En definitiva, la industria de la producción tiene tres estrategias posibles, entre las cuales no hemos escogido aun conscientemente.
Primera estrategia: Seguir en la línea actual, es decir, en la doble degradación de la dimensión comercial y de la estructura financiera. De esta manera, la industria sigue luchando, durante algún tiempo, contra la competencia foránea. No hace más que aplazar los vencimientos. El proceso de erosión financiera persigue hasta el día en que los dirigentes industriales se dan cuenta de que el mal menor consiste, para ellos, en vender sus empresas al Estado o (abandonarlas) por un precio dos o tres veces superior a su valor de capitalización (este es el negocio en el que intervienen los políticos en busca de su resuelve). Es ésta una estrategia de retirada, que conduce a la anexión de la empresa.
Segunda estrategia. Más hábil desde el punto de vista de la empresa, consiste en esforzarse en representar un papel complementario en relación con la economía, mediante la especialización en terrenos (en ciudades pequeñas) donde conserva la ventaja, especialmente a causa del costo relativamente bajo de su mano de obra, la explotación de los trabajadores y de licencias extranjeras.
Estrategia válida para una empresa dada, implicaría, si se generalizase, la tendencia de la economía a una división en tres zonas. La primera, abarcaría los espacios económicos de alto nivel de desarrollo tecnológico proporcionados por los descubrimientos y las innovaciones; una zona intermedia, cuya función sería asegurar la aplicación industrial de los descubrimientos hechos en el exterior; y, por último, el tercer mundo, que seguiría siendo, esencialmente, productor de materias primas y de bienes industriales a base de técnicas tradicionales. Esta es la división del trabajo que está en camino de producirse. En esta perspectiva de satelización industrial, Venezuela no podría aspirar a un papel decisivo en el escenario mundial. Y las posibilidades de crecimiento económico se verían tanto más limitadas cuanto más riguroso fuese el efecto de dominación ejercido por la potencia más importante, sede de la innovación.
La tercera estrategia, opuesta a las de la anexión y de la satelización, consiste en escoger la competividad.
Nuestras empresas deberían llegar a ser, en amplios sectores y, en especial, totalmente capacitadas para competir con sus productos con la competencia del exterior. El problema incumbe, pues, a los poderes públicos. Para intervenir en la competencia, hay que facilitar a las empresas de producción, al menos a los sectores decisivos para la alimentación, una ayuda masiva. Dejando aparte toda consideración ideológica. No existe de ahora en adelante otra solución para nuestros problemas de producción que cierta organización de tipo mixto, cuyos contornos concretos y limitados se debe tratar de solucionar, lejos de las polémicas y de las pasiones fomentadas por los conceptos abstractos.
La pequeña industria es la misma del sistema gremial medieval del sistema de empresarios de los primeros años del siglo XX. Una industria difusa y variamente extendida, difícil de militar. En el sentido estricto de la palabra la Revolución Industrial no tuvo lugar durante el siglo XX y los quince años del XXI, permitiendo, todavía, la pervivencia de los viejos sistemas. Junto a las tierras de cultivo y de pastos, grandes espacios, agotados, se dejan en barbechos durante dos o tres años porque el campesino apenas conoce otro abono que el estiércol animal, que era insuficiente, y los desmontes y la quema de rastrojos, mal realizados, agotaban prematuramente los campos. El laboreo superficial, el poco cuidado en seleccionar la siembra y los sembrados tardíos determinaban por otra parte cosechas dudosas.
El avance tecnológico es consecuencia de un virtuosismo en la gestión. Ambos son debidos a un tremendo auge de la Educación. (inversión en el factor humano) No es ningún milagro. Los países industrializados sacan, en este momento, un provecho masivo a la más rentable de las inversiones: la formación de sus hombres y mujeres. Esto es lo que parecen indicar, con pocas dudas, los hechos a que nos referimos.