—Las teorías de Milton Friedman le dieron el Premio Nobel; a Chile
le dieron el general Pinochet.
Eduardo Galeano.
Los oponentes de Allende habían estudiado concienzudamente dos posibles modelos de “cambio de régimen”. Uno era el de Brasil, el otro el de Indonesia. Cuando la Junta militar brasileña, dirigida por el general Humberto Castello Branco y apoyada por Estados Unidos, se hizo con el poder en 1964, el ejército tenía el plan de no sólo revocar los programas favorables a los pobres de Joäo Goulart sino de convertir Brasil en un país totalmente abierto a la inversión extranjera. Al principio los generales brasileños trataron de imponer su programa de un modo relativamente pacífico. No hubo muestras abiertas de brutalidad, no hubo arrestos generalizados, y aunque con posterioridad se descubrió que algunos “subversivos” habían sido brutalmente torturados durante este periodo, el número fue lo bastante pequeño (y Brasil lo bastante grande) para que los rumores sobre ello casi no pasaran de los muros de las cárceles. La Junta se esforzó también por mantener ciertos visos de democracia, incluyendo una limitada libertad de prensa y de reunión, por lo que a la toma del poder de los militares se la conoció como el “golpe de los caballeros”.
A finales de la década de 1960 muchos brasileños utilizaron esas libertades limitadas para expresar su ira por la pobreza cada vez mayor de Brasil, de la que culpaban al programa económico pro empresarios del gobierno, buena parte de él diseñado por graduados de la Universidad de Chicago. Hacia 1968 las calles estaban saturadas de manifestaciones anti-junta, las mayores convocadas por los estudiantes, y el régimen estaba en serio peligro. En un cambio desesperado para mantenerse en el poder, el ejército cambió radicalmente de táctica: eliminaron por completo los restos de la democracia, se negaron todas las libertades civiles, se recurrió sistemáticamente a la tortura y, según la Comisión de la Verdad que luego se establecería en Brasil, “los asesinatos ordenados por el Estado se convirtieron en habituales”.
Reaganismo:
El golpe militar fue seguido inmediatamente por dos formas adicionales de choque. Una de ellas fue el “tratamiento de Choques” capitalistas marca de la casa Milton Friedman, una técnica que cientos de “economistas” de nuestra América habían aprendido durante sus estancias en la Universidad de Chicago y a través de las diversas instituciones y franquicias del método. El otro fueron las técnicas de shock de Ewen Cameron, la privación sensorial y la aplicación de drogas y otras tácticas, recopiladas ya en el manual Kubark y diseminadas por toda la zona gracias a los amplios programas de entrenamiento de la CIA de los que se habían beneficiado la policía y los estamentos militares de nuestra América.
Las dos formas convergieron en los pueblos de nuestra América y en el cuerpo político de la zona, desatando un huracán sin fin de destrucción y reconstrucción mutuamente reforzada, eliminación y creación, en un ciclo monstruoso. El choque del golpe militar preparó el terreno de la terapia de shock económica. El de las cámaras de tortura y el terror que causaban en el pueblo impedían cualquier oposición frente a la introducción de medidas económicas.
Henry Kissinger en un memorando a Nixon: “El ejemplo de un gobierno marxista democráticamente elegido y que consigue éxitos en Chile con toda certeza tendrá un gran impacto —y servirá de precedente— sobre otras partes del mundo, especialmente en Italia; la expansión por imitación de fenómenos similares por todo el mundo afectará significativamente al equilibrio mundial y a nuestra propia posición en él” En otras palabras, había que eliminar a Allende antes de que se propagara su tercera vía democrática.
El sueño que él representaba nunca fue derrotado. Fue, como dijo el Comandante Chávez, temporalmente silenciado, obligado a esconderse bajo tierra por miedo. (¿Que será de Venezuela?, con este Gobierno madurismo, formado de incapaces y malandros) Por eso ahora, cuando nuestra América emerge de sus décadas, las viejas ideas vuelven a salir a la superficie, junto con la “expansión por imitación” que tanto temía Kissinger. Desde la crisis argentina de 2001, la oposición a la privatización se ha convertido en el tema más definitorio de la política del continente, la cuestión capaz de formar o deshacer gobiernos; a finales de 2006 prácticamente se estaba produciendo un efecto dominó. En Nicaragua, Daniel Ortega, hizo de los frecuentes apagones del país el centro de su victoriosa campaña electoral; la venta de la compañía eléctrica nacional a la empresa española Unión Fenosa después el huracán Mitch, dijo, era la causa del problema. “¡Ustedes, hermanos, están sufriendo los efectos de esos apagones cada día!”, bramaba. “¿Quién trajo a Unión Fenosa a este país? La trajo el gobierno de los ricos, aquellos que están al servicio del capitalismo bárbaro”.
—Totalmente, “parece”. Nuestra América de hoy están retomando el proyecto que fue brutalmente interrumpido hace tantos años. Muchas de las políticas que plantean nos resultan familiares: nacionalización de sectores clave de la economía, reforma agraria, grandes inversiones en educación, alfabetización y sanidad.
“La gente del barrio construyó la ciudad dos veces: durante el día construimos las casas de los ricos. Por la noche y durante los fines de semanas, con solidaridad, construimos nuestras propias casas, nuestro barrio”.
Andrés Antillano, residente de Caracas.
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