseñadas para sostener el sistema monroista a nivel continental (algunas, incluso, con atribuciones intervensionistas) Instituciones como la SIP, la OEA, el BID, etc., constituyen ejemplos de esa tupida trama.
Es por ello que, para que los países latinoamericanos alcancemos nuestro desarrollo, se hace imperativo tener una estrategia para desmontar esa estructura supranacional monroista. Estrategia requiere de propuestas concretas, como por ejemplo, la constitución de una Organización Latinoamericana de Naciones, que sustituya a la OEA, emblema del “monroísmo”. En este sentido es necesario diseñar una “hoja de ruta”, única garantía del éxito de nuestros pueblos.
La historia nos ha presentado una segunda oportunidad a los latinoamericanos de alcanzar nuestra grandeza. No permitamos que la ceguera, el egoísmo y las soluciones individuales aborten esa posibilidad.
Se impone pues, una discusión seria, amplia, sin dogmas preestablecidos, que entienda y analice nuestras realidades y que pueda ofrecer caminos viables para la prosperidad de nuestros pueblos. Caminos que serán seguramente muy duros, por la esclerosis cerebral de la burocracia política norteamericana, anclados en las tesis monroistas, pero que conducirán, indubitablemente, hacia nuestro éxito.