Fin de un reinado Efímero

El invierno de1872-1873 conocía la mayor confusión política. Las clases dominantes sufrían la más honda crisis experimentada desde el período de 1808-1814. Un hombre representativo, social e ideológicamente de esas clases, el conde de Romanones, se explica así:

"La alta sociedad madrileña, acostumbrada a enfrentarse con ánimo alegre ante las peores situaciones y los más graves infortunios, y que en los años del 69 al 70 abría sus salones, celebrando en ellos brillantes fiestas, al finalizar el 72 se mostraba intranquila y no sentía ánimo para divertimiento".

Lo que quiere decir que consideraba la situación más grave que nunca. Y así era. La solución de compromiso que quiso representar la monarquía de Amadeo y la política de sus gobiernos se veía condenada al fracaso. La reacción española no transigía; exigía D. Carlos o los Borbones. No le bastaba con que la Guardia civil siquiera vigilando celosamente sus interminable fincas y cortijos. Había que acabar con la ley del matrimonio civil, con el derecho de reunión y asociación, con el sufragio universal, etc. Y la crisis se planteó en todas sus dimensiones con motivo del llamado conflicto de los artilleros, que por su sola existencia significaba y cómo los cuerpos de jefes y oficiales del Ejército iban cobrando para alinearse del lado conservador. El militar liberal, aquel que tuvo su origen en los combatientes populares de la guerra de la Independencia, estaba llamado a desaparecer.

Tal vez la reacción hubiera acabado por consentir a Amadeo, con la condición de expulsar a los radicales del Gobierno y realizar una política de neto conservadurismo. Desde luego, preparo su golpe. El pretexto fue el nombramiento del general Hidalgo (acusado por los demás militares de haber sido solidario de la sublevación de sargentos de 1866) para un alto cargo militar en Cataluña. Los jefes y oficiales del cuerpo de artillería "se declararon en huelga"; es decir, pidieron todas las separaciones del servicio, caso evidente de sedición, para lo cual contaban con la benevolencia del Rey. La maniobra así concebida debía hacer saltar el gobierno de Ruiz Zorrilla. Pero éste, advertido del juego, planteó la cuestión de confianza en las Cortes para reorganizar el cuerpo de artillería a base de los sargentos y cabos, disolviendo el existente de jefes y oficiales. Ruiz Zorrilla obtuvo la confianza por 191 votos.

Como ocurre siempre en esos casos, los conservadores pensaron en el empleo de la fuerza. Una comisión de artilleros, presidida por el marqués del Duero, se presentó ante el Rey y le ofreció sacar la tropa de los cuarteles y dar un golpe de fuerza. En aquellos días todos conspiraban: en casa de Sagasta se formó un proyecto de ministerio, mientras que el general Serrano se hallaba en los alrededores de Madrid esperando los acontecimientos… El Rey, que desde el día 8 de febrero había comunicado a Ruiz Zorrilla su decisión de abdicar, no quiso enfrentarse con la decisión del órgano de soberanía nacional gracias al cual ocupaba el trono. El lunes 10 de febrero de 1873 celebraba Amadeo su último Consejo de ministros, mientras so sólo Madrid, sino España y el mundo entero conocían ya la noticia de su abdicación. Mientras el Rey deliberaba con sus ministros en Consejo, el pueblo de Madrid, con las armas de milicianos y voluntarios de la libertad ocupaba con retenes organizados los puntos estratégicos de la ciudad. Las tropas permanecían acuarteladas y sus jefes sumidos en la indecisión. El Congreso de los Diputados, lleno de parlamentarios, rodeado por la multitud que ocupaba las calles adyacentes, esperaba que se abriese una sesión histórica que el Gobierno trataba de retrasar. Desde el interior del Congreso se oían los vivas a la República que el pueblo daba en la calle Fernanflor y en la carrera de San Jerónimo. En efecto, la República iba a irrumpir en la Historia de España.

Los generales se ofrecieron a Castelar para dar un golpe de Estado. D. Emilio rechazó la proposición, pero dejó a los generales en el ejercicio de sus respectivos mandos.

En Cartagena, la Junta de Salvación Pública con Gálvez, Roque Barcia y otros federales extremistas resistían el asedio, acuñaba moneda y jugaba a los gobiernos.

El 26 de diciembre tuvo lugar una conferencia entre Castelar y Salmerón; éste propuso un plan para salvar la República: salida de los ministros derechistas (Maisonave, Carvajal, Sánchez Bregua y Pedregal); relevo antes del 2 de enero (fecha de reapertura de Cortes) de los generales con mando considerados sospechosos; abandono de la alianza con la extrema derecha; organización de un ejército nacional dirigido desde Madrid por el Gobierno o por un Consejo; discusión y voto inmediato de la Constitución.

Castelar rechazó el plan de Salmerón y reservó la decisión definitiva al Consejo de Ministros, que también lo rechazó.

La crisis política se presentó, pues, el 2 de enero.

A las dos de la tarde se abre la sesión. Los recursos oratorios de Castelar no impiden que la izquierda se reagrupe. El Gobierno es derrotado por 120 votos contra 1000. ¿Castelar o Pi? ¿Derecha o izquierda? La discusión se prolonga durante la noche. Por fin, se va a votar un gobierno centro-izquierda, presido por el Sr. Palanca, que ha prometido amnistiar a los cantonalistas de Cartagena.

Son las siete de la mañana del 3 de enero de 1874. Un rumor se extiende por el Congreso. Parece ser que el general Manuel Pavía, capitán general de la plaza, se acerca con tropas para disolver el cuerpo legislativo.

Ángel Ganivet dice: El porvenir de España "… el Derecho es una mujerzuela flaca y tornadiza que se deja seducir por quienquiera que sepa sonar bien las espuelas y arrastrar el sable."

—Para creer en la Inmortalidad, se debe vivir una vida inmortal.

¡Viva la III República española y, Socialista!



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Manuel Taibo


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