¿Es necesario hacer un gobierno mejor? ¿Es necesario otro sistema? Seguro que los venezolanos contestaran afirmativamente a las dos preguntas. No somos tan lúcidos como para proponer un nuevo sistema, pero sí podemos adelantar algunas bases de lo que entendemos debería ser el alumbramiento de un orden político, social y económico distinto.
Ese nuevo alumbramiento debe estar basado en tres pilares: la Educación, la Ética y la Justicia.
La ética es la consecuencia de una educación adecuada. Un pueblo educado es consciente de que en esta vida estamos de paso, que una vez satisfechas las necesidades elementales, nada hay más gratificante que intentar hacer algo por mejorar la vida del pueblo. Qué la solidaridad prevalezca sobre la avaricia.
Son tiempos, sin duda, para el pesimismo, porque toda una civilización está cayendo y los escombros suelen ir a parar a las espaldas de los mismos. El momento histórico reclama oponer al "pesimismo de la inteligencia" el, en palabras de Gramsci "optimismo de la voluntad". Ser "pesimistas esperanzados" y también "optimistas trágico". Ahí regresa con fuerza la utopía, ese almacén de cosquillas intelectuales de la gente decente.
A medida que se pierde la fe cristiana en la realidad eterna, buscase un remedio de inmortalidad en la Historia, en que vaga la sombra de los que fueron. Perdida la visión cordial y atormentada por la lógica, buscamos en la fantasía menguado consuelo. Esclavos del tiempo, nos esforzamos por dar realidad de presente al porvenir y al pasado, y no intuimos lo eterno por buscarlo en el tiempo, en la Historia, y no dentro de él. Así inclinamos la frente al fatum, al Progreso, tomándole de fin e ídolo, y nos hacemos sus siervos en vez de ser sus dueños.
Y de aquí que un judío, Carlos Marx, haya pretendido hacer la filosofía del proletariado y haya especulado sobre la ley de Malthus, un pastor protestante. Los judíos saduceos, materialistas, buscan la resurrección de la carne en los hijos. Mientras San Pablo, el judío fariseo, espiritualista, buscó la resurrección de la carne en Cristo, en un Cristo histórico, no fisiológico –diremos lo que significa histórico, que no es cosa real, sino ideal–; la buscó en la inmortalidad del alma cristiana, de la Historia.
Todo lo que conspire a romper la unidad y la continuidad de la vida de Venezuela conspira a destruirla y, por tanto, a destruirse. Todo individuo que en un pueblo conspira a romper la unidad y la continuidad espirituales de ese pueblo tiende a destruirlo y a destruirse como parte de ese pueblo. ¿Qué tal otro pueblo es mejor? Perfectamente, aunque no entendamos bien qué es eso de mejor o peor. ¿Qué es más rico? Concedido. ¿Qué es más culto? Concedido también. ¿Qué vive más feliz? Esto ya…; pero, en fin ¡pase! ¿Qué vence, eso que llaman vencer, mientras nosotros somos vencidos? Enhorabuena. Todo eso está bien; pero es otro. Y basta. Porque para nosotros el hacerme otro, rompiendo la unidad y la continuidad de nuestra vida, es dejar de ser el que somos; es decir, es sencillamente dejar de ser. Y esto no; ¡todo antes que esto!
Desgraciado pueblo, ¿Quién le liberará de esa historia de muerte?
¡Gringos Go Home! ¡Pa’fuera tús sucias pezuñas asesinas de la América de Bolívar, de Martí, de Fidel y de Chávez!
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!