No digas: Hago con los demás lo que yo deseo que los demás hagan conmigo. Lo que tú hagas, nadie sabría hacértelo a ti. No existe compensación. No creas que no debes tomar nada. No te hagas nunca otorgar un derecho que no puedas toar por la fuerza.
Algunos economistas de la Escuela de Chicago afirman que el primer experimento con la terapia de shock se llevó a cabo en Alemania Occidental el 20 de junio de 1948. El ministro de Finanzas, Ludwig Erhard, eliminó la mayoría de los controles aplicados a los precios e introdujo una moneda nueva. Lo hizo rápidamente y sin previo aviso, lo que supuso un shock tremendo para la economía alemana, que llevó a una subida masiva del desempleo. Pero ahí es donde terminan las similitudes: las reformas de Erhard se limitaron a los precios y a la política monetaria y no fueron acompañadas de recortes en los programas sociales ni por la rápida introducción del libre mercado, y se tomaron muchas precauciones para proteger a los ciudadanos del shock, entre ellas el aumento de los salarios. Alemania Occidental, incluso después del shock, se adecuaba con facilidades a la definición que Friedman hacía de un Estado del bienestar casi socialista: ofrecía vivienda de protección oficial, pensiones, sanidad pública y un sistema educativo estatal, mientras que además el gobierno dirigía y subsidiaba casi todo, desde el teléfono a plantas productoras de aluminio. Concederle a Erhard el mérito de haber inventado la terapia de shock es una historia agradable, puesto que su experimento tuvo lugar después de que Alemania Occidental fuera liberada de la tiranía. El shock de Erhard, sin embargo, no se parece en nada a las transformaciones radicales que hoy se entienden como terapia económica de shock los pioneros de este método fueron Friedman y Pinochet, en un país que acababa de perder su libertad.
Desconfía de los buenos. Los hombres buenos no dicen nunca la verdad. Porque todo lo que para los buenos es malo, debe reunirse para que nazca una verdad: ¡La audacia temeraria, la contínua desconfianza, el cruel desagrado, la incisión en la vida!
(El Eclesiastés). Dice: Todas las cosas vuelven eternamente, y nosotros con ellas, de tal manera, que ya hemos existido un número infinito de veces y todas las cosas con nosotros. El gran reloj del mundo es un reloj de arena, una clepsidra que gira continuamente para estarse vaciando siempre. Es un colgante muy semejante a la doctrina profesada por Hartman concerniente al fin del mundo, y es curioso de notar que casi en la misma época fueron formuladas teorías similares por dos pensadores franceses: por Blanqui, en La eternidad de los astros (1871), y por Gustavo Le Bon en El hombre y las sociedades (1881).
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!