Nunca antes Marx y Engels habían tenido la oportunidad desde el observatorio sacrosanto que habitan de constatar siglo y medio después, la impronta del axioma sobre el criterio de la verdad. El desencadenamiento de la revolución bolivariana en Venezuela se alza como un vasto campo de práctica política que pone de relieve la esencia del pensamiento teórico marxiano acerca de la lucha de clases sociales.
La sociedad clasista ha sido hasta hoy el distintivo del desarrollo de la civilización pre histórica. El materialismo histórico, con el cual la historia deja de ser la descripción positivista del accionar humano en su lucha por la existencia, y se convierte en el análisis de la dialéctica de la interacción de las fuerzas sociales, da cuenta no sólo de la existencia histórica de las clases, sino, ante todo, de la lucha que entre sí libran por el dominio de unas sobre otras. Toda la historia de la humanidad hasta hoy es la historia de la lucha de clases. Predicen y concluyen en el Manifiesto Comunista. Concluyen diciendo que esa lucha desaparece con la abolicón de la sociedad clasista. No hay aquí una reducción al capitalismo, en tanto estadio historio-concreto del desarrollo civilizacional. Sino una proyección del pensamiento cognitivo hacia un horizonte que traspasa toda la pre historia de la sociedad clasista. La historia está por venir. Se incuba en los procesos emancipatorios de la sociedad. En el presente, la sociedad capitalista. Acabar con el ariete de la lucha de clases por la dominación pasa no por la eliminación de una u otra clase, sino por la eliminación de las clases. Por la eliminación de la sociedad clasista. Para ello ha de perder su razón de ser la burguesía. Y ha de perder su condición proletaria la clase trabajadora. No son burguesía y proletariado un par dialéctico dado en su interacción a síntesis sociales cualitativamente superiores. Son contrarios envueltos en contradicciones antagónicas.
La burguesía venezolana nunca ha sido revolucionaria. No ha existido como burguesía nacioanalista, sino como burguesía compradora. Es la marca del oligarquismo de las sociedades clasistas latinoamericanas. El capitalismo periférico, subporoducto económico de los centros capitalistas estadounidense y europeos, convirtió a la burguesía en una clase explotadora sin instinto dialéctico de la historia y las relaciones de poder que el estado burgués podía desarrollar sin el estrés auto destructivo de la dictadura clasista. Con la muerte de Marx y ante el miedo al legado de su teoría y práctica revolucionaria sobre la necesidad objetiva de la eliminación del estado burgués, la burguesía alemana echa con Bismarck el fundamento del llamado estado de bienestar. Es un momento tan temprano como la segunda mitad del siglo XIX. La sobreexplotación de la clase proletaria significa cortar la rama donde se asienta el poder burgués. La reforma previene la revolución proletaria. El pragmatismo se torna regormismo burgués en la medida que la explotación del trabajo por el capital no depreda a la clase proletaria. La dialéctica de un desarrollo de las fuerzas productivas, donde a la clase proletaria, creadora del plusvalor, se le hace partícipe de una cuota relativa mayor del producto, lanza a la burguesía como clase coligada al interés nacional. En los propios EEUU el advenimiento de la era fordista crea la burbuja de la prosperidad de la clase proletaria obrera. La idea de una clase media en el imaginario político burgués toma cuerpo y hasta hoy constituye un placentero opio para la clase proletaria. Vacunada con la promesa de mobilidad ascendente en la pirámide de la polarización socioeconómica y por el consumismo, la supuesta clase media se torna ideológicamente asexual, se hace contrarrevolucionaria. Luchará por el estatus, no por la emancipación como clase proletaria. Ya no somos proletarios, nos quitamos ese estigma comunista, a pesar de que la condición del trabajo asalariado sigue dándole a las mayorías ese estatus. Una revolución social como la bolivariana puede ofrecerle la oportunidad de quitarse el yugo de la explotación de la alta burguesía propietaria y en esa medida estará por el reformismo capitalista, no por la revolución socialista. El camino, sin embargo, es de espinas. Las burguesías depredadoras latinoamericanas, especialmente la venezolana, deshacen en pedazos a su inventada clase media. La división de la sociedad en cúpulas de ricos y masas de empobrecidos disuelve como en ácido sulfúrico esa clase media que habría de ser el equilibrio y la aspiración de todo proletario.
Con la muerte del keynesismo después de la recuperación de la posguerra (II G.M.), las burguesías de los centros advierten que la acumulación de capital pierde fuelle. No ven más allá de sus narices. Aislados en su laboratorio del Monte Peregrino, F. von Hayek & Cia han tejido con la paciencia de Penélope el mantra teórico del neoliberalismo. Decapitado el reformismo burgués keynesista llega la oportunidad de echarse a correr por el “camino de la riqueza”. R. Reagan y M. Thatcher dan el pitazo de salida y Pinochet, con la bota ensangrentada sobre el pueblo , pone a Chile como conejillo de indias. Para América Latina comienza la larga noche negra del neoliberalismo. Las burguesías y oligarquías del patio se lanzan en una arremetida sin límites sobre la clase trabajadora. La lucha de clases, burguesía y proletarios, se torna sin cuartel. Las dictaduras militares de las burguesías y oligarquías apoderadas son el fierro del sometimiento del trabajo y el dominio sobre la clase obrera y las masas populares. Explotación y muerte a manos de la clase burguesa dominante. La Argentina europeísta se destaca de manera sobresaliente en el arte del despojo y la muerte con su burguesía y oligarquías montadas en el caballo neoliberal. En Venezuela estalla el ¨caracazo” con el que la burguesía y la oligarquía cobran en miles de muertes de desposeídos el precio de su dominio sobre el capital. Un capital rentista que al estado de la burguesía no le rinde nada, porque la burguesía hace mucho que bien vive individualmente con la renta del petróleo, alienada socialmente. La clase burguesa no cree en lágrimas.
La revolución bolivariana sorprende a la burguesía venezolana propietaria y a su oligarquía apoderada. El parlamentarismo representativo en el que se asienta el poder político burgués les juega una mala pasada. En 1998 una corriente revolucionaria cocinada a fuego de conciencia nacional y jalada por el liderazgo de un militar progresista de alta sensibilidad social toma el poder a través de las urnas. Es un momento histórico que lleva la ventaja de la experiencia de la revolución cubana y del reformismo chileno en sus luchas por el socialismo. Pero lleva, ante todo, la marca del neoliberalismo burgués en la piel del pueblo que lo lleva al poder con su voto soberano. La revolución social que emprende el movimiento bolivariano le llega a la clase burguesa venezolana no como un canto por la justicia, sino como un grito de guerra. Así de cavernícula y anti nacional se reafirma la clase burguesa hasta ese momento políticamente dominante. La lucha de clases que ha sido cruelmente velada durante todas las llamadas repúblicas anteriores, se devela ahora en un zafarrancho de violencia contra el nuevo poder revolucionario. A la clase popular, la proletaria y la desposeída, hay que hacerle pagar alto el precio de su adhesión a la revolución social. Ella constituye el 80% de la población. Para la revolución salvarle la deuda social en que la burguesía la ha sumido constituye una prioridad humanista. Pero 150 años de sometimiento cultural capitalista no se rehabilitan en 15 años de gobierno popular. Eso lo sabe la burguesía y tienen a su favor todo el imperio del poder mediático y económico que aún detentan. Tienen más que eso.
Tienen un modelo de monocultura económica a su favor. Porque la renta del petróleo, ese minotauro del que hablan los ideológos de la burguesía como si hubiera sico criado por la revolución quinceañera bolivariana, bien puesta al servicio social, no deviene en sí misma factor de cambio estrutural del modo de producción capitalista. El 70% del PIB venezolano sigue generado por la propiedad privada burguesa. Ello significa que la mayoría de la clase trabajadora es fuerza de trabajo asalariada por el capital privado. Otra parte de la clase trabajadora sigue bajo su condición de proletaria al servicio del capital estatal. Una importante porción de trabajadores permanece marginada en el desarraigo del trabajo precario informal. El movimiento de comunización de la propiedad y la producción se mantiene en ciernes y bajo graves barreras de ineficiencia productiva y dominio burocrático. El capital financiero bancario permanece bajo el dominio de la alta burguesía propietaria y sus oligarquías compradoras, trabajando en estrechas relaciones con el capital financiero estadounidense. Superar tal estado de cosas se define en términos de revolución socialista.
Para la revolución socialista sembrar el petróleo y darle muerte al minotauro burgués no se reduce, tal como quisieran la burguesía y muchos de los miembros de sus subclases gravitacionales - pequeña burguesía propietaria, asalariados no productivos del capital y capas asalariadas del propio estado -, a crear una “industria nacional”. Se trata de crear un nuevo poder económico, donde la democratización del capital constituye la piedra fundacional del nuevo modo de relaciones sociales de producción. La socialización de la propiedad y del producto del trabajo son condiciones sin las cuáles no se siembra la revolución socialista.
Desde la perspectiva de la revolución bolivariana la lucha de clases no puede perder el azimut socialista. Las luchas de la clase trabajadora que se dan en los dominios del capital privado, las que se dan en el dominio de la propiedad productiva estatizada y en sus sectores no productivos, las que se dan en el movimiento comunitario productivo que se forja, reflejan conciencia en sí, pero no necesariamente para sí de dicha clase. La conciencia en sí se agota en los límites de las luchas reinvindicativas a la que por instinto de conservación ha estado obligada la clase trabajadora. Conciencia para sí es conciencia sobre la necesidad de la eliminación de las relaciones de explotación que encarna el trabajo asalariado, así sea bajo el capital privado o el capital del estado. La lucha de clases en Venezuela no es una lucha reducida a las contradicciones naturales del antagonismo de las clases sociales en el capitalismo. Esa lucha está mediada por la idea del socialismo y de fuerzas políticas organizadas en pos de su alcance. Aquí está el sentido de la lucha de clases como conciencia para sí del proletariado y las fuerzas populares en la revolución socialista. En esa toma de conciencia ha de insistirse.
La burguesía despojada del poder político se enfrasca en una lucha de clases que no entiende sobre democratización del capital. En la democracia identifica expropiación del capital. La democracia no es atributo del capitalismo, no puede serlo cuando la concentración del capital determina el carácter político del estado y la condición social. Nada puede, dice J. Martí, contra el instinto de conservación amenazado. El instinto de clase lleva a la burguesía venezolana a la violencia desesperada. Golpe de estado, golpes económicos puntuales devastadores (el atentado contra PDVSA) y guerra económica sostenida (copiada del manual de la CIA aplicado a Salvador Allende), desestabilización e inseguridad social con un estado de estrés permanente en la población y arremetidas al estilo de las “contrarrevoluciones de colores” de la europa del este y los países del Magreb, constituyen un criterio irrefutable de la verdad sobre la lucha de clases. Todo ello trastoca la capacidad del gobierno bolivariano para encaminar políticas evolutivas superadoras del estado y le economía burguesa. No es un seminario académico, tal como suspira la izquierda reformista europea y latinoamericana en contra de la revolución bolivariana.
La izquierda revolucionaria venezolana goza de una amplia libertad de expresión y participación en el proceso político bolivariano. El espacio soberano al pensamiento crítico es divisa de la revolución. Dentro del movimiento de izquierda revolucionaria las tensiones de la lucha de clases se reflejan contradictoriamente. La fuerza política del PSUV, creada como partido de la revolución por el socialismo por Hugo Chávez, ha disputado democráticamente en la sociedad un liderazgo revolucionario decisivo en el proceso de empoderamiento del pueblo dentro de la descarnada lucha de clases que tiene lugar. Hablamos de proceso y no de hecho. No es ni puede ser un proceso lineal. Pero sí requiere de la conciencia de clase para sí de todas las fuerzas revolucionarias, tanto de la izquierda socialista como de aquellas progresistas con menor identificación ideológica. El proceso de radicalización de la revolución social en su recorrido como revolución socialista amerita el influjo de las contradicciones dialécticas hacia el seno de las fuerzas anti capitalistas. Pero no puede más que rechazar los antagonismos sectarios enfrascados en visiones políticas estrechas y luchas por parcelas de poder en sí mismo.
La transformación del estado burgués no se dará con la revolución social, sino con la revolución socialista. El estado de la partidocracia y la burocracia administrativa sujeta al clientelismo estatal no transforma el estado burgués, lo viene a deformar sobre pautas de corrupción política cancerosas. Deformación dada al arraigo del capitalismo de estado, en detrimento del avance hacia el estado socialista. Las ideas de Hugo Chávez acerca de la transformación del estado burgués maduraron hasta la identificar el estado y el poder comunitario como los ejes de la revolución socialista. La perspectiva del cambio del modo de producción capitalista, de su sistema de relaciones socioeconómicas, y la eliminación de la sociedad clasista reverbera en su ideario. Ese es el legado de profundidad que ha dejado. Contra ese legado se unen hoy todas las fuerzas reaccionarias de adentro y afuera. Contra Venezuela o con nosotros, es el grito de guerra de las burguesías imperialistas de los EEUU y Europa. Es el grito de guerra de las burguesías y la oligarquías venezolana y latinoamericana. Es el grito enconado de la punta de lanza de la peligrosa oligarquía colombiana, detrás de la cual como soporte estratégico está sin medias tintas la oligarquía estadounidense.
En Venezuela, como en Cuba, “hace falta una carga - conmina el socialista cubano Rubén Martínez Villena – para cabar la obra de la revolución”, “para que nuestros hijos no mendiguen de rodillas la patria que sus padres le ganaron de pie”. El capitalismo revuelto y brutal se bate como una fiera salvaje enjaulada. Nunca ha estado más claro que ahora el apotegma de Rosa Luxemburgo: “socialismo o barbarie”.