La política suele opacar al individuo. No es el deber ser pero es lo que suele suceder. Se apodera de la realidad y lo excluye. Eso hace que mucha gente no se sienta identificada con la política o, incluso, la rechace. Eso hace también que, en muchos países, que tienen democracias representativas liberales, particularmente en el hemisferio occidental, éstas sean percibidas como insustanciales y formales, y la gente no salga a votar o sienta que su única participación es precisamente en el acto de votación. Del resto es ignorada. La idea de una democracia participativa y protagónica, como la que surgió con nuestra revolución bolivariana, al igual que la que existe, con mayor claridad, en la democracia cubana, ha buscado ir por otro camino, de mayor consideración hacia el ser humano. Aunque tampoco están exentas de excluirlo, ni son capaces de superar positivamente, la dicotomía ser individual y ser social.
Las esferas del ser social y el ser individual suelen ser antagónicas, aunque no deberían serlo. Debería alcanzarse un “equilibrio” entre ellas. Un maravilloso y anhelado “equilibrio”. Quizás la mayor de las dificultades radica en que la práctica política la hacen los propios seres humanos; es decir, seres humanos, muchas veces, la mayoría de las veces, sin capacidades, actuando sobre otros seres humanos. Imponiéndoles sus criterios casi siempre torpes. De hecho, nos atrevemos a decirlo, es lo que suele suceder, lo que ha sucedido con mayor frecuencia, en la historia de la humanidad.
Tomas Mann, el escritor alemán, decía con inmensa lucidez: “Vosotros los políticos partidistas sois como gatos con un solo ojo. Algunos de vosotros veis únicamente con el ojo izquierdo y otros con el derecho; por eso, vuestra visión nunca podrá ser estereoscópica, sino unilateral y plana”. Se obvia “lo esencial de la vida, la verdadera humanidad de la vida”. Privan los convencionalismos, los clichés, la uniformidad, la frivolidad, la banalidad y la falta de rigor en lo que se dice y hace. Eso lo constatamos a diario.
La política no puede eclipsar la individualidad (algo muy distinto al individualismo narcisista de la sociedad moderna), estaría castrando la vida misma y lo maravilloso que es la experiencia de esa aventura que hace del ser humano, “infinitas posibilidades de ser”.