En medio de una España oficial atónica, en que un Madrid burocrático y palaciego ignoraba al pueblo, a las provincias, ignoraba las fábricas y los campos de España, cuando incluso la Universidad sufría rudos embates, el desarrollo de la sociedad española, a despecho de las estructuras caducas.
No entra en nuestro propósito ni en nuestras posibilidades el trazado de un cuadro completo de aquella vida aristocrática, sino que intentamos subrayar simplemente aquellas manifestaciones que han podido tener mayor influencia en la vida ulterior de España en el permanente esfuerzo por recobrar el ritmo de nuestro tiempo.
¡Qué otra ha sido la conducta de la Iglesia! En ella, toda reforma y progreso interior es imposible. Cada vez se ha ido estrechando más desde el siglo XVI, en que la libertad del espíritu rompió la unidad de la imposición dogmática, La Iglesia… pretendiendo consumar el divorcio entre el Dios de la Fe y la Razón humana, condena los adelantos de la Ciencia, corona el “credo quia absurdum” con la antropolatría del Pontífice…
Pero su combate contra un dogma no le desembarazaba de las mallas de la metafísica. Por eso afirmaba que de las ruinas de las religiones positivas brotaría “la religión natural” que preparase “el superior divino concierto de la razón y de la fe”
Vamos a integrar la representación republicana con el movimiento gradual, progresivo, constante, inspirado siempre en la justicia que permitirá al trabajo venir a ejercer el predominio que le corresponde para el cumplimiento de su misión.
España el representante de la teoría del Estado constitucional de partidos, caracteríscos del régimen liberal burgués. Esa teoría sostiene esencialmente que los partidos representan el criterio de un grupo o sector del país y que, del libre juego de colaboración y oposición entre ellos, ha de surgir la gobernación “perfecta” del Estado. Pero estos partidos deben anteponer el llamado interés nacional a otro que se llama interés de partido. La prensa debe ser, igualmente, fiel reflejo de la opinión pública y permanecer ajena a la influencia de toda organización política.
Dijérase que todo se reduce aquí a satisfacer a los españoles de las clases distinguidas, proporcionándoles destinos y haciéndoles ganar dinero. El pueblo parece indiferente. Esto prueba que el gobierno actual tiene en sus manos el poder y aún se cuida de que sean elegidos algunos miembros de la oposición. Todo ello constituye un sistema de explotación de los más abyecto, una caricatura de constitucionalismo, frases y latrocinio.
Ese criterio responde a una época en que la acción de los partidos que podríamos llamar clásicos limitaba su acción a los parlamentos y comités electorales. La realidad política no tardó en hacer caducar esas doctrinas. Ya en la época que nos ocupa, los partidos turnantes no defendían el interés del pueblo sino de un sector muy restringido, y por añadidura “quietista”, de la nación.
Por ese camino realiza una aguda critica de lo que el gobierno entiende por “orden público”; antepone al orden material, e incluso al orden legal, el orden de derecho (basado en la justicia, en lo que él llama derecho racional); este orden de derecho puede engendrar “la legitimidad de la revolución” cuando entra en contradicción.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!