La agonía es, pues, lucha. Y el Cristo vino a traernos agonía, lucha y no paz. Nos dijo El mismo: Se acordaba de que los suyos, los de su casa, su madre y sus hermanos, le tomaron por loco, que .fuego en la Tierra; ¿Y qué de querer, si ya prendió?... ¿Creéis que he venido a dar paz a la Tierra? No, os lo digo, sino división; desde ahora serán cinco divididos en una sola casa; tres contra dos y dos contra tres se dividirán; el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la hija contra la madre y la madre contra la hija, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra". (Lucas, XII, 49-54.)
"¿Y la paz?", se nos dirá. Porque se pueden reproducir otros tantos pasajes, y aún más y más explícitos, en que se nos habla de paz en el Evangelio. Pero es que esa paz se da en la guerra y la guerra se da en la paz. Y esto es la agonía.
Alguien podrá decir que la paz es la vida –o la muerte– y que la guerra es la muerte –o la paz–, pues es casi indiferente asimilarlas a una o a otra, respectivamente, y que la paz en la guerra –o la guerra en la paz– es la vida en la muerte, la vida de la muerte y la muerte de la vida, que es la agonía.
¿Puro conceptismo? Conceptismo es San Pablo, y San Agustín, y Pascal. La lógica de la pasión es una lógica conceptista, polémica y agónica. Y los Evangelios están henchidos de paradojas, de huesos que queman.
Y así como el cristianismo, está siempre agonizando el Cristo.
Terriblemente trágicos son nuestros crucifijos, nuestros Cristos. Es el culto a Cristo agonizante, no muerto. El Cristo muerto, hecho ya tierra, hecho paz; el Cristo muerto, enterrado por otros muertos, es el del Santo Entierro, es el Cristo yacente en su sepulcro; pero el Cristo al que se adora en la cruz es el Cristo agonizante, el que clama: ¡Consummatum est! Y a este Cristo, al de "Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?" (Mat., XXVII, 46), es al que rinden cultos los creyentes agónicos. Entre los que se cuentan muchos que creen no dudar, que creen que creen.
El modo de vivir, de luchar, de luchar por la vida y de vivir de la lucha, de la fe, es dudar; recordando aquel pasaje evangélico que dice: "¡Creo, socorre mi incredulidad!" (Marcos, ix, 23.) Fe que no duda es fe muerta.
¿Y qué es dudar? Dubitare contiene la misma raíz, la del numeral duo, dos, que duellum, lucha. La duda, más la pascaliana, la duda agónica o polémica, que no la cartesiana o duda metódica, la duda de vida –vida es lucha–, y no de camino –método es camino–, supone la dualidad del combate.
Creer lo que no vimos se nos enseñó en el catecismo, que es la fe; creer lo que vemos –y lo que no vemos– es la razón, la ciencia, y creer lo que veremos –o no veremos– es la esperanza. Y todo, creencia. Afirmo, creo, mirando al pasado, al recuerdo; niego, descreo, como razonador, como socialista, mirando al presente, y dudo, lucho, agonizo como hombre, mirando al porvenir irrealizable, a la eternidad.
El apóstol dice de la polémica de la agonía que el que lucha, el que agoniza, lo domina todo. En esta lucha, vencer es ser vencido. El triunfo de la agonía es la muerte, y esta muerte es acaso la vida eterna. Hágase tu voluntad, así en la Tierra como en el Cielo, y hágase en mí según tu palabra. El acto de engendrar es también una agonía.
—"Jesús estará en la agonía hasta el fin del mundo; no hay que dormir durante este tiempo." Así escribió Pascal en Le Mystére de Jesús. Y lo escribió en agonía. Porque no dormir es soñar despierto; es soñar una agonía es agonizar.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!