En estas historias hemos referido tres casos: el de la Triste Negrita, Josefa Marín de Narváez, bisabuela del Libertador; el de Manuel Piar, y el de la madre de Boves. En el primer caso, su padre, el poderoso magnate Francisco Marín de Narváez, la hubo en doncella muy principal, según el mismo refiere, encomendado su crianza a una esclava. ¿Quién era la madre de Josefa Marín de Narváez? Nadie lo supo ni se sabrá. Sospechamos apenas que ha debido ser de una familia significativa, que por ocultar la lacra que el hecho suponía, separó a la madre de su hija, con todas las consecuencias históricas que alguna vez escribe el historiador Luis Alberto Sucre.
En el caso de Piar ya hemos abundado sobre la materia. El niño –a pesar de una reciente partida de bautismo que demuestra lo contrario--, nació de los amores ilegítimos de un personaje con una señorita de nuestra aristocracia, encomendándose su crianza y filiación a una modesta pareja.
En el caso de la madre de Boves, el proceso fue menos complejo y más frecuente en aquellos tiempos. La abuela del feroz asturiano, temerosa de la retaliación social por haber concebido sin la debida autorización, depositó subrepticiamente el fruto de sus entrañas a la puerta de una iglesia, encomendando a un convento el destino de su hija. La madre de Boves era por consiguiente una expósita. De ahí el apellido de la iglesia
En la España de entonces, como en la de ahora, al igual que en la casi totalidad de los pueblos europeos, traer al mundo un hijo ilegitimo no es privativo, en lo que a conflicto se refiere, de los sectores medios y elevados de la población. En dichos países, el índice de ilegitimidad no excede del 5%. De modo que poco o nada podemos inferir de la condición social de la madre del terrible caudillo. Lo mismo ha podido ser una campesina que una princesa asturiana.
No es éste el caso, sin embargo, de los expósitos históricos que alguna vez relumbraron y lo siguen haciendo en la vida venezolana.
Tomemos por ejemplo a Juan Vicente González, el aguerrido periodista que con su vibrante pluma incendió la apacible vida caraqueña en el siglo antepasado.
Nada menos que el de Simón Rodríguez, el maestro del Libertador, como bien lo señala el Dr. Uslar Pietri en la biografía del genial trashumante. ¿Simón Rodríguez no era entonces hermano de los Carreño, y que por pelear con su hermano mayor decidió cambiarse de apellido?
¿Es casualidad que tanto Piar como Juan Vicente González, como Simón Rodríguez y José Domingo Díaz, y hasta el mismo de Boves, hayan sido hombres atormentados? En modo alguno, y ello obedecen a dos factores: la mala herencia y el mal destino.
Es posible que el temperamento anormal de José Boves tenga su origen en aquella abuela gélida que abandonó a su madre en un portal. La mayor parte de los expósitos juegan con la fantasía de tener padres muy ilustres. Hay quien dice que la confesión de Piar de ser hijo del Príncipe de Braganza y de una Xerez de Aristeguieta, tiene este origen.
Para terminar, quiero señalar un hecho común a Boves, a Piar, a Juan Vicente González y a Simón Rodríguez: su actitud ambivalente hacia las clases privilegiadas. Si por una parten las detestaban con odio feral, ejercían sobre ellos una enigmática seducción. En Juan Vicente González es palpable, como lo es en menor grado en los otros. Es la ambivalencia de quien, sintiéndose en el deber de amar, reacciona con odio por no haber logrado su deseo de amor. El tema da mucho para cortar.
¡Gringos Go Home! ¡Pa’fuera tús sucias pezuñas asesinas de la América de Bolívar, de Martí, de Fidel y de Chávez!
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!
¡Viviremos y Venceremos!