La liberación de las iniciativas no es uno de esos problemas de que suelen tratar los programas electorales. Sin embargo, es la operación política más decisiva. No se llevará a cabo si no es querida, y para que lo sea es preciso, ante todo, que los responsables rechacen por su propia cuenta el escepticismo que impregna nuestra vida colectiva. El mismo hilo conductor debería guiarlos en la búsqueda de una oposición cada vez más consciente de las grandes orientaciones de la economía.
La aceleración del ritmo de crecimiento y los progresos de la previsión requieren una más firme orientación a largo plazo. La elevación de los niveles de vida pone de manifiesto el retraso de los equipos colectivos –de los que depende cada vez más el bienestar, la “calidad” de la existencia—en relación con los consumos individuales. El mercado, útil revelador de una amplia gama de necesidades, no expresa las que habría que satisfacer con prioridad para organizar un pueblo más habitable.
A pesar de las formas de pensar de la derecha y de la izquierda, la liberación de las iniciativas y el dominio de los actos que afectan al futuro son ramas de una misma emancipación. Es indudable que no siempre es fácil conciliar la libertad de los actores privados con la estratégica del Estado. Pero la experiencia rebate la creencia de un antagonismo de principio entre los términos.
La lógica del liberalismo y la lógica de la planificación detallada andan igualmente cojas, porque una y otra amputan al pueblo una parte de su poder creador. Sus instrumentos son los planes, parciales o globales, privados o públicos, que bajo las formas más diversas tienen por contenido común la conciencia y la intencionalidad, opuestas a la fatalidad y a las casualidades.
Si la crítica de un capitalismo opresor les condujo a impugnar las libertades formales que éste dispensaba a unos cuantos millares de privilegiados, no es menos cierto que lo que pretendían, en su conjunto, era una sociedad de la iniciativa. Estos objetivos son perfectamente actuales. El presentimiento de una sociedad abierta de un pueblo móvil, y constantemente regenerado por lo que en la actualidad llamamos educación permanente.
Jamás han sido estos valores tan preciosos como en un poco en que se pone de manifiesto la inmensidad de los recursos contenido en el pueblo y, por ende, el fracaso histórico a que conduce su subdesarrollo.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!
¡Viviremos y Venceremos!