Cuando en agosto de 1945 se produjo la rendición japonesa hubo una verdadera carrera de las fuerzas “nacionalistas” y comunistas para apoderarse de las comarcas que dejaban libres las tropas niponas en retiradas, en especial Manchuria. Pero los rusos habían declarado la guerra a Japón pocas horas antes de la rendición, y ocupado las más importantes y estratégicas ciudades del pretendido Manchukuo, cortando las comunicaciones para asegurarse su dominio. Bien claro se veía que la guerra civil, que había pasado por una fase “fría”, se iba a calentar, con las intervención ahora de las dos grandes potenciales mundiales.
Antes del término de la guerra civil, el 1 de octubre de 1949, Mao-Tse-tung había proclamado en Pekín La República Popular China. Se convocó una Conferencia Consultiva Política Popular en la que junto a una abrumadora mayoría de comunistas se invitó a representantes de partidos de centro y a jefes que se habían ido incorporando a los comunistas en su avance. Esta Conferencia acordó la designación de Mao-Tse-tung como Jefe indiscutible de China, y la formación de un Consejo gubernamental de quince miembros que se repartieron las ramas de la Administración, siendo su principal figura Chu-en-lai, que se encargó de los Asuntos Exteriores. En menos de tres meses, la República Popular China fue reconocida, además de la Unión Soviética y el bloque comunista europeo, por otros muchos países, entre los cuales India, Inglaterra, Israel y Suecia. Al mismo tiempo, Chu-en-lai se trasladaba a Moscú y firmaba un pacto con La Unión Soviética de ayuda mutua frente a cualquier imperialismo. Se estipulaba además una asistencia económica por parte de la Unión Soviética para la reconstrucción de la económica china, la devolución futura de Port Arthur y de los bienes japoneses capturados por los rusos en Manchuria.
El nuevo gobierno chino dedicó inmediatamente sus esfuerzos a la reconstrucción nacional. Para ello dictó dos series de medidas. Por una parte estableció una profunda reforma agraria. Fueron incautadas las tierras de los grandes terratenientes, de los templos y de las misiones, pero el campo fue colectivizado manteniéndose la propiedad privada. Por otra parte se estableció un plan quinquenal (1953-1957) al que, como en los demás países socialista, se le confió el objetivo de industrializar el País. Con abundante cooperación de técnicos soviéticos, se pretendía poner en pie una serie de industrias básicas para el desarrollo del país: fuentes de energía, siderurgia, metalúrgica, construcción de maquinarias, industrias químicas, creación de nuevas plantas–ciudades-industriales. Entre otros complejos salidos prácticamente de la nada, destaca el de Lanchow, capital de la Provincia de Kansu, en la región noroeste, centro de comunicaciones ferroviarias, que pasó de 200.000 habitantes a cerca de un millón medio en la actualidad. (El Comandante Chávez, lo empezó en Venezuela, ¡que paso!)
Durante el desarrollo de la reforma agraria y del plan quinquenal, China se dio una nueva Constitución en 1954. Se le daba el nombre de Estado Unitario, regido por una “dictadura democrática-popular, cuyo supremo órgano legislativo sería el Congreso Nacional del Pueblo, formado por 1221 miembros, del cual saldría un Consejo Central de 56 componentes. Fue elegido Presidente de este Consejo Central, Mat-Tse-tung.
El “discurso de la Cien Flores” y el “Gran salto adelante”. Hasta 1957 puede decirse que la Revolución china se había desenvuelto con una con una suavidad que contrastaba fuertemente con la Rusia. Cierto es que el Estado se había incautado de los grandes latifundios y nacionalizado la Banca y las y las empresas clave. Pero había surgido una clase de pequeños terratenientes, y las pequeñas industrias subsistían permitidas por el Estado. Se había querido, y se consiguió, que las duras condiciones por las que el país había pasado en los lustros anteriores no acabaran con las posibilidades económicas.
Pero el día 27 de febrero de 1957 pronunció Mao un discurso que ha sido denominado “de las cien flores”, en el que sentaba las de la nueva orientación de China.
Aunque orientado al parecer en un sentido liberal, Mao venía a decir que se aceptaba la colaboración de todos siempre que se admitieran seis principios básicos e inconmovibles: unión de las nacionalidades de China, transformación socialista de la sociedad, dictadura popular democrática, centralismo de democrático, dirección por el Partido Comunista y solidaridad comunista internacional. Pero la realidad se encargó pronto de desmentir esta apariencia liberal, porque los elementos intelectuales que pretendieron criticar el sistema, como el propio Mao había autorizado, fueron pronto perseguidos y eliminados en sus actividades. Acusados de “revisionismo”, de “dogmatismos” y de “conducta antisocial”, se les privó de sus elementos de publicidad y hubieron de aceptar las nuevas orientaciones que se señalaban en el mismo discurso.
Y en resumen, se trataba de acelerar el proceso de socialización del país a marchas forzadas, que mando etapas y aprovechando la experiencia de la Unión Soviética. Fue lo que se llamó “el gran salto adelante”, un salto que había de hacerse con “los dospies juntos”, es decir, con la Agricultura y la Industria simultaneando. Aprovechando la mano de obra barata, la Industria había de llegar a los mismos límites alcanzados por la Unión Soviética y los Estados Unidos, especialmente en lo que al programa atómico se refería. Por lo que atañe a la Agricultura, se creaban las Comunas populares, o lo que es lo mismo, la colectivación de la Agricultura que, al mismo tiempo, suponía la militarición de los elementos colectivizados (“cada campesino, un soldado”).
Mao ha sido siempre un Poeta, y terminaba su discurso anunciando que el programa incluía la rápida llegada del pueblo a la cultura mediante la creación de los nesarios centros de enseñanza. Y expresaba delicadamente esta empresa en la frase que dio origen al nombre del discurso: “hay que continuar para conseguir la apertura simultánea de las cien flores y la competencia de las cien escuelas”.
Las comunas populares, núcleo de esta reforma, se componían de centros rurales compuestos por unas 2000 familiares, es decir, unas 10.000 personas, a los que se concedía una cierta autonomía. Todos habían de trabajar, hombres y mujeres. Se rompía así la vida de familia, porque el tiempo libre de labor estaba dedicado a la escuela donde se les instruía, mientras los niños eran recluídos en guarderías infantiles, criados por personal adecuada. Diversiones, comidas, incluso baños eran colectivos y predestinados. Se trataba de obtener el máximo rendimiento posible de toda la mano de obra disponible.
El movimiento de las comunas populares se extendió también a los centros urbanos, para lograr la recuperación para el trabajo de los elementos insolidarios.
Los resultados no correspondieron a las enseñanzas. Por una parte, grandes calamidades naturales-inundaciones y sequias-malograron muchos esfuerzos campesinos; por otra, el entusiasmo inicial se fue enfriando, y en 1960 se les fue retirando a las comunas toda la parca autonomía que se les había concedido.
La última “consigna” de Mao se dio en 1966, y ha sido llamada la “Revolución Cultural”. Se trataba de una depuración a fondo de los elementos, incluso dirigentes del país (no se excluyó ni quiera al Presidente de la República, Liu-Chao-chí), con objeto de lograr la ansiada ilusión de llegar en un plazo brevísimo a convertirse en una potencia industrial a la altura de los dos actuales grandes colosos del mundo.
Programa Atómico y Política Exteriores: como es natural, la cifra de este progreso consistía en la adquisición de los secretos atómicos que confieren al reducido “club” que los posee la primacía política en el mundo. En 1959 se dio comienzo a esta labor, aun contando con él disgusto de Estados Unidos, que no estaba dispuesto a admitir un competidor en el campo tan peligroso de la energía atómica dedicada a fines de guerra.
Cuando en 1963 se aprobó la suspensión de pruebas nucleares en su superficie, China hizo saber su disentimiento del acuerdo, y prosiguió sus trabajos que dieron como resultado la explosión de la primera bomba atómica China (República de Irán, que sucede con ellos) el día 16 de octubre de 1964 en Lob-Nor. Después de ésta, se han hecho estallar otros artefactos nucleares, culminados el 9 de mayo de 1966 con el anuncio hecho por las autoridades chinas de la explosión de su primera bomba de hidrógeno, experimento que se ha repetido en años sucesivos sin que los demás países hayan conseguido desviar al gobierno comunista chino del plan que se ha trazado.
El año 1957 señaló también el comienzo de la ruptura de la amistad entre los dos grandes países del área socialista. Con toda evidencia, la parquedad en la ayuda de la Unión Soviética a la China Popular estaba cuidadosamente calculada. No resultaba agradable tener un vecino de más de 600 millones de habitantes que pudiera pronto parangonarse industrialmente con el victorioso país de la II Guerra Mundial. Pese a que la ortodoxia marxista habla de la inevitable internacionalización del mundo tras su conversión al comunismo, lo cierto es que la experiencia hasta ahora tenida de los países socialistas no ha demostrado tal postulado. La misma Unión Soviética vio exacerbarse su nacionalismo a raíz del ataque alemán, y los países socializados de Europa lo han demostrado también en diferentes ocasiones y China no podía ver una excepción de la que parece regla general.
Sin embargo, siguiendo los mismos pasos que el país padre del socialismo. China se ha esforzado en exportar sus doctrinas “maoístas”, en especial al “Tercer Mundo”, es decir, a aquellos países subdesarrollados donde el crecimiento del país asiático ejerce un deslumbramiento inevitable.
La ruptura se puso de manifiesto en el año 1960, en las Conferencias de Budapest y de Moscú, en la última de las cuales se reunieron representantes de 81 Partidos Comunistas. El jefe de la delegación china rebatió la tesis de “coexistencia” practicada por el entonces primer ministro de la Unión Soviética, el (revisionista Kruschev), defendiendo por el contrario la teoría de los “dos campos”. Las relaciones se mantuvieron, sin embargo, aunque fueron tensándose por la retirada de los técnicos soviéticos que trabajaban en China.
Pero el rompimiento definitivo se produjo dos años después, a raíz de la crisis de Cuba, cuando (el traidor de Kruschev) se avino a desmantelar las bases de misiles allí instalados. China reprochó entonces al primer ministro Soviético su “traición” al Marxismo-Leninismo. Las consecuencias no se hicieron esperar: China empezó a hablar de los “injustos tratados” de la época imperialistas que habían permitido a Rusia asentarse en territorios que el gran país asiático consideraba propios. Un nuevo imperialismo, que parece inevitable aun en los países socialistas, estaba naciendo.
Fin de la guerra mundial y reanudación de la Guerra Civil: Cuando en agosto de 1945 se produjo la rendición Japonesa hubo una verdadera carrera de las fuerzas “nacionalistas” y comunistas para apoderarse de las comarcas que dejaron libres las fuerzas niponas en retirada, en especial Manchuria. Pero los soviéticos habían declarado la guerra al Japón pocas horas antes de la rendición y ocupado las más importantes y estratégicas ciudades del pretendido Manchukuo, cortando las comunicaciones para asegurar su dominio. Bien claro se veía que la guerra civil, que había pasado por una fase “fría”, iba a calentar, con la intervención ahora de las dos grandes potencias mundiales.
Los Estados Unidos apoyaron claramente al gobierno “nacionalista”, prestando su aviación para aerotransportar sus tropas hacia el Bajo Yang-tse y hacia el Norte. Incluso en algunas localidades se ordenó a los ejércitos japoneses que resistieran el ataque comunista hasta la llegada de las fuerzas de Chung King. Pero también los soviéticos siguieron una táctica semejante, aunque vacilaran sobre la conveniencia de reanudar la guerra civil. Puede decirse, no obstante, que el principal armamento que recibieron las tropas de Mao procedió de los vencidos japoneses.
Los norteamericanos intentaron que se llegara a una avenencia entre las dos facciones en que se dividía China, ya tal objeto fue enviado a este país el general Marshall. Con su intervención, se llegó a un acuerdo de principio entre ambos bandos, en virtud del cual se estableciendo una tregua militar, continuando ambos ejércitos en los territorios que controlaban, cuya administración correría a cargo de los respectivas facciones. En orden a un arreglo nacional, se estipuló la formación de un Consejo de Estado integrado por cuarenta miembros, veinte de los cuales serían del Kuomintang y los veinte restantes de comunistas. Se establecería una Asamblea Constituyente, la cual se pronunciaría sobre un sistema Parlamentario que quedaría establecido en todo el país.
Pero estos acuerdos quedaron limitados al papel. En la realidad, continuaban las hostilidades de guerrillas en ambos bandos. Las fuerzas americanas estacionadas en el país, y para las cuales Estados Unidos habían conseguido un derecho de extraterritorialidad, junto con sustanciosas concesiones de orden económico que colocaban a China de nuevo bajo la tutela extranjera, habían de apoyar a los ejércitos “nacionalistas”.
En marzo de 1946 abandonaron los soviéticos Manchuria dejando instalados a los comunistas de Mao en cinco Provincias del norte del País. Fuerzas aerotransportadas de Chiang-Kai-shek se apoderaron de Muxdem y una nueva tensión vino a agravar las relaciones entre ambas facciones. En noviembre del mismo año se reunía una Asamblea Nacional en Nanking, sin asistencia de los comunistas, que nombraba al jefe “nacionalista” presidente de la República y establecía una Constitución liberal. En enero de 1947 abandonaba China el general Marshall, decepcionado por el fracaso de su gestión y con vencido de que la guerra civil iba a reanudarse inmediatamente, como sí ocurrió.
En el mismo año 1947 comenzaron las operaciones militares. Chiang-Kai-shek dirigió su ofensiva hacia Yenan, la capital comunista de la Provincia de Shensi, y se apoderó de ella. Pero las fuerzas comunistas conquistaron la mayor parte de Manchuria, donde radicaba la Fuerza Industrial principal del país, y llegaron a aislar a propia de capital, Mukden, que hubo de ser abastecida por vía aérea. Como en la anterior fase de la guerra civil, los comunistas tenían ventaja en los centros urbanos. Las tropas de Mao implantaban la reforma agraria, no excesivamente radical (se reservaba siempre un lote de tierra a los propietarios), en los territorios que iban ocupando. Por el contrario, los “nacionalistas” continuaban negándose a ver el problema del campo, con lo que la opinión campesina se fue de cantando hacia los comunistas. La ayuda gringa continuó masivamente, hacia las tropas de Chiang-Kai-shek.
Cuando Mao-Tse-tung consiguió equilibrar el número de combatientes y armarlo con quipo proveniente de la Unión Soviética, paso al contra ataque. A finales de año, una tremenda batalla dada en Suchow terminó con una ruidosa derrota de Chiang-Kai-shek que le costó 600.000 bajas y 400.000 fusiles. En enero de 1949 se apoderaban los comunistas de Tientsin y de Pekín, en abril pasaban el Yang-tse y se apoderaban de Nanking, en mayo caía Shanghái y en octubre (siempre el mismo año 1949) Cantón, donde se había retirado el gobierno “nacionalistas” que se vio obligado a trasladarse a Formosa con algunas unidades militares que le habían quedado fieles. Con la toma de la isla de Hainan a comienzos de 1950, pudo considerarse Mao-Tse-tung dueño de toda China.
¡Gringos Go Home! ¡Pa’fuera tús sucias pezuñas asesinas de la América de Bolívar, de Martí, de Fidel y de Chávez!
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!
¡Independencia y Patria Socialista!
¡Viviremos y Venceremos!