¡Desgraciados países esos países del “primer mundo” en que no se vive pensando más que conquistar, destruir su cultura y saquear sus riquezas a los países más pobres! ¡Desgraciados países los países en que se piensa de continuo en la muerte, y no es la norma directora de la vida el pensamiento de que todos tenemos un día que perderla!
Los políticos viajan en un limousine, y junto a las ventanillas van hombres armados. Las ventanillas de la limousine son oscuras y relucientes, como si detrás del cristal se hubieran pegado pedazos de hule; que más allá hay tierra y viento, y un cielo negro.
Tuvimos que abandonar, desengañados, la posición de los que quieren hacer verdad racional y lógica del consuelo, pretendiendo probar su racionalidad, o por lo menos su irracionalidad, y tenemos también que abandonar la posición de los que querían hacer de la verdad racional consuelo y motivo de vida. Ni una ni otra de ambas posiciones nos satisfacen. La una riñe con nuestra razón; la otra, con nuestro sentimiento. La paz entre estas dos potencias se hace imposible, y hay que vivir de su guerra. Y hacer de ésta, de la guerra misma, condición de nuestra vida espiritual.
Ni cabe aquí tampoco ese expediente repugnante y grosero que han inventado los políticos más o menos parlamentarios y a que llaman una fórmula de concordia, de que no resulten ni vencedores ni vencidos. No hay aquí lugar para el pasteleo. Tal vez una razón degenerada y cobarde llegase a proponer tal fórmula de arreglo, porque en rigor la razón vive de fórmula es: o todo o nada. El sentimiento no transige con términos medios.
Esta duda cartesiana, metódica o teórica, esta duda filosófica de estufa, no es la duda, no es el escepticismo, no es la incertidumbre. Esta otra duda es una duda de pasión, es el eterno conflicto entre la razón y el sentimiento, la ciencia y la vida, la lógica y la biótica. Porque la ciencia destruye el concepto de personalidad, reduciéndolo a un complejo en continuo flujo de momento, es decir, destruye la base misma sentimental de la vida del espíritu, que, sin rendirse, se revuelve contra la razón.
Y esta duda no puede valerse de moral alguna de provisión, sino que tiene que fundar su moral, como veremos, sobre el conflicto mismo, una moral de batalla, y tiene que fundar sobre sí misma la religión. Y babita una casa que se está destruyendo de continuo y a la que de continuo hay que restablecer. De continuo la voluntad, quiere decir, la voluntad de no morirse nunca, la irresignación a la muerte, fragua la morada de la vida, y de continuo la razón la está abatiendo con vendavales y chaparrones.
—“Como un verdadero naturalista, él estudio no sólo la existencia de una sociedad edificada sobre bases débiles, sino el alma de su pueblo, perdido en una selva de incomprensión y ruido, aislados entre una multitud de pueblo. El pueblo se rebelará contra esa sociedad implacable. En los últimos momentos de la desesperación humana, cuando los personajes vislumbran con extraña lucidez su pasado, su presente y su futuro, no consiguen sobrepasar el pequeño mundo en que viven, ni comprenden la felicidad más allá de ellos mismos”.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!