Es indudable que vivimos en un mundo donde la frivolidad y la banalidad prevalecen…
Estados Unidos es el principal exportador de superficialidad, siendo, a la vez, la principal potencia económica, militar y tecnológica que haya conocido la humanidad. Como afirmara Jorge Luís Borges, en una vieja entrevista, es un país que tiene las más espectaculares bibliotecas, las mejores del mundo, repletas de libros “que nunca nadie leerá”. Una población con alto grado de drogadicción, de alcoholismo, al igual que un índice excesivo de adicción al deporte, al consumo desenfrenado y con el más bajo nivel educativo. Pero es el gendarme del mundo e impone su cultura a todos los países de la tierra, o más bien su ideología, ya que como diría, Ludovico Silva, “la cultura capitalista no es otra cosa que ideología”. La Europa culta, cansada, sin ideas nuevas, se ha convertido en su gran aliado alcahuete. ¿Y nosotros qué?
Basta con ver cualquier canal de TV por cable para darnos cuenta cómo se nos penetra ideológicamente e, incluso, más grave aún, ver cómo la mayoría de nuestros medios repiten los mismos esquemas. Hay, sin embargo, excepciones, como TELESUR. O, basta transitar por las calles y ver los inmensos centros comerciales que son nuestras ciudades. ¿Y qué decir de las declaraciones de la mayoría de nuestros políticos? Como alguien dijera, pareciera que van a terminar sus discursos, gritando ¡gooool!, como si estuvieran narrando un partido de futbol. O vociferando una consigna como cualquier hincha de equipo deportivo. Es evidente la falta de conciencia. No hay claridad en nuestra dirigencia, tampoco en las políticas que se diseñan desde el gobierno. Hay también excepciones, Fidel y Chávez, nos acostumbraron a ellas e, incluso, le dieron un sentido distinto al discurso político. La futilidad y la vacuidad sufrieron algunos traspiés con ellos, pero no suficientes… ¿Y los cambios más profundos? ¿Los internos?
No se ven. No se habla de ello. Seguimos bajo el yugo de la ideología capitalista que moldea la realidad cotidiana y se apodera de ella. Pareciera necesario defenderse permanentemente de la estupidez humana que, como plaga de saltamontes, se expande por todos los confines de nuestro planeta. La irreverencia es un imperativo vital.