"El cielo es prodigioso con los que combaten
por la justicia y severo con los opresores"
Simón Bolívar.
Cuado hablamos de revolución, estamos hablando de valores que son verdaderamente trascendentes y que tienen que ver con el ser humano en su totalidad e integralidad. Somos seres bio-psico –social- espirituales, y por lo tanto todo lo que hacemos está impregnado de la más genuina espiritualidad. Nada es más autentico que hablar de una espiritualidad revolucionaria, por lo tanto intentemos definir la espiritualidad de esta revolución bolivariana desde una perspectiva venezolana y liberadora que pueda trascender hacia lo universal.
Cuando se cree en una revolución como la nuestra, debemos ejercer la capacidad de tener fe en toda su potencialidad liberadora, porque mantenemos una lucha constante contra una espiritualidad idolátrica capitalista y opresora que denominó ateismo a todo lo que no es fundamentalismo, mercado, conservadurismo y consumo. La espiritualidad no es necesariamente algo relacionado con la religión, más bien podemos decir, que la religión es una consecuencia de la espiritualidad humana.
La espiritualidad la podemos definir como una relación con un ser supremo o con lo que es verdaderamente trascendente; una relación de todos los seres humanos entre si y de todos los seres humanos con toda la naturaleza. Por eso es imposible limitar la espiritualidad con alguna religión en particular o con las religiones en general. El budismo posee una de las más grandes espiritualidades que se conozca, sin embargo no es estrictamente una religión. La espiritualidad de esta revolución bolivariana, según nuestra opinión, esta basada en dos grandes principios:
El primer princio, es la trascendencia del pensamiento de Simón Bolívar, el ser humano más universal, que hizo de la liberación de América y del mundo su mayor sueño. Este pensamiento se universaliza en la necesidad de los pueblos por alcanzar la liberación de la opresión imperialista. Aunque Bolívar no fue un pensador religioso, en el colectivo de los pueblos, alcanza la inmortalidad y la gloria, en Santa Marta, el mismo día de su muerte. Bolívar entra en el Panteón Universal de los hombres convertidos en dioses, por lo inmenso de su obra liberadora.
El segundo principio, es la pertenencia de los venezolanos y venezolanas a diferentes concepciones religiosas y culturales que nos caracterizan como un pueblo creyente y practicante. Cada uno de nosotros y nosotras aborda la revolución desde sus mediaciones culturales y la religión es una de ella. Somos católicos, protestantes, evangélicos, babalaos, animistas musulmanes, ateos, agnósticos o lo que seamos, pero desde cada uno de nuestros puntos de vista entendemos que la revolución bolivariana es una. Esto demuestra un sentido verdaderamente ecuménico y universal de esta revolución venezolana.
La espiritualidad revolucionaria, nos debe llevar a la construcción de una ética y de una moral revolucionaria, que nos ayude a construir una sociedad más justa y solidaria. Construir esta sociedad desde los seres humanos mismos, debe ser la prioridad de todo revolucionario y revolucionaria en Venezuela y en el mundo todo.
Toda espiritualidad trae consigo una utopía, y en el caso de la revolución bolivariana, esta utopía es la construcción de ese Mundo Otro. La espiritualidad revolucionaria, tiene también un Aquí y un ahora, que no es otra cosa que un lugar preciso y en un tiempo oportuno. Este aquí, es el mundo todo, aunque haya comenzado por la América Latina, y más concretamente en Venezuela y tiene un ahora que resurge en el momento de mayor crisis del imperio.
Esta espiritualidad se enfrenta a una antiespiritualidad representada en los antivalores del capitalismo salvaje y excluyente. El capitalismo tiene su Dios, el capital y junto al mercado y el consumo conforma una trinidad diabólica, excluyente y deshumanizadora.
Todo revolucionario o revolucionaria debe ahondar en el ejercicio de una espiritualidad revolucionaria, bolivariana y antiimperialista y debe hacer de su práctica religiosa particular un elemento constitutivo de una espiritualidad que apunte hacia los valores ecuménicos-universales y así poder tener la capacidad de construir una sociedad más justa y solidaria e impulsar una lucha efectiva contra el imperio y sus antivalores diabólicos.