Según esos anarquistas, es falsa y está podrida la base del Estado y, con ella, todo nuestro orden social, de ahí que Proudhon rehace todas las mejoras, todas las reformas del sistema de gobierno, ya sean democráticas, filantrópicas, pacifistas o revolucionarias, porque las considera inútiles e insuficientes. Ningún parlamento, y menos aún una revolución, son capaces de librar a la nación de ese enemigo que se llama la fuerza; si una casa tiene los cimientos hundidos no hay por qué apuntalarla y sostenerla; mejor es abandonarla y construirse otra.
El Estado capitalista descansa sobre la base del poder, de la fuerza, que no se apoya en la fraternidad; por eso, según Bakunin, está condenado infaliblemente a derrumbarse y todos los remiendos sociales o liberales sólo sirven para prolongar su agonía.
Lo que hay que variar no es precisamente las relaciones entre el pueblo y el gobierno, sino que hay que cambiar al hombre en sí; en vez del poder del estado, lo que ha de dar unión a la comunidad de los pueblos ha de ser un impulso interno de fraternidad. Mientras esa fraternidad no logre sustituir a la forma actual, forzosa, que una a los ciudadanos, lo que recomienda por medio de sus predicaciones es una verdadera moralidad, más allá del Estado, más allá de los partidos, una moralidad que resida en lo más hondo de la conciencia individual. Como que Estado es sinónimo de Fuerza, un pueblo de ética no puede identificarse con el Estado.
Por eso, de un solo golpe, se coloca Bakunin fuera de toda forma del Estado y se declara independiente, desligado de todos los deberes que no sean los de la conciencia; renuncia a pertenecer a un pueblo determinado, ha Estado alguno y a ser súbdito de “ningún gobierno”; renuncia, por principio, a acudir a la Justicia o a cualquier otra institución de la sociedad actual para no tocar, ni aun con un dedo, el demonio de la fuerza. No hay que dejarse engañar por la suavidad evangélica llena de fraternidad de sus predicaciones, ni por el tinte de humildad cristiana que pone en su dicción; su crítica social es completamente enemiga del Estado; toda su energía va dirigida conscientemente a lo mismo. Bakunin ha sido el hereje más atrevido de todo su siglo al declarar guerra abiertamente (como el anarquista más radical del reino de los zares) a la iglesia y a todas las Instituciones del Estado. Su doctrina es la más frenética contra el Estado, y su rebelión la ruptura más completa de un hombre aislado con el nuevo papismo de la propiedad.
Todo debe ser transformado. Así como Juan Jacobo, con sus escritos, fué abriendo la mina que, al fin, permitió que la Revolución Francesa hiciera saltar a pedazos todo el reino, así también podemos decir que no hay ningún ruso que haya sacudido con más fuerza los fundamentos del orden del orden del zarista y capitalista y los haya dejado más agrietados que ese revolucionario de Koprotkin, en quien nuestra época, engañada por sus barbas de patriarcas y la suave untuosidad de su doctrina, se empeña en ver solamente un apóstol de la suavidad.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!