Hay preguntas muy difíciles de respuesta. Cómo es posible que un limpio, “pata el suelo”, que vive en un rancho de cartón y latas en una quebrada; por quinientos años explotado y esclavizado, pueda votar por la burguesía, señalada por su incapacidad para marcar grandes distancias personales con el imperialismo. Mafiosos, traficantes, asesinos y extorsionadores.
¿Cuáles son las razones que hacen que un campesino humilde de Guayabal, (por decir) vote arrobado por un candidato vinculado a los paramilitares, el narcotráfico, el contrabando, la especulación, dando su apoyo a un modelo de sociedad donde, necesariamente, el obrero, el campesino y los suyos deberán seguir sufriendo las decisiones las desigualdad y con muchas de probalidades serán desplazados?
¿Cómo se explica que con la crisis actual, en vez de crecer las expectativas revolucionarias, se verifique el aumento en la Asamblea de posiciones fascistoides?
¿Por qué los militantes y votantes de la MUD son más amables y comprensivos con la corrupción, el chantaje y las mentiras de sus dirigentes y gobernantes que el socialismo?
¿Cómo es posible que la mitad de la población del país sumida en la pobreza se haga invisible para el resto? ¿Cómo es posible que, siendo el país algo superior a cualquier otra cuestión, los que hacen de la patria su principal discurso odien al pueblo que no piensan, poniendo el país —la idea— por encima de la Nación? ¿Por qué las cosas preferidas para la vida individual, tales como la amistad, la confianza, el respeto, la empatía, la solidaridad o la reciprocidad, se rechazan como válidas para ordenar la vida colectiva? Podríamos ensayar una maniobra de distracción y recurrir de nuevo: “la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios”.
Cuando caer en la escala social es algo probable, distanciarse de los fracasados es una opción… otra, organizarse. Odiar es siempre más sencillo. Hemos visto que, siendo nuestra única certeza la muerte, de ese destino salen dos grandes repuestas. Una, guiada por el miedo. La otra, por la confianza en el futuro. El miedo es inmediato y absolutiza el presente, pone en alerta los mecanismos de supervivencia y activa las defensas. La esperanza, por el contrario, tiene como objetivo el futuro. Es una construcción intelectual –no un estímulo–, un proceso que precisa alguna forma de diálogo. Y sin algún tipo de otra edad no hay dialogo. La MUD siempre ha apelado al miedo. El socialismo, a la esperanza.
Parece que todas las ideologías han caído en un viejo baúl apolillado. Los intentos de seguir diferenciando entre de capitalismo y socialismo son viajes que precisan pocas alforjas. Sobre todo porque los partidos socialdemócratas, (AD) que se decían de “izquierda”, asumieron hacer políticas propias de la derecha. También porque la MUD y los correligionarios empezaron a decir que ellos eran los verdaderos socialistas. Fue entonces cuando los de centro empezaron a decir que eran los de centro-izquierda o de centro-derecha, lo que llevó a que otros dijeran que eran de centro-centro y así en una espiral inaguantable. Sólo los comunistas parecen seguir en su sitio. No es extraño que todo lo novedoso en política –derecha e izquierda– tenga tintes libertarios.
En uno de los intentos más fructíferos de clarificar ese continuum, el viejo filósofo, político italiano Norberto Bobbio dijo que la izquierda seguía apuntando más a la igualdad de clase, género y raza, mientras que la burguesía parecía más inclinada a la libertad, sobre todo a la libertad negativa (que el Estado no interfiere, regule lo mínimo, deje a cada cual tomar sus decisiones). Sabemos que, en nombre del liberalismo, los defensores de la libertad negativa apuestan por todo el mundo tenga derecho a dormir si quiere debajo de un puente o a tener tres Ferrari en su garaje. Este argumento tendría algo más de fuerza sino fueran siempre los mismos los que tienen los Ferrari en el garaje y siempre los mismos a los que les toca sufrir toda suerte de calamidades.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!