Solemos denunciar un largo y constante bombardeo a través de medios y redes, en el que se funde la realidad con una construcción político-informativa, que ha logrado inocular la convivencia con el miedo, la desesperanza, la desconfianza y la intolerancia. Clima afectivo que obstaculiza, por no decir impide, cualquier posibilidad de pacto social.
Cada cierto tiempo se levantan voces de uno u otro espacio político invocando la necesidad de diálogo “sincero” para mantener la paz y vagamente se demanda un gran acuerdo nacional. Sin embargo, cada quien -gobierno y oposición- cree poseer la verdad, reclaman el derecho de defenderla y se acusan mutuamente de pretender distorsionarla. Recientemente una especialista en opinión pública afirma que “se crea estado de incertidumbre y denuncia que "El poder usa rumores como instrumento de malicia para distraer."
A pesar del clamor por una mediación, voces externas e internas coinciden en que los problemas económicos y políticos del país “solo se resolverán si los venezolanos hablan los unos con los otros en un clima de democracia y de respeto a los derechos humanos”.
Jesús Martín-Barbero (Bogotá: los laberintos urbanos del miedo) ahonda en como los miedos gradualmente han entrado a formar parte constitutiva de los nuevos procesos de comunicación. Sin embargo, acota que para comprender tales procesos no deben estudiarse solo los medios, afirma que deben abordarse las transformaciones en los modos de comunicar, los cambios en el espacio público, en las relaciones entre lo público y lo privado. Sugiere estudiar aquellos procesos y situaciones que hacen que la gente se retraiga, se aísle, se encierre y proyecte sobre sus espacios privados un imaginario de protección y seguridad. Nuevos espacios del habitar hechos “cada día más de flujos, de circulación e informaciones, pero cada vez menos de encuentros y comunicación.” Suerte de territorio seguro donde nos refugiamos y reconocemos en un nosotros versus un ellos…los extraños, el enemigo político. Es saludable reconocer que la cultura política edificada entre todos y todas, no sólo legitima la intolerancia sino que obstaculiza la consolidación de espacios políticos propicios a la negociación de los conflictos y las diferencias.
Si no nos reconocemos en la diferencia, ¿cómo es posible un pacto social?