El hombre “planta”

Las plantas no tienen sentidos ni conocimiento, porque no tienen locomotividad, no se mueven del sitio en que arraigan. ¿Para qué les habría de servir una inteligencia más o menos desarrollada si con ella no habrían de poder ir tras lo útil y huir de lo dañino? Y tampoco podrían utilizar la facultad de trasladarse de lugar al no tener sentidos que les guiaran.

Lo que acaso distingue al hombre de los demás animales es el servirse de instrumentos, es la mano; es el poder sustituir con artefactos las armas ofensivas y defensivas de los animales. Esto le permite servirse de las cosas en vez de vivir a su servicio; y eso le permite hacerse un mundo, acomodar a sí el ambiente, en vez de tener que acomodarse pasivamente a él. El hombre será menos planta cuanto menos vivan apegados al lugar en que nacieron, y más hombre cuanto más sepa acomodarse a sí el ambiente en vez de acomodarse a éste sin resistirlo, plegándose a las circunstancias.

Vamos a fijarnos en los hombres plantas, los que viven atados, por propia voluntad, al lugar en que nacieron. Su escaso instinto de movilidad va acompañado, cuando no de escasa inteligencia, por lo menos de una inteligencia que podríamos llamar vegetal, o vegetativa, casi exclusivamente pasiva, acatadora de todos los viejos y rancios prejuicios, incapaces de sacudirse de las trabas de la tradición. Es un hecho observado el de que en los pueblos donde hay poco trasiego de gentes, donde la población se compone en su casi totalidad de descendientes de antiguos pobladores, allí donde el elemento genuinamente indígena es, si no único, con mucho el preponderante, la inteligencia media es muy baja; la intolerancia, más o menos velada, feroz; el progreso moral, intelectual y artístico, casi nulo. Los impulsos progresivos vienen de afuera.

La vida de las plantas se concentra en la reproducción de la especie, parecen enderezadas a ella. Su mayor ornato, la flor, es un vestido de bodas; todo en ellas se dirige a facilitar la fecundación. De la misma manera, aparézcalo o no a las claras y desde luego, la radical preocupación del hombre y la mujer planta es la reproducción. Es en lo que más se piensa en los pueblos encerrados en sí mismos. Su potencia mental está en razón inversa de su potencia genesiaca.

De la especial disposición del hombre planta y de lo que de vegetativo tenemos todos, brotan con las consecuencias todas de la inercia mental todas las doctrinas inhumanas, antiprogresivas y bárbaras que preconizan el aislamiento, la estúpida, absurda y dañina pureza de raza, y el apego al terruño en que la suerte, no la propia voluntad, nos hizo nacer.

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!


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Manuel Taibo


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