Inmediatamente después de la batalla librada en las calles de Alcoy, se levantaron los intransigentes en Andalucía. Pi y Margall estaba aún en el Poder y en continuas negociaciones con los jefes de este grupo político para formar con ellos un nuevo ministerio. Veamos cuál fue la posición de los “internacionales bakuninistas” en todo este movimiento. Ayudaron a imprimirle el sello de la atomización federalista y realizaron su ideal de la anarquía en la medida de lo posible.
Así sucedió que, en el transcurso de pocos días, toda Andalucía estuvo en manos de los intransigentes armados. Sevilla, Málaga, Granada, Cádiz, etc., cayeron en su poder casi sin resistencia. Cada ciudad se declaró cantón independiente y nombró una Junta revolucionaria de gobierno. Lo mismo hicieron después Murcia, Cartagena y Valencia. En Salamanca se hizo también un ensayo por el estilo, pero de carácter más pacifico. Así estuvieron la mayoría de las grandes ciudades de España en poder de los insurrectos, con excepción de la capital, Madrid —simple ciudad de lujo, que casi nunca interviene decisivamente—, y de Barcelona.
Entretanto la puñalada trapera de este levantamiento, organizado sin pretexto alguno, imposibilitó a Pi Margall para seguir negociando con los intransigentes. Tuvo que dimitir; le sustituyeron en el Poder los republicanos puros del tipo de Castelar; burgueses sin disfraz, cuyo primer designio era dar al traste con el movimiento obrero, del que antes se habían servido, pero que ahora les estorbaba. A las órdenes del general Pavía, se formó una división para mandarla contra Andalucía, y otra a las órdenes de Martínez Campos para enviarla a Valencia y Cartagena.
El general Pavía se puso en marcha hacia el 20 de julio. El 24 fue ocupada Córdova por una columna de guardias civiles y tropas de línea al mando de Ripoll. El 29, Pavía atacó las barricadas de Sevilla, la cual cayó en sus manos el 30. Dejó una columna móvil para someter los alrededores y avanzó sobre Cádiz, cuyos defensores no se batieron más que en el acceso a la ciudad, y aún aquí con pocos bríos; luego, el 4 de agosto, se dejaron desarmar sin resistencia. En los días siguientes desarmó, también sin resistencia, a Sanlúcar de Barrameda, San Roque, Tarifa, Algeciras y otra multitud de pequeñas ciudades, cada una de las cuales se había erigido en cantón independiente. Al mismo tiempo, envió columnas contra Málaga y Granada, que capitularon sin resistencia el 3 y el 8 de agosto, respectivamente; y así, el 10 de agosto, en menos de quince días y casi sin lucha, había quedado sometida toda Andalucía.
El 26 de julio inició Martínez Campos el ataque contra Valencia, Aquí, la insurrección había partido a los obreros. Al escindirse en España la Internacional, en Valencia obtuvieron la mayoría los “internacionales auténticos” y el nuevo Consejo Federal español fue trasladado a esta ciudad. A poco de proclamarse la República, cuando ya se vislumbraba la inminencia de combates revolucionarios, los obreros bakuninistas de Valencia, desconfiando de los líderes barceloneses, que disfrazaban su táctica de apaciguamiento con frases ultrarrevolucionarias, prometieron a los “auténticos internacionales” que harían causa común con ellos en todos los movimientos locales. Al estallar el movimiento cantonal, inmediatamente ambas fracciones se lanzaron a la calle, utilizando a los intransigentes, y desalojaron a las tropas.
No se ha sabido cuál era la composición de la Junta de Valencia; sin embargo, de los informes de los corresponsales de la prensa inglesa se desprende que en ella, al igual que entre los voluntarios valencianos, tenían los obreros preponderancia decisiva. Estos mismos corresponsales hablaban de los insurrectos de Valencia con un respeto que distaban mucho de dispensar a los otros rebeldes, en su mayoría intransigentes; ensalzaban su disciplina y el orden reinante en la ciudad y pronosticaban una larga resistencia y una lucha enconada. No se equivocaron. Valencia, ciudad abierta, se mantuvo contra los ataques de la división de Martínez Campos desde el 26 de julio hasta el 8 de agosto, es decir, más tiempo que toda Andalucía junta.
En la provincia de Murcia, las tropas ocuparon sin resistencia la capital del mismo nombre. Después de tomar Valencia, Martínez Campos marchó sobre Cartagena, una de las fortalezas mejor defendidas de España, protegida por tierra por una muralla y una serie de fortines destacados en las alturas dominantes. Los 3.000 soldados del gobierno, privados de artillería de sitio, eran, naturalmente, impotentes, con sus cañones ligeros, contra la artillería pesada de los fuertes y tuvieron que limitarse a poner cerco a la ciudad por el lado de tierra; pero esto no significaba gran cosa, mientras los cartageneros dominasen el mar con los barcos de guerra apresados por ellos en el puerto. Los sublevados, que, mientras se luchaba en Valencia y Andalucía, sólo se habían ocupado de ellos mismos, empezaron a pensar en el mundo exterior después de estar reprimidas las demás sublevaciones, cuando empezaron a escasearles a ellos el dinero y los víveres. Entonces hicieron primero una tentativa de marcha sobre Madrid, que distaba de Cartagena, lo menos cuatrocientos kilómetros, más del doble que, por ejemplo, Valencia o Granada! La expedición tuvo un fin lamentable no lejos de Cartagena; y el cerco cortó el paso a todo otro intento de salida por tierra. Se lanzaron pues, a hacer salidas con la flota. ¡Y qué salidas! No podía ni hablarse de volver a sublevar, con los barcos de guerra cartageneros, los puertos de mar que acababan de ser sometidos.
Por tanto, la marina de guerra del Cantón soberano de Cartagena se limitó a amenazar con que bombardearía a las demás ciudades del litoral marítimo desde Valencia hasta Málaga —también soberanas, según la teoría cartagenera—, y en caso necesario, a bombardearlas real y efectivamente, si no traían a bordo de sus buques los víveres exigidos y una contribución de guerra en moneda cantante y sonante. Mientras estas ciudades habían estado levantadas en armas contra el gobierno como cantones soberanos, en Cartagena regía el principio de ¡cada cual para sí! Ahora que estaban derrotadas, tenía que regir el principio de ¡todo para Cartagena! Así entendían los intransigentes de Cartagena y sus “secuaces bakuninistas” el federalismo de los cantones soberanos.
Para reforzar las filas de los combatientes de la libertad, el gobierno de Cartagena dio suelta a los 1.800 reclusos del penal de aquella ciudad, los peores ladrones y asesinos de toda España. Que esta medida revolucionaria “le fue sugerida por los bakuninistas”, es cosa que no admite duda después de las revelaciones del informe sobre la “Alianza”. En él se demuestra cómo Bakunin se entusiasmaba ante el “desencadenamiento de todas las malas pasiones” y cómo proclamaba el “bandolero ruso” modelo de “verdaderos revolucionarios”. Lo que vale para los rusos, debe valer también para los españoles. Por tanto, el gobierno cartagenero se ajustaba por completo al espíritu de Bakunin cuando desencadenó las “malas pasiones” de los 1.800 matones embotellados, llevando con ello hasta el extremo la desmoralización entre sus propias tropas.
Y cuando el gobierno español, en vez de deshacer a cañonazos sus propias fortificaciones, esperaba la sumisión de Cartagena de la descomposición interior de sus defensores, seguía una política totalmente acertada. Lo único que quedó en pie de los llamados principios de la anarquía, de la federación libre de grupos independientes, etc., ha sido la dispersión sin tasa y sin sentido de los medios revolucionarios de lucha, que permitió al gobierno dominar una ciudad tras otra con un puñado de tropas y sin encontrar apenas resistencia.
Fin de fiesta: No sólo la Sección española de la Internacional —lo misma la falsa que la auténtica— se ha visto envuelta en el derrumbamiento de los intransigentes, y hoy esta Sección —en tiempos numerosa y bien organizada— está de hecho disuelta, sino que, además, se le atribuye todo el cúmulo de excesos imaginarios sin el cual los filisteos de todos los países no pueden concebir un levantamiento obrero; con lo que se ha hecho imposible, acaso por muchos años, la reorganización internacional del proletariado español.
¿Cuál fue la consecuencia natural de esto? Que los “bakuninistas” entorpecieron todo movimiento, como en Barcelona, o se viesen arrastrados a levantamientos aislados, irreflexivos y estúpidos, como en Alcoy o Sanlúcar de Barrameda, o bien que la dirección de la insurrección cayera en manos de los burgueses intransigentes, como ocurrió en la mayoría de los casos. Así, pues, al pasar a los hechos, los gritos ultrarrevolucionarios de los “bakuninistas” se tradujeron en medidas para calmar los ánimos, en levantamientos condenados de antemano al fracaso o en la adhesión a un partido burgués, que, además de explotar ignominiosamente a los trabajadores para sus fines políticos, los trataba a patadas.
—En una palabra los bakuninistas españoles nos han dado un ejemplo insuperable de cómo no debe hacerse una revolución.
¡Viva la III República socialista!
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!